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Lunes, 23 de diciembre de 2024 Iniciar Sesión Suscríbase

La evolución del acorazado

Las máquinas utilizadas en la antigüedad para arrojar proyectiles a las naves enemigas, así como sus tácticas de combate, se vieron alteradas con la llegada de la pólvora. Aunque ésta parece que fue inventada por los chinos a finales del primer milenio, llegó a Europa a manos de los árabes, siendo las tropas de Alfonso X El Sabio quienes primero comprobaron sus efectos en la conquista de Niebla (1257).

El cañón naval pesado ha vivido tres etapas distintas en su vida. La primera, de mediados del siglo XIV a mediados del XV, vio unas piezas de retrocarga relativa, primitivas e incluso peligrosas. Le siguieron casi 400 años de reinado del cañón de avancarga, desde mediados del siglo XV hasta bien entrado el siglo XIX. Finalmente se produjo la llegada del cañón de retrocarga, asimismo desde mediados del siglo XIX hasta un siglo después, siendo de largo la época más gloriosa del cañón naval más pesado y poderoso. Por lo general, se admite que la primera batalla en que intervino artillería a bordo de buques fue en La Rochela (1372), en la guerra de los Cien Años, en la que Gil Ambrosio Bocanegra, al mando de la flota castellana de Enrique II de Trastámara, derrotó a la inglesa de Lord Pembroke, lanzándole barras de hierro que desfondaron sus buques.
Pese a disponer de la nueva artillería, durante los doscientos años que siguieron a La Rochela, sólo servía como paso previo al abordaje, una vez los buques habían sido averiados o diezmada su dotación. La primera batalla en que la artillería resultó suficiente para evitar ser abordado el buque fue en el episodio de la Gran Armada (1588), de ahí su capital importancia. En aquella batalla los españoles seguían con su tiro a desarbolar, contra la táctica inglesa de disparar contra los cascos para abrir vías de agua capaces de hundir los buques. Demostrada la utilidad de la artillería a bordo, únicamente fue posible aumentar la cantidad y calidad de las piezas, con lo que después de diversas guerras y episodios navales diversos se llegó a Trafalgar (21 de octubre de 1805), cenit del cañón de avancarga.
A la lombarda de los siglos XIV y XV sucedieron cierta cantidad y tipos de piezas de las que se cree que la más lograda fue el llamado falconete con recámara de alcuza, pues al hallarse provista de muñones hacía más fácil el apuntado en alcance. A finales del XV se fundió en Alemania el primer vaso-cañón de una pieza y retrocarga, con lo que comenzó el reinado del cañón de avancarga, que duró hasta bastante avanzado el XIX. A comienzos del XVI se dispuso de cañones de bronce, que permanecieron en servicio hasta que los avances siderúrgicos –y las economías nacionales, todo hay que decirlo– hicieron pensar en el hierro fundido.

En la segunda guerra angloholandesa (1665), comenzó a utilizarse la que se conoció como táctica de la línea de fila, con lo que el combate en dos líneas paralelas de batalla se hizo habitual. Al quedar paralelas entre sí las líneas, los buques disparaban por sus costados, perpendicularmente a la línea de fila, con lo que aumentaron el número de cubiertas (puentes), y el de cañones en cada una de ellas, así como su peso, disposición y táctica, que se mantuvieron sin grandes variaciones hasta Trafalgar. Pero cargar y apuntar un cañón pesado de 36 libras de aquellos requería 14 ó 16 hombres fuertes y bien adiestrados, pues cañón y cureña pesaban del orden de 4 a 5 ton. Dato curioso: los buques españoles disparaban con cadencias de fuego más espaciadas que las de los ingleses, circunstancia motivada por la dieta alimenticia a bordo, más rica en calorías la inglesa por la ingesta de carnes grasas, alcoholes, etc., que la nuestra (legumbres, etc.).
La tecnología artillera de aquellas épocas estaba basada en el buen ojo del cabo de cañón o del condestable, toda vez que no se disponía de elementos de puntería fiables, siendo éstos únicamente la cuña debajo de la culata –para la elevación/distancia– y el reducido ángulo de giro que permitían las troneras en orientación. En 1774 apareció la llamada carronada, un cañón con un ánima muy corta y gran calibre. Por lo general disparaba proyectiles de metralla y disponían de un rudimentario sistema de elevación y orientación, siendo su principal ventaja la menor dotación, de tres ó cuatro hombres, aunque la precisión en el tiro era inferior. Los siguientes perfeccionamientos fueron casi simultáneos: el saquete de franela, la llave de fuego, el proyectil explosivo y el rayado del ánima. Con ello la efectividad artillera mejoró y, puesto que de buques de madera se trataba, el efecto era considerable, volando astillas de madera por todas partes, que causaban graves heridas y pérdidas enormes de sangre, hasta tal punto que las cubiertas se pintaban de rojo para que no cundiera el pánico a causa de la vista de tanta sangre, siendo habituales las amputaciones traumáticas.

El anteayer próximo
Algo antes que los cañones Paixhans mostrasen su efectividad, en Francia, patria de éstos, ya se trabajaba en el rayado de las ánimas, innovación que permitió mejorar la precisión y el alcance, si bien a cambio de complicar la fabricación de las piezas. La llegada de la granada explosiva constituyó un acontecimiento que alteró profundamente la guerra naval, pues el que un proyectil explotase en medio de un entrepuente o batería comportaba, además de los destrozos consiguientes, ver colgadas por todas partes ristras de tripas, con lo que la desmoralización de la dotación era un hecho. Las dos primeras batallas en que intervino el cañón bombero o Paixhans se convirtieron en una carnicería y una derrota esplendorosa. Así en Itea (1827) y Sinope (1853) los turcos perdieron casi todos sus buques y dotaciones. La llamada Revolución Industrial, con su poder en este campo y económico, primó por delante de cualquier otro valor, dejando detrás suyo cualidades como valor y arrojo.
A todo esto llegó la guerra de Crimea (1853-56) y lo cañones Paixhans que Francia había vendido a los rusos para que éstos los utilizasen contra los turcos se giraron contra los propios galos, ya que los rusos los habían emplazado en Fuerte Kinburn. La consecuencia inmediata fue la construcción de las llamadas baterías flotantes blindadas, por orden personal de Napoleón III, cuyos nombres fueron Congreve, Devastation, Foudroyant, Lave y Tonante, de las que tres fueron a Crimea registrando un rotundo éxito a costa de unas pérdidas ridículas. Pero aquellas baterías eran un desastre náutico, pues, al ser de fondo plano, navegaban fatal, por lo que fue preciso pensar en un buque de buen navegar y suficientemente blindado.

El éxito de las baterías flotantes acorazadas fue clamoroso, pero su fracaso náutico también, por lo que los franceses se pusieron manos a la obra y de la mano de su ingeniero Dupuy de Lôme nació el moderno acorazado. Lo que hizo fue tomar un navío de la clase Napoleon, al que le suprimió toda una batería, cuyo peso se invirtió en coraza. La fragata acorazada Gloire disponía de una protección que cubría desde el trancanil hasta un par de metros por debajo de la flotación, la cual estaba formada por planchas de hierro forjado fijadas sobre el casco de madera. Con un grueso de 120 mm. y un peso total de 900 ton., podía resistir disparos de cualquier tipo de bomberos explosivos. Por armamento disponía de 40 cañones rayados de avancarga. Su desplazamiento era de 5.675 ton., estando propulsada por una máquina de 900 IHP con una hélice, con lo que alcanzaba una velocidad máxima de 13 nudos. Su eslora era de 77 m. y disponía de un completo aparejo vélico auxiliar de tres palos con configuración de corbeta. Entró en servicio en 1860.
Los británicos, por su parte, contemplaron la construcción de la Gloire como un experimento del que no sabían como iba a salir, aunque lo que sí eran conscientes que, de salir redondo, el invento iba a mandar a la chatarra todos los buques de madera… y tal vez algún otro. Cuando vieron el éxito de la Gloire, ordenaron dos buques acorazados, Warrior y Black Prince, entrados en servicio, respectivamente, en 1861 y 1862, con aparejo auxiliar de fragata y máquina de vapor de 5.270 IHP, con un andar de 14 nudos. No fueron buques de madera recubierta, sino directamente de hierro con blindaje parcial. Como armamento disponía de 10 cañones lisos de 110 libras, 4 de 70 y 26 de 68.
Como era de prever se inició una carrera de armamentos navales que hizo que, en sólo cinco años, hubiese 91 buques de aquel tipo. Entretanto, en 1962, en Hampton Road se produjo el combate entre el Merrimack y el Monitor, en lo que fue la primera batalla entre dos acorazados. El primero se construyó a partir de una fragata medio hundida que los confederados hallaron en el arsenal de Norfolk. Desmontada su obra muerta se produjo encima de la viva una casamata acorazada hecha con planchas de hierro a partir del laminado de carriles de ferrocarril, dentro de la cual se hallaban 10 cañones de diversos calibres. Poseía un espolón proel y una máquina de vapor que le daba un andar máximo de 5 nudos. Como su franco bordo era poco menos que nulo, sus condiciones náuticas no eran tan siquiera aceptables.

