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Guatemala: 25 años de guerra civil

Ayer noticia

El triunfo del Frente Sandinista en Nicaragua y los repetidos éxitos militares del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional en El Salvador, han relegado a un segundo plano las actividades de las organizaciones guerrilleras guatemaltecas, de las cuales la mayor parte de la opinión pública no tiene, ni tan siquiera, conocimiento de su nombre.

Hace dos décadas, sin embargo, las cosas no eran así, pues releo viejos recortes de Prensa y encuentro una situación muy distinta. Tras Colombia, Venezuela y Perú, Guatemala ocupa el cuarto puesto en la escala de importancia por la actividad de la guerrilla, dice un despacho de agencia de septiembre de 1965. Y un año después, en mayo de 1966, un especialista español en política internacional no dudaba en escribir: Inopinadamente, Guatemala se ha constituido en el foco guerrillero más fuerte de la inquieta Iberoamérica guerrillera. Ni Colombia, con sus repúblicas independientes, pero sitiadas por la fuerza pública; ni Venezuela, donde las guerrillas están decreciendo rápidamente y apenas se mantienen en las zonas montañosas ni el Perú, donde el Ejército casi ha liquidado a la subversión, pueden compararse con el estilo audaz que están empleando los guerrilleros guatemaltecos.

LA GUERRA CIVIL CENTROAMERICANA

El conspicuo Henry Kissinger, acompañado por un cierto número de congresistas estadounidenses, recibió en 1983 el encargo de elaborar un estudio sobre los conflictos que sacuden a Centroamérica, cuyas conclusiones presentó en enero de este año. Gracias a su inefable informe nos hemos podido enterar de que los españoles —la herencia española, para ser más exactos— somos los responsables de la guerra civil que asola la mayor parte de las republicas centroamericanas. La torpe cortina de humo lanzada por este alto funcionario de varias grandes empresas transnacionales no ha podido, sin embargo, ocultar cuál es el origen verdadero de estos conflictos, que no se deben a ninguna herencia cultural sino a las injusticias sociales que genera el neocolonialismo económico, así como a la directa intervención de los EE.UU. en la política interior de los Estados de esta región.
Para comprender el origen real de la subversión, más que leer el informe Kissinger —que, literariamente hablando, debe ser indigesto— es mejor acudir a la magnífica trilogía que Miguel Ángel Asturias, el Premio Nobel de Literatura guatemalteco, dedicó a la frutera —nombre que los autóctonos dan a la todopoderosa y omnipresente United Fruit Company (UFC)—, compuesta por los siguientes títulos ‘Viento Fuerte” “El papa verde” y “Los ojos de los enterrados”.
Guatemala, país fundamentalmente campesino (según datos oficiales el 65 por 100 de la población activa es agrícola, pero las cifras están por debajo de la realidad) padece una estructura de la propiedad absolutamente injusta. Un 2,9 de los propietarios de tierras ocupa el 62 por 100 de éstas, situadas además en las regiones más fértiles. En el otro extremo, un 87 por 100 de los campesinos tienen parcelas inferiores a las 1,8 Ha. Partiendo de esta estructura, los males sociales se multiplican: paro generalizado, escasez de vivienda, bajísimo nivel educativo, deficiente estructura sanitaria, etc. La mortalidad infantil, uno de los datos más elocuentes para conocer la situación real de un país, es anormalmente alta en Guatemala, donde nueve de cada cien niños nacidos no llega a cumplir su primer año.
Detrás de tan triste situación hay que buscar la sombra de la UFC, la mayor propietaria de tierras del país. La frutera controla además, a través de empresas filiales, los ferrocarriles, la producción de energía, etc., Como primus inter pares dentro del clan de los latifundistas es la más interesada en el mantenimiento del estatus vigente. Los EE.UU. son los principales responsables de la marcha económica. Las inversiones estadounidenses en Guatemala son, por poner un ejemplo, el doble de importantes de las realizadas en El Salvador. Hacia los Estados Unidos van más de la tercera parte de las exportaciones y de allí llegan el 35 por 100 de las importaciones. La penetración económica estadounidense no decrece, sino que aumenta. Los pozos petrolíferos de la provincia selvática de El Peten han caído en sus manos. La empres a Exploración y Explotación Minas Izabal (EXMIBAL) subsidiaria de la estadounidense International Kinckel and Hanna Mining Co., es una buena prueba de cómo el capital estadounidense no cesa en su afán de controlar nuevas áreas productivas.

