La artillería antiaérea siempre ha tenido una gran desventaja operativa, como ha sido la reactividad. Sus sistemas y materiales no se han desarrollado como un avance proactivo previo a la aparición de la amenaza aérea, sino que se ha desarrollado tras la previa aparición de un sistema aéreo al que era necesario neutralizar de la mejor manera posible.
Así, las primeras piezas de artillería antiaérea fueron cañones de tiro tenso con proyectiles calibrados para su explosión al transcurrir cierto periodo de tiempo, y así destrozar con su metralla a los aviones atacantes. Después evolucionaron hacia los cohetes guiados por radar o por emisiones de calor. Luego surgieron los misiles autoguiados por su propio radar, los misiles antiradiación, que detectaban las emisiones de los aviones enemigos y los destruían, etc.
Pero todos estos sistemas se dirigían hacia un enemigo definido y concreto: un avión, más o menos grande, y más o menos veloz, y más o menos armado según su misión. Pero un avión con unas dimensiones máximas y mínimas, y capaz de trasladar como mínimo a un piloto.
Pero las cosas han cambiado. La actual amenaza aérea no proviene de una gran aeronave con múltiples bombas de gran calibre o precisos misiles guiados, todas ellas de alta tecnología y disparado coste unitario, sino que proviene de miles de pequeños artefactos voladores de limitadísima capacidad individual de daño, pero gigantesca capacidad de destrucción en grupo.
Es decir, nuestra amenaza no es una enorme águila de gigantescas garras, sino que es una bandada de humildes estorninos que actuando bajo las directrices de un algoritmo de inteligencia artificial son capaces de seleccionar su objetivo de modo autónomo y lanzarse a destruirlo en bloque. Y el ataque de esos miles de estorninos a un objetivo es capaz de destruirlo o neutralizarlo sin necesidad de invertir enormes recursos en I+D para desarrollar un gigantesco avión de combate cuya carga letal de bombas sea superior a las defensas enemigas.
El concepto de amenaza ha cambiado, y la defensa antiaérea debe igualmente cambiar. Pero, ¿cómo luchamos contra una bandada de estorninos de vuelo cambiante y cuasi aleatorio? Ante el ataque de un águila en picado podemos diseñar misiles guiados o proyectiles de interceptación, pero ante una bandada de estorninos no podemos lanzar un misil, porque estallará en el aire sin llegar a destruir la bandada completa.
Un Meroka naval hace fuego a bordo de la fragata Numancia (Armada)
Ya han contemplado los israelíes cómo su sistema de defensa aérea “Cúpula de Hierro” es superado por un ataque en masa de baratos cohetes lanzados por Hamás. Baratos estorninos de limitada capacidad destructiva individual, pero enormes efectos en masa.
Así que ya tenemos identificada la amenaza, pero, ¿cómo la desactivamos? Hasta ahora la respuesta a un ataque descentralizado descansaba en el lanzamiento de misiles guiados contra todos y cada uno de los cohetes que se intentaban destruir nuestras fuerzas, pero estos baratos cohetes han evolucionado, y no hacia hacerse más grandes y potentes, sino hacia su disminución de tamaño y potencia, pero aumentando su cantidad. Nos tenemos que enfrentar a un enjambre de pequeños proyectiles inteligentes y distribuidos. Nos enfrentamos a un enjambre de estorninos.
Y no es fácil desactivar un enjambre. Sólo hay dos modos: o anulamos su inteligencia, lo que sólo es posible si destruimos mediante radiación sus sistemas de guiado y estabilización, camino seguido por los llamados “sistemas antidron”, o intentamos destruirlos físicamente uno a uno algo que no es posible con los sistemas antiaéreos actuales, pero que un sistema diseñado hace años y en su momento descartado por obsoleto, pero al que si se le añade un poco de tecnología moderna, quizá sea la respuesta perfecta ante esta amenaza.
Me refiero al sistema Meroka, un sistema antiaéreo multitubo diseñado en los 80 y descartado en su época para el Ejército de Tierra, aunque después retomado por la Armada como sistema de defensa naval. Y ¿por qué un sistema obsoleto puede ser de utilidad contra un enjambre de drones? Pues porque se basaba en la destrucción de la amenaza mediante la creación de una “perdigonada” o un “muro de destrucción” a distancias predeterminadas.
El Meroka disparaba salvas de 12 disparos de 20 milímetros, que explosionaban a la vez a distancias predeterminadas, y creaban muros de metralla que destruían la amenaza. Este sistema no se determinó como útil para el Ejército, por las características de la amenaza, pero las condiciones han cambiado, y ante un ataque de drones, quizá sea la única respuesta posible capaz de neutralizar un ataque en masa de cientos de pequeños drones.
Se busca proyectar un “volumen de destrucción” a una distancia de entre uno y dos kilómetros capaz de detener un enjambre de drones inteligentes que se dirigen de un modo aleatorio hacia su objetivo. Ciertamente habría que actualizar los sistemas de detección y selección de objetivos, pero la tecnología moderna puede actualizar las capacidades del sistema, integrarlo con un radar o sistema optrónico y adecuar la cadencia y modos de disparo para convertirlo en un eficaz sistema contra los enjambres de drones.
Un sistema eficaz, de bajo coste y alta eficiencia, y en estos momentos sería el único sistema del mundo capaz de combatir con éxito la amenaza de los enjambres de drones.
¿No buscamos un “campeón nacional” de armamento? Ya está tardando Navantia en modernizar ligeramente el Meroka, integrar sistemas de detección de Indra y ofrecerlo a todos los ejércitos del mundo. (Vicente Luján)