El 8 de marzo de 1862, el Merrimack se plantó ante la flota de la Union que bloqueaba la bahía de Hampton Road y en corta y efectiva lucha les hundió el sloop Cumberland, rindió la fragata Congress, y no alcanzó a más ya que los otros buques se refugiaron en aguas menos profundas, donde no podía llegar por su mayor calado. Cuando, al día siguiente, intentó repetir la jugada, se halló frente a frente del Monitor, un diseño del ingeniero sueco Ericsson, asimismo un buque con nulo franco bordo y estrafalario aspecto, con una torre giratoria con dos cañones de avancarga de 280 mm. Avistados, empezaron a cañonearse mutuamente, pero sin obtener mayores resultados pues los proyectiles eran incapaces de perforar las respectivas corazas. El combate acabó en unas completas tablas y sólo con el resultado adverso de dejar ciego al comandante del Monitor, debido a la metralla de un proyectil que impactó en la mirilla de la torre blindada.

El monitor
El resultado más práctico del combate de Hampton Road cabe considerar fue la aparición de un tipo de buque de guerra que se caracterizaba por su gran desproporción entre artillería, desplazamiento y velocidad y cuyo principal papel era la defensa de costas. De las cualidades marineras del monitor habla que sus escasas navegaciones oceánicas resultasen más bien complicadas y, a menudo, asaz peligrosas. Así, los Monadnock y Miantonomoath, de la US Navy realizaron sendos viajes de alta mar, el primero hasta el Cabo de Hornos y el segundo a Europa. Aún y a pesar que ambas naves se estanqueizaron casi herméticamente, en especial las aberturas de sus torres, el primero realizó su periplo convoyado por otro buque de la Navy y recalando en todos los puertos posibles. El segundo, asimismo concienzudamente preparado a son de mar, estuvo en un tris de naufragar en pleno Mar del Norte.
Los progresos de la artillería obligaron a aumentar los gruesos del blindaje, lo que significó más peso y, en consecuencia, mayores desplazamientos, que también eran menester aumentar para admitir los superiores pesos del equipo de propulsión. Todo ello obligó a buscar fórmulas de compromiso en las que sólo se protegían los puntos más vitales, como la artillería, máquinas y calderas y el puesto de gobierno o comando. El británico Bellerophon (1866) fue el primer buque proyectado según la nueva distribución de pesos y el primer acorazado con doble fondo y subdivisión celular. Además, presentó la particularidad de poseer mayor calado a popa que a proa, con objeto que la hélice y el timón trabajasen en aguas más profundas y mejorasen el mando. Pero en este buque el tiro se realizaba principalmente por el través, lo que obligaba a una disposición del combate en línea de fila.

La batalla de Lissa (20 de julio de 1866), llamada así por haber tenido lugar muy cerca de aquella isla del Adriático, enfrentó a los austriacos al mando del contralmirante Von Tegethoff, a bordo del Erzherzog Ferdinand Max, con los italianos del conde Di Persano, en el Affondatore. Sobre el papel, la flota italiana era muy superior a la austriaca, la cual, si por su menor número y más antigüedad no fuera aún poco, había de luchar con artillería anticuada debido al embargo que ejercía Prusia contra el imperio austro-húngaro. Las enseñanzas del combate de Lissa comportaron una redistribución de la artillería, de modo que pudiese disparar en enfilada y, si se terciaba, por el través. Al propio tiempo, la franja acorazada se reducía en amplitud y ensanchaba a proa, en el espolón. Se construyeron varios buques con la nueva disposición, de los cuales los más conocidos son el Alexandra de la Royal Navy, el Devastation francés y el Kaiser alemán. 
El 12 de junio de 1869 se entregaba a la Royal Navy el Monarch, el primer acorazado de torres giratorias que no podía considerarse como un monitor. Se trataba de un buque de porte similar a los demás, pero sobre cuya cubierta principal se habían dispuesto dos torres giratorias, cada una con dos cañones de 305 mm. de avancarga, que disparaban proyectiles de 275 kg. a unos 900 m. de distancia. Disponía de otros tres cañones de menor calibre (178 mm.) ubicados a proa y popa. La protección estaba formada por una cintura o franja de 178 mm., que se reducía hasta los 114 a proa y popa, un mamparo curvo a proa de 127 y el conjunto del reducto que alojaba las torres con blindaje de 178. Éstas disponían de protección lateral –el perímetro de la torre– de 254 mm. y el techo de 203, con otros tantos en el puesto de mando.  
Al Monarch le siguió el Captain, en 1870, buque en el que se aplicaron los deseos que había expresado la comisión del primero, de modo que las torres se hallaban una cubierta más bajas y entre los palos mayor/trinquete la proel y mayor/mesana la popel, con similares protecciones en cintura y torres. Pero su franco bordo se había reducido, ya que de los 4,5 m. mínimos del Monarch, en el Captain había bajado hasta poco más de los 2, lo cual no era lógico para un buque oceánico y más si iba dotado de un completo aparejo vélico. Pero como las pruebas de estabilidad parecieron satisfactorias no se vio problema alguno en ello.

Desaparición del velamen
La noche del 6 al 7 de septiembre de 1870, navegando cerca de las costas españolas, y a la altura de Galicia, el Captain fue sorprendido por mal tiempo, dando la voltereta y hundiéndose con cerca de 480 hombres, entre los que había el propio diseñador. Se atribuyó el naufragio a varias causas, aunque hay quién opina que durante un bandazo entró agua por una de las torres, lo cual ocasionó una carena líquida que al siguiente bandazo le hizo dar la voltereta, a lo que ayudó de modo notable la altura y peso del aparejo completo que llevaba. Fuese cual fuese el motivo, el hecho es que a partir de aquel momento gran cantidad de acorazados vieron su aparejo desembarcado o reducido, o modificado radicalmente, en especial si disponían de torres, con lo que la propulsión se confió únicamente a la fuerza del vapor.
En 1873 fue entregado el primer buque con el nuevo aspecto ya de origen, el Devastation, al que le siguieron congéneres en otras armadas del mundo, conviviendo algún tiempo dos tipos distintos de buques, el acorazado de torres, desprovisto de velamen y con propulsión únicamente confiada al vapor, y el de barbetas, con un más o menos completo aparejo vélico, que había pasado de desempeñar un papel principal a otro auxiliar. En los acorazados con artillería ubicada en barbetas se solucionaba el problema de los pesos altos a base de desproteger a las dotaciones, pues en este tipo de montaje el cañón y la dotación confiaban su protección únicamente al círculo o perímetro de la barbeta, pero sin que la existencia de un carapacho les asegurase defensa alguna contra los proyectiles que incidían con trayectoria curva.
El acorazado de barbetas fue la respuesta francesa al problema del peso alto representado por la torre. Mantuvo cierto aparejo vélico, principalmente formado por velas áuricas, aunque los palos se empleasen más como soporte de armamento ligero (ametralladoras y similares) en las cofas, que no propios portadores de velamen. El primer buque que dispuso su artillería en barbetas fue el francés Océan (1868), con desplazamiento de 7.750 ton. y armamento de 4 cañones de 240 mm. y otros 6 más de 170 en una casamata inferior. La protección consistía en una franja acorazada de 203 mm., que se reducía hasta los 152 hacia popa, con 184 en la pared de la casamata y 152 en las barbetas. Con una potencia instalada de 3.781 IHP, alcanzaba una velocidad máxima de 13,7 nudos.