foto: Soldados guatemaltecos interrogan a un campesino. Arma y casco son israelíes. ​

Un repaso, siquiera muy somero, a la reciente historia política guatemalteca contribuye a evidenciar cómo la constante ingerencia del gran vecino sajón del Norte es la responsable, en gran medida, de los males nacionales.
Allá por los años 30 se estableció la dictadura del general Ubico, quien tiene el dudoso honor de haber pasado a la posteridad como la figura paradigmática del dictador uniformado al frente de una república bananera. Ubico no solo amplió las concesiones a la frutera, sino que incluso cedió bases a las Fuerzas Armadas estadounidenses durante la SGM. En junio de 1944 se vio interrumpido su servicial mandato por un movimiento cívico-militar apoyado por la pequeña burguesía, la intelectualidad y los oficiales jóvenes.
Se abría así una década de transformaciones sociales y políticas bajo las presidencias de Juan José Arévalo (1945) y del coronel Jacobo Arbenz (1950). Arévalo, un feroz antiestadounidense (véase si no su libro “El tiburón y la sardina”) renovó la burocracia y el Ejército, fortaleció los sindicatos, promulgo leyes sociales de gran trascendencia... Pero fue Arbenz quien desafió a Washington, confiscando el capital de la IRCA —la compañía ferroviaria filial de la frutera— por impago de impuestos y requisando 162.000 Ha. propiedad de la UFC. Era más de lo que la compañía frutera de Boston estaba dispuesta a permitir, así que puso en marcha su réplica.
Dos autores estadounidenses, Stephen Schlesinger y Stephen Kinzer, han descrito minuciosamente en su libro “Fruta amarga. La historia no contada del golpe norteamericano en Guatemala, lo sucedido”. Se empezó con una campaña de Prensa tan amplia como bien orquestada, dirigida a convencer a la opinión pública de los EE.UU de la inminente caída del país centroamericano en las garras del comunismo y de los peligros que eso suponía para la propia seguridad. Un botón de muestra: En Guatemala, a dos horas del canal de Panamá para un avión de bombardeo... Así era como iniciaba la revista “Life” un artículo sobre el comunista Arbenz en noviembre de 1953. Tras convencer a los estadounidenses —empresa nada difícil, por otra parte—, la UFC consiguió que el Gobierno de Washington se hiciera cargo del caso, y éste logro en marzo de 1954 que los miembros de la Organización de Estados Americanos (OEA) aprobaran una resolución contra Guatemala para la defensa del Hemisferio de la agresión comunista. Ya sólo faltaba pasar a la fase ejecutiva del plan. No fue difícil encontrar el hombre adecuado, en este caso el coronel Castillo Armas. Los yanquis pusieron el resto. Se crearon unas fantasmagóricas Fuerzas de Liberación Nacional que entraron en el país desde Honduras; pero como obviamente no podían derribar a Arbenz por sí solos, la aviación echó una mano. Despegando desde Honduras y Nicaragua los aparatos estadounidenses —a los que se había borrado todo distintivo— inundaron Guatemala de propaganda a favor de Castillo Armas y, el 18 de junio de 1954, pasaron al ataque directo, bombardeando y ametrallando el Palacio presidencial y varios cuarteles capitalinos. Ante la confusión, y para evitar males mayores, Arbenz dimitió. ¿Era un rojo? Muy difícilmente puede creerse algo así. En realidad, al hacerse cargo de la presidencia había sintetizado su proyecto político en estos términos: Quiero transformar a Guatemala de país dependiente con una economía semicolonial en un Estado capitalista moderno económicamente independiente. Los EE.UU. se opusieron a este proceso de modernización en el que veían un peligro para sus intereses.