La nueva artillería obligó a pensar en cubiertas protectoras para hacer frente a los nuevos proyectiles perforantes con trayectorias curvas, lo cual exigió el aumento de espesores y pesos. Pero también tuvo que pensarse en aumentar el grueso y calidad de la protección vertical, puesto que los proyectiles en trayectorias tensas se demostraban igualmente efectivos ante las corazas débiles. Como el desplazamiento de los buques no podía elevarse más allá de un máximo y éste se hallaba ya muy próximo, no hubo otra solución que pensar en una limitación puntual del blindaje, con lo que se originaron dos tendencias, la franco-norteamericana y la anglo-italiana. La primera parecía inclinarse por la franja o cintura acorazada y la artillería en reductos abiertos, la segunda por el reducto acorazado al centro del buque y la artillería instalada en torres giratorias. Los primeros buques exponentes de cada tendencia fueron el italiano Caio Duilio (1876) y el francés Amiral Duperré (1879). En la quincena de años que medió entre 1890 y 1905, la aparición de la pólvora a la nitroglicerina –sin humo– y la constante mejora de los aceros y la tecnología artillera llevó a mayores ritmos de fuego, al tiempo que la mejora en su calidad, lográndose velocidades iniciales más altas y efectos perforantes más poderosos.
Con el combate del Yalú (1894) comenzó la era del cañón de tiro rápido, lo cual comportó una mayor presencia de esta artillería a bordo, pues resultaba muy eficaz en la lucha contra torpederos. La evolución del acorazado anterior al Dreadnought se realizó más en calidad que no en desplazamiento y medidas. Se trató siempre de buques con calibres algo caóticos y mezclados, abandonándose rápidamente la avancarga y ganando presencia la retrocarga, con lo que, a partir de 1890, ya sólo se utilizó ésta, aunque con longitudes de ánima limitadas, velocidades iniciales bajas y reducida cadencia de fuego. Se implantó de modo definitivo la torre giratoria con accionamiento hidráulico, a partir de la presencia de equipos generadores a bordo. Al constituir una instalación única el conjunto de torre y barbeta, se logró aumentar considerablemente la velocidad de tiro entre un disparo y otro, pues en los modelos precedentes el cañón tenía que volver a ganar la posición paralela a crujía para poder ser cargado, que, al disponerse de barbeta/torreta acopladas, giraban al unísono los elementos de carga y el propio cañón, con lo que éste sólo debía regresar al ángulo de elevación adecuado para ser recargado.
La llegada del Dreadnought condenó a la chatarra en el corto espacio de tiempo de un par de años –los que mediaron entre el proyecto y la puesta en servicio del británico– a una legión de buques, que pasaron de inmediato a oscuras misiones de protección o enseñanza, cuando no directamente a los chatarreros. Los años transcurridos hasta la llegada del moderno acorazado monocalibre  –que por haber sido el Dreadnought el primero que navegó se conocen con ese hombre– vieron un constante desfilar de buques y tipos que se superaban unos a otros en tecnologías y prestaciones. Al no ser muchas las innovaciones que incorporaban de una sola tacada, citarlos y examinarlos uno a uno queda fuera de nuestras posibilidades, puesto que no dejaron de ser una buena cantidad, en especial a partir del momento en el que se añadieron a la carrera de armamentos navales países como Alemania y Austria-Hungría.

El cañón de retrocarga

En el corto espacio de tiempo que transcurrió entre el bombardeo británico del puerto de Alejandría (1882) y el combate del Yalú (1894), la artillería de los buques de guerra dio un cambio radical, pasando de avancarga a retrocarga, incluso al cañón de tiro rápido. Visto el tema desde ópticas más comerciales, no es extraño que en el último cuarto del siglo XIX se labrasen grandes fortunas, pues la carrera de armamentos fue total.
El motivo de tan radical y súbita sustitución fue la disponibilidad del cañón de retrocarga, pero de un modelo que resultase verdaderamente seguro, ya que los primeros con cierre posterior habían empezado a verse en 1846. Por otra parte, el rayado del ánima de las piezas, innovación que mejoraba el tiro a cambio de complicar la carga, exigía que se hallase una solución eficaz, porque con el rayado del ánima el proyectil ganaba en alcance y precisión, lo cual ofrecía ventajas militares y hacía obligado su uso. Cabría considerar que todas estas innovaciones no fueron posibles porque sí, si no por disponerse de una poderosa industria pesada fruto de la revolución industrial, comenzada tiempo atrás. Las nuevas siderurgia y metalurgia, con sus perfeccionamientos, le daban a la industria armamentística la posibilidad de aumentar la velocidad inicial del proyectil, que comportaba un importante efecto sobre el rendimiento obtenido con el impacto. Pero, además, una industria siderometalúrgica adecuada permitía obtener mejores aceros, que penetraban de modo más efectivo los blindajes del momento, basados únicamente en aleaciones y tratamientos de la masa, con lo cual podían mantenerse o incluso reducirse los calibres, lo que eliminaba la necesidad de acudir a los enormes y pesados cañones diseñados en la década de los años 1880.
A finales del siglo XIX la tecnología armamentística naval se hallaba frente a determinados retos que, por regla general, se identificaban con el torpedo, la distancia efectiva de combate artillero, la velocidad y la protección ante las explosiones submarinas. El torpedo, con sus crecientes carreras, que casi igualaban el alcance de la mayor artillería naval del momento, estaba a un paso de convertir poco menos que en inútiles los grandes cañones, por cuanto los torpederos iban a poder lanzar sus torpedos fuera de su alcance máximo. Y aunque con la disponibilidad de cazatorpederos podía creerse solucionado el problema, siempre cabía el disparo nocturno afortunado. Por ello era menester pensar en otra defensa activa contra el torpedero: aumentar en buena medida la distancia de combate, algo que conllevaba determinadas ventajas artilleras, pero traía de la mano la necesidad de incrementar la velocidad, con objeto de obtener mejores posiciones favorables respecto al enemigo, optimizándose de ese modo el rendimiento de la instalación. Además, la proliferación y variedad de calibres a bordo de los acorazados obligaba a racionalizarla, pues ésta no dejaba de presentar problemas de tipo logístico. Para la protección pasiva contra las explosiones submarinas de cualquier origen, pues no solo era necesario contar con el torpedo si no también con la mina en cualquiera de sus versiones, el único camino factible era lograr una compartimentación efectiva, lo cual obligaba a que fuese mayor, mejor resuelta y más eficiente.

Compaginar de modo adecuado estas necesidades comportaba un cambio notable en el diseño general de los buques pesados. En 1903, el ingeniero italiano Cuniberti preconizó ya su proyecto de buque monocalibre, idea que defendía asimismo el almirante Fisher, primer Lord del Almirantazgo británico. En enero de 1905, justo recién capitulado Port Arthur ante los japoneses y cuando la guerra ruso-japonesa aún no estaba decidida, se celebró una reunión de entendidos en el tema bajo la presidencia de Fisher, con objeto de examinar un proyecto de acorazado ideado por éste, el cual rompía con las ideas del momento. La idea básica era construir uno cuya artillería pesada fuese de un calibre único y capaz de disparar a grandes distancias, así como provisto de elevada velocidad.

Tsushima y el “Dreadnought”
Tsushima (1905) validó plenamente las idas de Lord Fisher, pues en él la distancia de tiro aumentó considerablemente; los blindajes demostraron la necesidad de incrementar el número de cañones de los calibres mayores, pues resistieron perfectamente los disparos de los medianos; la velocidad demostró su importancia, permitiendo que el almirante Togo se mantuviese en la mejor y más favorable posición, al tiempo de conservar la iniciativa y, por último, el torpedo se empleó profusamente y se utilizaron en masa y por primera vez en la historia torpederos y destructores que lanzaron varios enjambres de torpedos automóviles.
La aplicación práctica de las teorías de Fisher cristalizó en un buque que revolucionó las armadas de todo el mundo y dejó obsoletos a todos los acorazados existentes de la noche a la mañana: el Dreadnought, el cual  rompió todos los records de construcción, pues su quilla se arboló el 2 de octubre de 1905, se botó sólo 18 semanas más tarde, el 10 de febrero de 1906, realizó pruebas de mar el 3 de octubre de 1906 y se entregó dos meses más tarde, en diciembre. Su costo fue un tanto alto, 1.783.883 libras esterlinas, y la crisis que ocasionó afectó al Reino Unido más que a ningún otro país, pues no en vano la Royal Navy poseía la flota más poderosa del momento y con su entrada en servicio se halló que todos sus acorazados quedaron convertidos en antiguallas en un abrir y cerrar de ojos.
El Dreadnought era superior a todos los demás acorazados del momento en velocidad y armamento. Con su mayor velocidad podía imponer la distancia de combate, quedando fuera del alcance del enemigo, pero a la vez abrumarlo con su mucho mayor masa de fuego de grueso calibre. Otro hito fue su propulsión, por turbinas, siendo el primer acorazado que las montó, aunque las calderas quemasen carbón. Curiosamente, al iniciarse la era de los Dreadnought se produjo una cierta confusión por lo que reza al número y posición de las torres, así como la cantidad de cañones por torre, lo cual no permitió que, desde los primeros momentos, la disposición de la artillería fuese óptima. Junto con él, y fruto asimismo de la mente de Lord Fisher, hizo su aparición el crucero de batalla, como un apéndice del acorazado, del cual se diferenciaba en su menor protección y mayor velocidad, pero con una artillería virtualmente idéntica. En especial los británicos fueron buques con un resultado en combate más bien mediocre, los cuales no salieron demasiado bien librados del enfrentamiento con sus congéneres alemanes en Jutlandia.

La I Guerra Mundial (PGM) consagró el cañón de gran calibre en los acorazados y similares. En otros aspectos, también se demostró importante en cuanto al papel del sumergible y, hacia su final, comenzó a mostrar la futura importancia del avión embarcado. En lo que se refiere a combates navales de superficie, el de mayor trascendencia fue Jutlandia/Skagerrak. Asimismo hubo otros, aunque de menor envergadura: Dogger Bank, Malvinas, la caza del Emden, etc., pero en ninguno fue tan elevado el número de acorazados presentes.
En Jutlandia, el Super Dreadnought, nombre que se dio a los buques de las generaciones posteriores con artillería de mayor calibre, demostró que el poder del cañón naval pesado había llegado a su cenit, así como que las diversas tecnologías necesarias para su funcionamiento podrían superarse ya en muy poco. Los calibres utilizados alcanzaron el máximo empleado a bordo de un buque (457,74 mm., o 18 pulgadas), utilizados en uno de los buques de más efímera vida artillera, el crucero de batalla Furious. La tecnología artillera empleada en aquellos cañones de gran calibre –de 280 mm. hacia arriba– se demostró la más efectiva y puesta a punto. Tanto que básicamente los cañones navales utilizados en la SGM venían a ser casi idénticos, alcanzando las diferencias más a los sistemas auxiliares de elevación, orientación, carga, etc. que no al propio cañón en sí. Un punto que se demostró importante en la precisión del tiro fueron los telémetros.
Debido a la irrupción de la aviación embarcada, en la SGM las acciones navales artilleras fueron más bien escasas y puntuales. En cierto orden cronológico, acaso las más importantes consistieron en la batalla del Río de la Plata; la pérdida del portaaviones Glorious; la batalla del cabo Matapán; el hundimiento del Hood por el Bismarck; el del propio Bismarck por los King George V y Rodney; el del Scharnhorst por el Duke of York y, en el Pacífico, y el del Kirishima por los Washington y South Dakota. Finalizada la SGM, hubo varias ocasiones en que la artillería naval de gran calibre prestó de nuevo su concurso, pero no fue en combates cuerpo a cuerpo contra congéneres, si no en un papel que se había demostrado muy efectivo en la campaña del Pacífico en la SGM: el ataque a fortificaciones terrestres.

Por Camil Busquets i Vilanova

PIES DE FOTOS (SEGÚN APARECEN)
El episodio de la Gran Armada fue el primero en el que el cañón fue decisorio, al no permitir los abordajes: aquí se aprecian sus buques en el puerto de Lisboa, en mayo de 1588, listos para zarpar (Colección Museu Marìtim de Barcelona).

La fragata francesa “Gloire” fue el primer acorazado de la historia. En la foto vemos un modelo de este buque realizado por un modelista desconocido (Colección Josep de Dios).

Durante la I Guerra Púnica apareció un arma que resultó definitiva entonces, el llamado "Corvus", inventado por Caio Duilio, que consistía en un puente provisto de un clavo de gran tamaño, el cual se incrustaba en las cubiertas adversarias, con lo que ambos buques quedaban trabados y a merced de las temidas legiones romanas (modelo de Vicenç Roca, foto Camil Busquets).

La aparición de las torres giratorias comportó una revolución tecnológica. En la foto, el acorazado británico HMS “Ajax” (1879) con dos torres dobles y cañones de 317 mm. de avancarga y rayados (Colección Enric Oliver).

A finales del siglo XIX la US Navy disponía de un cierto número de monitores, unos buques de cualidades náuticas mínimas, aptos casi únicamente para ser empleados en aguas fluviales o costeras interiores. En la foto se ve el “Monterrey”, de principios del siglo XX (colección Josep de Dios).

La aparición del “Dreadnought” –en la foto con tangones para redes “Bullivant”– comportó una verdadera revolución en las armadas y condenó al desguace o a tareas de segunda y tercera fila a todos los acorazados que había (Colección Camil Busquets).

La llamada clase “Admiral” estuvo formada por cuatro buques, siendo el primero de ellos el “Anson” (1886), en la foto. No utilizaba aparejo vélico y disponía su artillería de 342 mm. de retrocarga en barbetas dobles (Colección Enric Oliver).

Todos y cada uno de los países poderosos se lanzaron a construir cantidades de “Dreadnoughts”, pues la cantidad de esos buques que poseía una armada era lo que la colocaba en el “ranking” mundial. En la foto acorazado norteamericano USS “Nevada” hacia 1916, con sus característicos palos de celosía (Colección Leo van Ginderen).

La Royal Navy construyó durante la I Guerra Mundial un buen número de acorazados, entre los que se hallaban los cinco “Queen Elizabeth”, con disposición “Michigan” y ocho cañones de 381/42 mm. En la foto el “Valiant”, cuarto de la clase, hacia 1935 (Colección Leo van Ginderen).

Sin duda alguna, uno de los acorazados más célebres de la historia, tal vez el que más, fue el “Bismarck” alemán. Es posible que su fama provenga de haber combatido contra el “Hood” o protagonizar una de las persecuciones de mayor emoción (Colección Josep de Dios).

Los mayores acorazados de la historia, así como los más poderosamente armados, fueron la pareja de “Yamato” y “Mushashi” japoneses –el primero en la foto–, pero llegaron tarde a su destino siendo hundidos por la aviación de la US Navy a base de torpedos y bombas (Colección Josep de Dios). 