EL GOLPE DE ESTADO, INSTITUCIONALIZADO

Desde el golpe de Castillo Armas, Guatemala ha vivido de forma casi permanente bajo régimen militar. La famosa aseveración del mariscal Ludendorff, según la cual las bayonetas pueden servir para muchas cosas, menos para sentarse sobre ellas, no parece valer para los generales guatemaltecos. Uno tras otro se han sucedido en la poltrona presidencial, a veces mediante los consabidos pucherazos electorales, muy facilitados por la masiva abstención y la ausencia de alternativas reales a los candidatos oficialistas. A Castillo Armas, que murió asesinado, le sucedió el candidato gubernamental general Ydígoras (1958). Pese a que Ydígoras permitió a los EE.UU. que adiestraran en Guatemala a los exiliados cubanos que participaron en la fracasada invasión de bahía Cochinos, el hecho de que no supiera impedir el surgimiento y primer desarrollo de la guerrilla, unido al anuncio de que Juan José Arévalo iba a concurrir al próximo proceso electoral, bastó para que el Ejército lo depusiera tras un golpe de opereta protagonizado esta vez por el coronel Peralta Azurdia, quien se autonombró presidente (marzo 1963). Nuevas elecciones dieron el triunfo al centrista Julio César Méndez Montenegro (1966) el último presidente civil. En efecto, a Montenegro le sucedieron el coronel Carlos Arana Osorio (1970)) el general Kjeil Laugerud García (1974) y a este el general Romeo Lucas Garcia. El mecanismo hubiera seguido indefinídamente funcionando sobre la misma pauta de no haber sido porque el general Efraín Ríos Montt dio un golpe de Estado el 23 de marzo de 1982, adelantándose a la inminente proclamación del enésimo presidente- general elegido en la última consulta electoral (Aníbal Guevara en este caso). Ríos Montt justificó su golpe en nombre de los cambios que dijo iba a introducir en el país. Nada cambió, sin embargo, y el mesiánico general-predicador-presidente Ríos Montt fue a su vez depuesto, por vía golpe de Estado, el 8 de agosto de 1983, sustituyéndole su compañero de armas, el general Mejías.

foto: Campesinos reclutados para servir en el Ejército esperan su transporte a un centro de reclutas.

SURGE LA GUERRILLA

No todo el Ejército guatemalteco estaba dispuesto a asumir el papel de defensores de la oligarquía. En agosto de 1954 se levantaron los cadetes contra Castillo Armas, siendo prontamente derrotados. Mucho más serio fue el levantamiento de casi una tercera parte del Ejército contra Ydígoras, el 13 de noviembre de 1960. También este intento fue reprimido, pero varios de los jóvenes oficiales implicados (Luis Augusto Turcios Lima, Marco Antonio Yon Sosa, Alejandro de León) fueron los creadores de los primeros grupos guerrilleros.
En efecto, Yon Sosa (apodado el Chino por ser su padre un inmigrante oriental) volvió al país desde su exilio hondureño en 1962 para crear en los bosques de la fronteriza región de Izábal la organización guerrillera Movimiento 13 de noviembre. En la capital del país, simultáneamente, se vivieron importantes movilizaciones contra el régimen de Ydígoras, organizadas por el Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT) y el movimiento estudiantil Frente Unido de Estudiantes Guatemaltecos Organizados (FUEGO) Ante la dura respuesta de Ydígoras, el PGT y FUEGO decidieron aliarse al MR 13 para crear las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR).
En 1963, la oposición armada intentó crear  nuevos frentes guerrilleros, con el objetivo estratégico de aislar a la capital. La operación se saldó con un fracaso total. Inexpertos y poco preparados para su tarea, los guerrilleros que pretendieron establecerse en Huehuetenango —junto a la frontera mexicana— fueron cercados y eliminados totalmente. Otro grupo, que intentó acomodarse a unos 60 km. al Norte de la capital, fue también fácilmente derrotado. Poco después, sin embargo, un puñado de antiguos miembros del FUEGO tuvo más éxito, pues dirigidos por Edgar Ibarra lograron asentarse en la sierra de las Minas. Su jefe moriría poco después en combate y para dirigir el ahora denominado Frente Edgar Ibarra —segundo frente guerrillero permanente— se eligió a Turcios Lima, otro de los oficiales que participaron en la sublevación de 1960.
Pero el desarrollo de la guerrilla encontraba igualmente problemas ideológicos. El PGT, en el que siempre había existido una confrontación entre los partidarios de la lucha militar y los que defendían la acción política, abandono su alianza con el MR 13 en jumo de 1964. Dos años después, el PGT decidió apoyar la candidatura de Méndez Montenegro, lo que le valió críticas feroces por parte de sus antiguos compañeros de armas. Finalmente, un sector del PGT (conocido desde entonces como PGT Núcleo de Dirección Nacional) opto por volver a tomar las armas.
Y no era éste el unico conflicto entre los guerrilleros. Desde 1964 se enfrentaban también Yon Sosa y Turcios Lima. Este último acusaba a el Chino de desviacionismo, de haber caído en posturas troskistas y de ser pro-maoísta, mientras que —a su entender— Guatemala no necesitaba de estas posturas maximalistas sino realizar su propia revolución nacional. La celebre Conferencia Tricontinental de La Habana (1966) sirvió de caja de resonancia para todos estos conflictos. Yon Sosa atacó al PGT, Turccios recibió fuertes recriminaciones de este partido y a su vez denostó contra Sosa y así sucesivamente…