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Evolución del acorazado

Por Camil Busquets i Vilanova

 

Las máquinas utilizadas en la antigüedad para arrojar proyectiles a las naves enemigas, así como sus tácticas de combate, se vieron alteradas con la llegada de la pólvora. Aunque ésta parece que fue inventada por los chinos a finales del primer milenio, llegó a Europa a manos de los árabes, siendo las tropas de Alfonso X El Sabio quienes primero comprobaron sus efectos en la conquista de Niebla (1257).

 

El cañón naval pesado ha vivido tres etapas distintas en su vida. La primera, de mediados del siglo XIV a mediados del XV, vio unas piezas de retrocarga relativa, primitivas e incluso peligrosas. Le siguieron casi 400 años de reinado del cañón de avancarga, desde mediados del siglo XV hasta bien entrado el siglo XIX. Finalmente se produjo la llegada del cañón de retrocarga, asimismo desde mediados del siglo XIX hasta un siglo después, siendo de largo la época más gloriosa del cañón naval más pesado y poderoso. Por lo general, se admite que la primera batalla en que intervino artillería a bordo de buques fue en La Rochela (1372), en la guerra de los Cien Años, en la que Gil Ambrosio Bocanegra, al mando de la flota castellana de Enrique II de Trastámara, derrotó a la inglesa de Lord Pembroke, lanzándole barras de hierro que desfondaron sus buques.

Pese a disponer de la nueva artillería, durante los doscientos años que siguieron a La Rochela, sólo servía como paso previo al abordaje, una vez los buques habían sido averiados o diezmada su dotación. La primera batalla en que la artillería resultó suficiente para evitar ser abordado el buque fue en el episodio de la Gran Armada (1588), de ahí su capital importancia. En aquella batalla los españoles seguían con su tiro a desarbolar, contra la táctica inglesa de disparar contra los cascos para abrir vías de agua capaces de hundir los buques. Demostrada la utilidad de la artillería a bordo, únicamente fue posible aumentar la cantidad y calidad de las piezas, con lo que después de diversas guerras y episodios navales diversos se llegó a Trafalgar (21 de octubre de 1805), cenit del cañón de avancarga.

A la lombarda de los siglos XIV y XV sucedieron cierta cantidad y tipos de piezas de las que se cree que la más lograda fue el llamado falconete con recámara de alcuza, pues al hallarse provista de muñones hacía más fácil el apuntado en alcance. A finales del XV se fundió en Alemania el primer vaso-cañón de una pieza y retrocarga, con lo que comenzó el reinado del cañón de avancarga, que duró hasta bastante avanzado el XIX. A comienzos del XVI se dispuso de cañones de bronce, que permanecieron en servicio hasta que los avances siderúrgicos –y las economías nacionales, todo hay que decirlo– hicieron pensar en el hierro fundido.

En la segunda guerra angloholandesa (1665), comenzó a utilizarse la que se conoció como táctica de la línea de fila, con lo que el combate en dos líneas paralelas de batalla se hizo habitual. Al quedar paralelas entre sí las líneas, los buques disparaban por sus costados, perpendicularmente a la línea de fila, con lo que aumentaron el número de cubiertas (puentes), y el de cañones en cada una de ellas, así como su peso, disposición y táctica, que se mantuvieron sin grandes variaciones hasta Trafalgar. Pero cargar y apuntar un cañón pesado de 36 libras de aquellos requería 14 ó 16 hombres fuertes y bien adiestrados, pues cañón y cureña pesaban del orden de 4 a 5 ton. Dato curioso: los buques españoles disparaban con cadencias de fuego más espaciadas que las de los ingleses, circunstancia motivada por la dieta alimenticia a bordo, más rica en calorías la inglesa por la ingesta de carnes grasas, alcoholes, etc., que la nuestra (legumbres, etc.).

La tecnología artillera de aquellas épocas estaba basada en el buen ojo del cabo de cañón o del condestable, toda vez que no se disponía de elementos de puntería fiables, siendo éstos únicamente la cuña debajo de la culata –para la elevación/distancia– y el reducido ángulo de giro que permitían las troneras en orientación. En 1774 apareció la llamada carronada, un cañón con un ánima muy corta y gran calibre. Por lo general disparaba proyectiles de metralla y disponían de un rudimentario sistema de elevación y orientación, siendo su principal ventaja la menor dotación, de tres ó cuatro hombres, aunque la precisión en el tiro era inferior. Los siguientes perfeccionamientos fueron casi simultáneos: el saquete de franela, la llave de fuego, el proyectil explosivo y el rayado del ánima. Con ello la efectividad artillera mejoró y, puesto que de buques de madera se trataba, el efecto era considerable, volando astillas de madera por todas partes, que causaban graves heridas y pérdidas enormes de sangre, hasta tal punto que las cubiertas se pintaban de rojo para que no cundiera el pánico a causa de la vista de tanta sangre, siendo habituales las amputaciones traumáticas.

 

El anteayer próximo

Algo antes que los cañones Paixhans mostrasen su efectividad, en Francia, patria de éstos, ya se trabajaba en el rayado de las ánimas, innovación que permitió mejorar la precisión y el alcance, si bien a cambio de complicar la fabricación de las piezas. La llegada de la granada explosiva constituyó un acontecimiento que alteró profundamente la guerra naval, pues el que un proyectil explotase en medio de un entrepuente o batería comportaba, además de los destrozos consiguientes, ver colgadas por todas partes ristras de tripas, con lo que la desmoralización de la dotación era un hecho. Las dos primeras batallas en que intervino el cañón bombero o Paixhans se convirtieron en una carnicería y una derrota esplendorosa. Así en Itea (1827) y Sinope (1853) los turcos perdieron casi todos sus buques y dotaciones. La llamada Revolución Industrial, con su poder en este campo y económico, primó por delante de cualquier otro valor, dejando detrás suyo cualidades como valor y arrojo.

A todo esto llegó la guerra de Crimea (1853-56) y lo cañones Paixhans que Francia había vendido a los rusos para que éstos los utilizasen contra los turcos se giraron contra los propios galos, ya que los rusos los habían emplazado en Fuerte Kinburn. La consecuencia inmediata fue la construcción de las llamadas baterías flotantes blindadas, por orden personal de Napoleón III, cuyos nombres fueron Congreve, Devastation, Foudroyant, Lave y Tonante, de las que tres fueron a Crimea registrando un rotundo éxito a costa de unas pérdidas ridículas. Pero aquellas baterías eran un desastre náutico, pues, al ser de fondo plano, navegaban fatal, por lo que fue preciso pensar en un buque de buen navegar y suficientemente blindado.

El éxito de las baterías flotantes acorazadas fue clamoroso, pero su fracaso náutico también, por lo que los franceses se pusieron manos a la obra y de la mano de su ingeniero Dupuy de Lôme nació el moderno acorazado. Lo que hizo fue tomar un navío de la clase Napoleon, al que le suprimió toda una batería, cuyo peso se invirtió en coraza. La fragata acorazada Gloire disponía de una protección que cubría desde el trancanil hasta un par de metros por debajo de la flotación, la cual estaba formada por planchas de hierro forjado fijadas sobre el casco de madera. Con un grueso de 120 mm. y un peso total de 900 ton., podía resistir disparos de cualquier tipo de bomberos explosivos. Por armamento disponía de 40 cañones rayados de avancarga. Su desplazamiento era de 5.675 ton., estando propulsada por una máquina de 900 IHP con una hélice, con lo que alcanzaba una velocidad máxima de 13 nudos. Su eslora era de 77 m. y disponía de un completo aparejo vélico auxiliar de tres palos con configuración de corbeta. Entró en servicio en 1860.