foto: Fuerzas del Ejército Guerrillero de los Pobres, en su zona de operaciones.

Pese a este confuso cuadro de enfrentamientos internos, la guerrilla obtuvo, sin embargo, algunos éxitos militares. Y, paulatinamente, volvió a recuperar su unidad de acción. El PGT-NDN y el Frente Edgar Ibarra recrearon las FAR, si bien en 1966 la renacida organización recibió un golpe durísimo al ser detenidos y desaparecer 28 de sus más importantes dirigentes, que participaban en una conferencia. Tras este desastre, Turcios y Sosa se acercaron de nuevo, para acordar finalmente la coordinación de sus actividades insurgentes a fines de 1966. Esto supuso un relanzamiento espectacular de la actividad armada, que no fue frenada por la muerte accidental de Turcios Lima.
El presidente Julio Méndez Montenegro ofreció a los insurgentes, al principio de su mandato, la posibilidad de abandonar las armas, pero como su llamamiento fue desoído por los guerrilleros no dudó ya en dar carta blanca al Ejército, que desencadenó una gran campaña contra los hombres del Frente Edgar Ibarra, en la sierra de las Minas. Las operaciones, dirigidas por el coronel Carlos Arana Osorio, hicieron que este frente guerrillero capitulase en la primavera de 1967. Sólo una parte de sus hombres logró alcanzar las posiciones del MR 13.
La guerrilla optó entonces por trasladar su acción al ámbito urbano. Ya en 1966, las FAR habían dado un golpe de gran efecto al secuestrar al ministro de Información y al presidente de la Corte Suprema de Justicia, para pedir la libertad de los 28 dirigentes del FAR desaparecidos. En agosto de 1967 asesinaron al jefe de la Policía guatemalteca y en enero de 1968 liquidaban al coronel John Webber y al comandante Ernest Munro, respectivamente agregado militar y naval de la Embajada de los EE.UU. En agosto de este mismo año le tocó el turno de morir al embajador estadounidense, John Gordon Mein.
A principios de 1969 pareció lograrse una relativa calma, pero pronto continuaron los golpes de la guerrilla urbana, destacando el secuestro y posterior asesinato del embajador alemán. La guerrilla rural de las FAR hizo acto de presencia en nuevas zonas, siempre siguiendo la estrategia de cercar a la capital. Una de las regiones afectadas fue la comarca de Coban donde, a fines de año, se lanzaron ataques de envergadura contra instalaciones petroleras. Igualmente, en las comarcas del Sur de la capital, y también en las provincias de San Marcos y Escuintla, se hizo ostensible la presencia armada. El MR 13 continuó dominando en su santuario de la región de Izábal.
Las elecciones de 1970 dieron el triunfo al coronel Carlos Arana, candidato gubernamental naturalmente. Su éxito contra los hombres del Frente Edgar Ibarra le había valido esta nominación. Pocos meses después, Carlos Arana decreto el estado de sitio, que se mantuvo durante todo un año (desde noviembre de 1970 hasta el del año siguiente). Se desató una represión fortísima en la que el Ejército y la Policía contaron con el entusiasta apoyo de numerosas organizaciones armadas de extrema derecha, que se venían desarrollando desde tiempo atrás. Existían 14 de ellas en 1968, pero la más famosa era el Movimiento Anticomunista Nacional Organizado (MANO), generalmente conocido como la Mano blanca. El propio coronel Arana había liderado otra de ellas, la Nueva Organización Anticomunista (NOA). En mayo de 1967 estos pequeños grupos se confederaron en el seno del Comando Anticomunista de Guatemala (CADEG). Naturalmente, los miembros de estos grupos eran los blancos predilectos de las guerrillas. En enero de 1970 fue asesinado, por ejemplo, el periodista Isidoro Zarco, responsable del Frente de Resistencia Nacional.
No tuvo Arana un mandato afortunado. Se multiplicaron los escándalos financieros (firma del contrato con EXMIBAL compra por el Gobierno de la Empresa Eléctrica de Guatemala a un precio extraordinariamente hinchado, etc.). Se abatió sobre el país una espantosa sequia aunada a una desoladora inflación como consecuencia de la crisis monetaria internacional. Además, el régimen de Arana concitó contra sí una casi unánime protesta internacional y no supo frenar una serie de importantes huelgas del sector público en marzo-agosto de 1973. Como éxito fundamental de su mandato Arana sólo pudo señalar la casi total ausencia de actividad armada rural y urbana. La guerrilla, ya muy debilitada desde el bienio 1966-67, sólo pudo mantenerse en la selvática y alejada región de El Petén.
Pero la lucha armada no tardaría mucho en reaparecer. Bajo la presidencia de Kjell Laugerud saltó a la palestra un nuevo grupo, el Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP) que dio sus primeros golpes en 1975, aunque su proceso de constitución databa de cuatro años antes. Sus cuadros procedían de las FAR y buscaron expresamente establecerse en las regiones más pobladas por indígenas, las que más sufren la indigencia y el paro. Las FAR, por su parte, volvieron de nuevo a la carga, creando núcleos armados en distintas zonas del país.
A Kjell le sucedió el general Lucas (elegido con un 65 por 100 de abstención en las urnas...), quien incrementó aún más la dureza de las operaciones contrainsurgencia. Empezó a ser habitual el exterminio total de aldeas de indios. La matanza de Panzos, donde más de un centenar de indios kekchies perdieron la vida, se ha convertido en el símbolo de esta nueva fase represiva.
No es de extrañar que la presencia de indígenas (que constituyen el 60 por 100 de la población y pertenecen a cerca de 20 etnias distintas) sea cada vez más notable en la guerrilla. Y que en 1979 surgiera el primer grupo guerrillero genuinamente indio, la Organización del Pueblo en Armas (ORPA), pacientemente organizado tras casi ocho años de trabajo clandestino. Su núcleo principal batalla en la región suroccidental, la más genuinamente india.
El hecho que volvió a atraer hacia Guatemala la atención pública internacional fue, sin duda, la ocupación por parte de campesinos indios, de la región de El Quiche, de la embajada de España en Ciudad de Guatemala. Por orden directa, al parecer, del general Lucas García, y dirigidas desde un helicóptero —según los testigos— por el entonces jefe del EM del Ejército, general Ríos Montt, las fuerzas de Seguridad asaltaron, el 30 de enero de 1980, la embajada en cuestión, exterminando a todos los campesinos ocupantes. A duras penas pudo el embajador salvar su vida. España rompió inmediatamente sus relaciones diplomáticas con Guatemala y hasta el momento presente siguen sin reanudarse.
En 1981, la guerrilla había vuelto a alcanzar un importante nivel de operatividad. Según “Newsweek”, ese año los grupos guerrilleros realizaron 383 acciones armadas (cuatro veces más que el año anterior...) y ocasionaron —ahora según los datos de los insurgentes— unas 3.200 muertas entre el Ejercito, la Policía, los funcionarios estatales y los activistas de los partidos derechistas.

foto: Los pasajeros de un autobús, detenido por el Ejército, se alinean para su identificación.