Los británicos, por su parte, contemplaron la construcción de la Gloire como un experimento del que no sabían como iba a salir, aunque lo que sí eran conscientes que, de salir redondo, el invento iba a mandar a la chatarra todos los buques de madera… y tal vez algún otro. Cuando vieron el éxito de la Gloire, ordenaron dos buques acorazados, Warrior y Black Prince, entrados en servicio, respectivamente, en 1861 y 1862, con aparejo auxiliar de fragata y máquina de vapor de 5.270 IHP, con un andar de 14 nudos. No fueron buques de madera recubierta, sino directamente de hierro con blindaje parcial. Como armamento disponía de 10 cañones lisos de 110 libras, 4 de 70 y 26 de 68.

Como era de prever se inició una carrera de armamentos navales que hizo que, en sólo cinco años, hubiese 91 buques de aquel tipo. Entretanto, en 1962, en Hampton Road se produjo el combate entre el Merrimack y el Monitor, en lo que fue la primera batalla entre dos acorazados. El primero se construyó a partir de una fragata medio hundida que los confederados hallaron en el arsenal de Norfolk. Desmontada su obra muerta se produjo encima de la viva una casamata acorazada hecha con planchas de hierro a partir del laminado de carriles de ferrocarril, dentro de la cual se hallaban 10 cañones de diversos calibres. Poseía un espolón proel y una máquina de vapor que le daba un andar máximo de 5 nudos. Como su franco bordo era poco menos que nulo, sus condiciones náuticas no eran tan siquiera aceptables.

El 8 de marzo de 1862, el Merrimack se plantó ante la flota de la Union que bloqueaba la bahía de Hampton Road y en corta y efectiva lucha les hundió el sloop Cumberland, rindió la fragata Congress, y no alcanzó a más ya que los otros buques se refugiaron en aguas menos profundas, donde no podía llegar por su mayor calado. Cuando, al día siguiente, intentó repetir la jugada, se halló frente a frente del Monitor, un diseño del ingeniero sueco Ericsson, asimismo un buque con nulo franco bordo y estrafalario aspecto, con una torre giratoria con dos cañones de avancarga de 280 mm. Avistados, empezaron a cañonearse mutuamente, pero sin obtener mayores resultados pues los proyectiles eran incapaces de perforar las respectivas corazas. El combate acabó en unas completas tablas y sólo con el resultado adverso de dejar ciego al comandante del Monitor, debido a la metralla de un proyectil que impactó en la mirilla de la torre blindada.

 

El monitor

El resultado más práctico del combate de Hampton Road cabe considerar fue la aparición de un tipo de buque de guerra que se caracterizaba por su gran desproporción entre artillería, desplazamiento y velocidad y cuyo principal papel era la defensa de costas. De las cualidades marineras del monitor habla que sus escasas navegaciones oceánicas resultasen más bien complicadas y, a menudo, asaz peligrosas. Así, los Monadnock y Miantonomoath, de la US Navy realizaron sendos viajes de alta mar, el primero hasta el Cabo de Hornos y el segundo a Europa. Aún y a pesar que ambas naves se estanqueizaron casi herméticamente, en especial las aberturas de sus torres, el primero realizó su periplo convoyado por otro buque de la Navy y recalando en todos los puertos posibles. El segundo, asimismo concienzudamente preparado a son de mar, estuvo en un tris de naufragar en pleno Mar del Norte.

Los progresos de la artillería obligaron a aumentar los gruesos del blindaje, lo que significó más peso y, en consecuencia, mayores desplazamientos, que también eran menester aumentar para admitir los superiores pesos del equipo de propulsión. Todo ello obligó a buscar fórmulas de compromiso en las que sólo se protegían los puntos más vitales, como la artillería, máquinas y calderas y el puesto de gobierno o comando. El británico Bellerophon (1866) fue el primer buque proyectado según la nueva distribución de pesos y el primer acorazado con doble fondo y subdivisión celular. Además, presentó la particularidad de poseer mayor calado a popa que a proa, con objeto que la hélice y el timón trabajasen en aguas más profundas y mejorasen el mando. Pero en este buque el tiro se realizaba principalmente por el través, lo que obligaba a una disposición del combate en línea de fila.

La batalla de Lissa (20 de julio de 1866), llamada así por haber tenido lugar muy cerca de aquella isla del Adriático, enfrentó a los austriacos al mando del contralmirante Von Tegethoff, a bordo del Erzherzog Ferdinand Max, con los italianos del conde Di Persano, en el Affondatore. Sobre el papel, la flota italiana era muy superior a la austriaca, la cual, si por su menor número y más antigüedad no fuera aún poco, había de luchar con artillería anticuada debido al embargo que ejercía Prusia contra el imperio austro-húngaro. Las enseñanzas del combate de Lissa comportaron una redistribución de la artillería, de modo que pudiese disparar en enfilada y, si se terciaba, por el través. Al propio tiempo, la franja acorazada se reducía en amplitud y ensanchaba a proa, en el espolón. Se construyeron varios buques con la nueva disposición, de los cuales los más conocidos son el Alexandra de la Royal Navy, el Devastation francés y el Kaiser alemán.

El 12 de junio de 1869 se entregaba a la Royal Navy el Monarch, el primer acorazado de torres giratorias que no podía considerarse como un monitor. Se trataba de un buque de porte similar a los demás, pero sobre cuya cubierta principal se habían dispuesto dos torres giratorias, cada una con dos cañones de 305 mm. de avancarga, que disparaban proyectiles de 275 kg. a unos 900 m. de distancia. Disponía de otros tres cañones de menor calibre (178 mm.) ubicados a proa y popa. La protección estaba formada por una cintura o franja de 178 mm., que se reducía hasta los 114 a proa y popa, un mamparo curvo a proa de 127 y el conjunto del reducto que alojaba las torres con blindaje de 178. Éstas disponían de protección lateral –el perímetro de la torre– de 254 mm. y el techo de 203, con otros tantos en el puesto de mando.

Al Monarch le siguió el Captain, en 1870, buque en el que se aplicaron los deseos que había expresado la comisión del primero, de modo que las torres se hallaban una cubierta más bajas y entre los palos mayor/trinquete la proel y mayor/mesana la popel, con similares protecciones en cintura y torres. Pero su franco bordo se había reducido, ya que de los 4,5 m. mínimos del Monarch, en el Captain había bajado hasta poco más de los 2, lo cual no era lógico para un buque oceánico y más si iba dotado de un completo aparejo vélico. Pero como las pruebas de estabilidad parecieron satisfactorias no se vio problema alguno en ello.

 

Desaparición del velamen

La noche del 6 al 7 de septiembre de 1870, navegando cerca de las costas españolas, y a la altura de Galicia, el Captain fue sorprendido por mal tiempo, dando la voltereta y hundiéndose con cerca de 480 hombres, entre los que había el propio diseñador. Se atribuyó el naufragio a varias causas, aunque hay quién opina que durante un bandazo entró agua por una de las torres, lo cual ocasionó una carena líquida que al siguiente bandazo le hizo dar la voltereta, a lo que ayudó de modo notable la altura y peso del aparejo completo que llevaba. Fuese cual fuese el motivo, el hecho es que a partir de aquel momento gran cantidad de acorazados vieron su aparejo desembarcado o reducido, o modificado radicalmente, en especial si disponían de torres, con lo que la propulsión se confió únicamente a la fuerza del vapor.

En 1873 fue entregado el primer buque con el nuevo aspecto ya de origen, el Devastation, al que le siguieron congéneres en otras armadas del mundo, conviviendo algún tiempo dos tipos distintos de buques, el acorazado de torres, desprovisto de velamen y con propulsión únicamente confiada al vapor, y el de barbetas, con un más o menos completo aparejo vélico, que había pasado de desempeñar un papel principal a otro auxiliar. En los acorazados con artillería ubicada en barbetas se solucionaba el problema de los pesos altos a base de desproteger a las dotaciones, pues en este tipo de montaje el cañón y la dotación confiaban su protección únicamente al círculo o perímetro de la barbeta, pero sin que la existencia de un carapacho les asegurase defensa alguna contra los proyectiles que incidían con trayectoria curva.

El acorazado de barbetas fue la respuesta francesa al problema del peso alto representado por la torre. Mantuvo cierto aparejo vélico, principalmente formado por velas áuricas, aunque los palos se empleasen más como soporte de armamento ligero (ametralladoras y similares) en las cofas, que no propios portadores de velamen. El primer buque que dispuso su artillería en barbetas fue el francés Océan (1868), con desplazamiento de 7.750 ton. y armamento de 4 cañones de 240 mm. y otros 6 más de 170 en una casamata inferior. La protección consistía en una franja acorazada de 203 mm., que se reducía hasta los 152 hacia popa, con 184 en la pared de la casamata y 152 en las barbetas. Con una potencia instalada de 3.781 IHP, alcanzaba una velocidad máxima de 13,7 nudos.

La nueva artillería obligó a pensar en cubiertas protectoras para hacer frente a los nuevos proyectiles perforantes con trayectorias curvas, lo cual exigió el aumento de espesores y pesos. Pero también tuvo que pensarse en aumentar el grueso y calidad de la protección vertical, puesto que los proyectiles en trayectorias tensas se demostraban igualmente efectivos ante las corazas débiles. Como el desplazamiento de los buques no podía elevarse más allá de un máximo y éste se hallaba ya muy próximo, no hubo otra solución que pensar en una limitación puntual del blindaje, con lo que se originaron dos tendencias, la franco-norteamericana y la anglo-italiana. La primera parecía inclinarse por la franja o cintura acorazada y la artillería en reductos abiertos, la segunda por el reducto acorazado al centro del buque y la artillería instalada en torres giratorias. Los primeros buques exponentes de cada tendencia fueron el italiano Caio Duilio (1876) y el francés Amiral Duperré (1879). En la quincena de años que medió entre 1890 y 1905, la aparición de la pólvora a la nitroglicerina –sin humo– y la constante mejora de los aceros y la tecnología artillera llevó a mayores ritmos de fuego, al tiempo que la mejora en su calidad, lográndose velocidades iniciales más altas y efectos perforantes más poderosos.

Con el combate del Yalú (1894) comenzó la era del cañón de tiro rápido, lo cual comportó una mayor presencia de esta artillería a bordo, pues resultaba muy eficaz en la lucha contra torpederos. La evolución del acorazado anterior al Dreadnought se realizó más en calidad que no en desplazamiento y medidas. Se trató siempre de buques con calibres algo caóticos y mezclados, abandonándose rápidamente la avancarga y ganando presencia la retrocarga, con lo que, a partir de 1890, ya sólo se utilizó ésta, aunque con longitudes de ánima limitadas, velocidades iniciales bajas y reducida cadencia de fuego. Se implantó de modo definitivo la torre giratoria con accionamiento hidráulico, a partir de la presencia de equipos generadores a bordo. Al constituir una instalación única el conjunto de torre y barbeta, se logró aumentar considerablemente la velocidad de tiro entre un disparo y otro, pues en los modelos precedentes el cañón tenía que volver a ganar la posición paralela a crujía para poder ser cargado, que, al disponerse de barbeta/torreta acopladas, giraban al unísono los elementos de carga y el propio cañón, con lo que éste sólo debía regresar al ángulo de elevación adecuado para ser recargado.

La llegada del Dreadnought condenó a la chatarra en el corto espacio de tiempo de un par de años –los que mediaron entre el proyecto y la puesta en servicio del británico– a una legión de buques, que pasaron de inmediato a oscuras misiones de protección o enseñanza, cuando no directamente a los chatarreros. Los años transcurridos hasta la llegada del moderno acorazado monocalibre –que por haber sido el Dreadnought el primero que navegó se conocen con ese hombre– vieron un constante desfilar de buques y tipos que se superaban unos a otros en tecnologías y prestaciones. Al no ser muchas las innovaciones que incorporaban de una sola tacada, citarlos y examinarlos uno a uno queda fuera de nuestras posibilidades, puesto que no dejaron de ser una buena cantidad, en especial a partir del momento en el que se añadieron a la carrera de armamentos navales países como Alemania y Austria-Hungría.

 

El cañón de retrocarga

En el corto espacio de tiempo que transcurrió entre el bombardeo británico del puerto de Alejandría (1882) y el combate del Yalú (1894), la artillería de los buques de guerra dio un cambio radical, pasando de avancarga a retrocarga, incluso al cañón de tiro rápido. Visto el tema desde ópticas más comerciales, no es extraño que en el último cuarto del siglo XIX se labrasen grandes fortunas, pues la carrera de armamentos fue total.

El motivo de tan radical y súbita sustitución fue la disponibilidad del cañón de retrocarga, pero de un modelo que resultase verdaderamente seguro, ya que los primeros con cierre posterior habían empezado a verse en 1846. Por otra parte, el rayado del ánima de las piezas, innovación que mejoraba el tiro a cambio de complicar la carga, exigía que se hallase una solución eficaz, porque con el rayado del ánima el proyectil ganaba en alcance y precisión, lo cual ofrecía ventajas militares y hacía obligado su uso. Cabría considerar que todas estas innovaciones no fueron posibles porque sí, si no por disponerse de una poderosa industria pesada fruto de la revolución industrial, comenzada tiempo atrás. Las nuevas siderurgia y metalurgia, con sus perfeccionamientos, le daban a la industria armamentística la posibilidad de aumentar la velocidad inicial del proyectil, que comportaba un importante efecto sobre el rendimiento obtenido con el impacto. Pero, además, una industria siderometalúrgica adecuada permitía obtener mejores aceros, que penetraban de modo más efectivo los blindajes del momento, basados únicamente en aleaciones y tratamientos de la masa, con lo cual podían mantenerse o incluso reducirse los calibres, lo que eliminaba la necesidad de acudir a los enormes y pesados cañones diseñados en la década de los años 1880.

A finales del siglo XIX la tecnología armamentística naval se hallaba frente a determinados retos que, por regla general, se identificaban con el torpedo, la distancia efectiva de combate artillero, la velocidad y la protección ante las explosiones submarinas. El torpedo, con sus crecientes carreras, que casi igualaban el alcance de la mayor artillería naval del momento, estaba a un paso de convertir poco menos que en inútiles los grandes cañones, por cuanto los torpederos iban a poder lanzar sus torpedos fuera de su alcance máximo. Y aunque con la disponibilidad de cazatorpederos podía creerse solucionado el problema, siempre cabía el disparo nocturno afortunado. Por ello era menester pensar en otra defensa activa contra el torpedero: aumentar en buena medida la distancia de combate, algo que conllevaba determinadas ventajas artilleras, pero traía de la mano la necesidad de incrementar la velocidad, con objeto de obtener mejores posiciones favorables respecto al enemigo, optimizándose de ese modo el rendimiento de la instalación. Además, la proliferación y variedad de calibres a bordo de los acorazados obligaba a racionalizarla, pues ésta no dejaba de presentar problemas de tipo logístico. Para la protección pasiva contra las explosiones submarinas de cualquier origen, pues no solo era necesario contar con el torpedo si no también con la mina en cualquiera de sus versiones, el único camino factible era lograr una compartimentación efectiva, lo cual obligaba a que fuese mayor, mejor resuelta y más eficiente.

Compaginar de modo adecuado estas necesidades comportaba un cambio notable en el diseño general de los buques pesados. En 1903, el ingeniero italiano Cuniberti preconizó ya su proyecto de buque monocalibre, idea que defendía asimismo el almirante Fisher, primer Lord del Almirantazgo británico. En enero de 1905, justo recién capitulado Port Arthur ante los japoneses y cuando la guerra ruso-japonesa aún no estaba decidida, se celebró una reunión de entendidos en el tema bajo la presidencia de Fisher, con objeto de examinar un proyecto de acorazado ideado por éste, el cual rompía con las ideas del momento. La idea básica era construir uno cuya artillería pesada fuese de un calibre único y capaz de disparar a grandes distancias, así como provisto de elevada velocidad.

 

Tsushima y el “Dreadnought”

Tsushima (1905) validó plenamente las idas de Lord Fisher, pues en él la distancia de tiro aumentó considerablemente; los blindajes demostraron la necesidad de incrementar el número de cañones de los calibres mayores, pues resistieron perfectamente los disparos de los medianos; la velocidad demostró su importancia, permitiendo que el almirante Togo se mantuviese en la mejor y más favorable posición, al tiempo de conservar la iniciativa y, por último, el torpedo se empleó profusamente y se utilizaron en masa y por primera vez en la historia torpederos y destructores que lanzaron varios enjambres de torpedos automóviles.

La aplicación práctica de las teorías de Fisher cristalizó en un buque que revolucionó las armadas de todo el mundo y dejó obsoletos a todos los acorazados existentes de la noche a la mañana: el Dreadnought, el cual rompió todos los records de construcción, pues su quilla se arboló el 2 de octubre de 1905, se botó sólo 18 semanas más tarde, el 10 de febrero de 1906, realizó pruebas de mar el 3 de octubre de 1906 y se entregó dos meses más tarde, en diciembre. Su costo fue un tanto alto, 1.783.883 libras esterlinas, y la crisis que ocasionó afectó al Reino Unido más que a ningún otro país, pues no en vano la Royal Navy poseía la flota más poderosa del momento y con su entrada en servicio se halló que todos sus acorazados quedaron convertidos en antiguallas en un abrir y cerrar de ojos.

El Dreadnought era superior a todos los demás acorazados del momento en velocidad y armamento. Con su mayor velocidad podía imponer la distancia de combate, quedando fuera del alcance del enemigo, pero a la vez abrumarlo con su mucho mayor masa de fuego de grueso calibre. Otro hito fue su propulsión, por turbinas, siendo el primer acorazado que las montó, aunque las calderas quemasen carbón. Curiosamente, al iniciarse la era de los Dreadnought se produjo una cierta confusión por lo que reza al número y posición de las torres, así como la cantidad de cañones por torre, lo cual no permitió que, desde los primeros momentos, la disposición de la artillería fuese óptima. Junto con él, y fruto asimismo de la mente de Lord Fisher, hizo su aparición el crucero de batalla, como un apéndice del acorazado, del cual se diferenciaba en su menor protección y mayor velocidad, pero con una artillería virtualmente idéntica. En especial los británicos fueron buques con un resultado en combate más bien mediocre, los cuales no salieron demasiado bien librados del enfrentamiento con sus congéneres alemanes en Jutlandia.

La I Guerra Mundial (PGM) consagró el cañón de gran calibre en los acorazados y similares. En otros aspectos, también se demostró importante en cuanto al papel del sumergible y, hacia su final, comenzó a mostrar la futura importancia del avión embarcado. En lo que se refiere a combates navales de superficie, el de mayor trascendencia fue Jutlandia/Skagerrak. Asimismo hubo otros, aunque de menor envergadura: Dogger Bank, Malvinas, la caza del Emden, etc., pero en ninguno fue tan elevado el número de acorazados presentes.

En Jutlandia, el Super Dreadnought, nombre que se dio a los buques de las generaciones posteriores con artillería de mayor calibre, demostró que el poder del cañón naval pesado había llegado a su cenit, así como que las diversas tecnologías necesarias para su funcionamiento podrían superarse ya en muy poco. Los calibres utilizados alcanzaron el máximo empleado a bordo de un buque (457,74 mm., o 18 pulgadas), utilizados en uno de los buques de más efímera vida artillera, el crucero de batalla Furious. La tecnología artillera empleada en aquellos cañones de gran calibre –de 280 mm. hacia arriba– se demostró la más efectiva y puesta a punto. Tanto que básicamente los cañones navales utilizados en la SGM venían a ser casi idénticos, alcanzando las diferencias más a los sistemas auxiliares de elevación, orientación, carga, etc. que no al propio cañón en sí. Un punto que se demostró importante en la precisión del tiro fueron los telémetros.

Debido a la irrupción de la aviación embarcada, en la SGM las acciones navales artilleras fueron más bien escasas y puntuales. En cierto orden cronológico, acaso las más importantes consistieron en la batalla del Río de la Plata; la pérdida del portaaviones Glorious; la batalla del cabo Matapán; el hundimiento del Hood por el Bismarck; el del propio Bismarck por los King George V y Rodney; el del Scharnhorst por el Duke of York y, en el Pacífico, y el del Kirishima por los Washington y South Dakota. Finalizada la SGM, hubo varias ocasiones en que la artillería naval de gran calibre prestó de nuevo su concurso, pero no fue en combates cuerpo a cuerpo contra congéneres, si no en un papel que se había demostrado muy efectivo en la campaña del Pacífico en la SGM: el ataque a fortificaciones terrestres.

 

PIES DE FOTOS (SEGÚN APARECEN)

El episodio de la Gran Armada fue el primero en el que el cañón fue decisorio, al no permitir los abordajes: aquí se aprecian sus buques en el puerto de Lisboa, en mayo de 1588, listos para zarpar (Colección Museu Marìtim de Barcelona).

 

La fragata francesa “Gloire” fue el primer acorazado de la historia. En la foto vemos un modelo de este buque realizado por un modelista desconocido (Colección Josep de Dios).

 

Durante la I Guerra Púnica apareció un arma que resultó definitiva entonces, el llamado "Corvus", inventado por Caio Duilio, que consistía en un puente provisto de un clavo de gran tamaño, el cual se incrustaba en las cubiertas adversarias, con lo que ambos buques quedaban trabados y a merced de las temidas legiones romanas (modelo de Vicenç Roca, foto Camil Busquets).

 

La aparición de las torres giratorias comportó una revolución tecnológica. En la foto, el acorazado británico HMS “Ajax” (1879) con dos torres dobles y cañones de 317 mm. de avancarga y rayados (Colección Enric Oliver).

 

A finales del siglo XIX la US Navy disponía de un cierto número de monitores, unos buques de cualidades náuticas mínimas, aptos casi únicamente para ser empleados en aguas fluviales o costeras interiores. En la foto se ve el “Monterrey”, de principios del siglo XX (colección Josep de Dios).

 

La aparición del “Dreadnought” –en la foto con tangones para redes “Bullivant”– comportó una verdadera revolución en las armadas y condenó al desguace o a tareas de segunda y tercera fila a todos los acorazados que había (Colección Camil Busquets).

 

La llamada clase “Admiral” estuvo formada por cuatro buques, siendo el primero de ellos el “Anson” (1886), en la foto. No utilizaba aparejo vélico y disponía su artillería de 342 mm. de retrocarga en barbetas dobles (Colección Enric Oliver).

 

Todos y cada uno de los países poderosos se lanzaron a construir cantidades de “Dreadnoughts”, pues la cantidad de esos buques que poseía una armada era lo que la colocaba en el “ranking” mundial. En la foto acorazado norteamericano USS “Nevada” hacia 1916, con sus característicos palos de celosía (Colección Leo van Ginderen).

 

La Royal Navy construyó durante la I Guerra Mundial un buen número de acorazados, entre los que se hallaban los cinco “Queen Elizabeth”, con disposición “Michigan” y ocho cañones de 381/42 mm. En la foto el “Valiant”, cuarto de la clase, hacia 1935 (Colección Leo van Ginderen).

 

Sin duda alguna, uno de los acorazados más célebres de la historia, tal vez el que más, fue el “Bismarck” alemán. Es posible que su fama provenga de haber combatido contra el “Hood” o protagonizar una de las persecuciones de mayor emoción (Colección Josep de Dios).

 

Los mayores acorazados de la historia, así como los más poderosamente armados, fueron la pareja de “Yamato” y “Mushashi” japoneses –el primero en la foto–, pero llegaron tarde a su destino siendo hundidos por la aviación de la US Navy a base de torpedos y bombas (Colección Josep de Dios).


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