LA SITUACIÓN ACTUAL

En Guatemala actúan varios partidos de extrema derecha, con nombres tan sorprendentes como Partido Revolucionario, Partido Institucional Democrático, Partido Nacionalista Renovador... Otro grupo, el de los seguidores de Arana, abandonó su denominación anterior (Central Aranista Organizada) por el de Central Auténtica Nacionalista. Como fuerza principal dentro de este campo destaca el Movimiento de Liberación Nacional (MLN). En mayor o menor medida, todos estos grupos apoyan los distintos gobiernos militares y son los adalides de la alianza con los EE UU. Cuando Reagan ganó las elecciones presidenciales sus miembros celebraron, en Guatemala, fiestas por todo lo alto, pues pocos estadounidenses eran más aborrecibles para ellos que el ex-presidente Carter, quien había cortado la ayuda militar a este país centroamericano pretextando las constantes violaciones de los derechos humanos por parte de sus Fuerzas Armadas y de Seguridad.
La única oposición legalmente autorizada y de alguna envergadura es la del Partido Demócrata-Cristiano, que muy a menudo ve cómo sus hombres caen víctimas de los grupos clandestinos ultraderechistas armados que, con diversos nombres (Mano blanca, Ejército Secreto Anticomunista, Escuadrones de la Muerte...) operan en el país y para los cuales no son más que comparsas del comunismo.
En oposición a los presidentes-generales, que últimamente parecen optar mas por el golpe de Estado que por la pantomima electoral, se ha producido un creciente proceso de concentración de las fuerzas opositoras de izquierda. Tal tendencia viene manifestándose desde hace ya tiempo. Quizá el primer paso importante fue la constitución, en abril de 1976, del Comité Nacional de Unidad Sindical. En febrero de 1979 se creó el Frente Democrático contra la Represión y un año después, tras los trágicos episodios de la embajada española, el Frente Popular 31 de Enero, cuyo mismo nombre ya evidencia la trascendencia que tuvieron los hechos acaecidos en esa representación diplomática. En febrero de 1982, finalmente, nació el Comité Guatemalteco de Unidad Patriótica, del que forman parte representantes de las distintas fuerzas sociales opositoras.
Pero la operación unitaria más trascendente ha sido la formación de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) como frente confederal de las cuatro organizaciones guerrilleras (EGP, FAR, ORPA y PGT-NDN), hecho ocurrido en enero de 1982. Semejante paso no ha dejado de tener, naturalmente, repercusiones directas en la intensidad y envergadura de las acciones insurgentes.
La situación político-militar ha continuado enrareciéndose desde que empezó la década. El golpe de Estado de Ríos Montt, que al principio supuso algunas esperanzas, fue simplemente un suma y sigue. El general, predicador de una secta evangélica que recibe fuertes apoyos de iglesias estadounidenses, en especial de la californiana The Church of the World prometió combatir la corrupción y las arbitrariedades. Pero, cuatro meses después del golpe de Estado, el 1 de julio de 1982, instauro el estado de sitio. En octubre del mismo año, la organización Amnistía Internacional daba a conocer un exhaustivo informe sobre matanzas masivas de campesinos que permitían hablar casi de un genocidio. Ríos Montt se defendió aduciendo que los muertos eran guerrilleros, o bien gentes asesinadas por éstos. Y que, en todo caso, tanta violencia era comprensible por estar dándose la batalla final contra la guerrilla. El general-predicador no se privó de montar algún número macabro. Coincidiendo con la visita del Papa a su país hizo ejecutar a unos cuantos guerrilleros. Este procedimiento, que exigía la formación de una causa, el correspondiente juicio y los restantes trámites legales al uso, es absolutamente inhabitual en las prácticas guatemaltecas y se llevó a cabo sólo con el fin de tratar de disuadir de su visita al Pontífice, ya que obviamente era mirado por Ríos Montt como un enemigo religioso.
El único que pareció creer —a lo mejor lo creyó en realidad— en las afirmaciones de Ríos Montt fue el presidente Reagan. En el transcurso de la gira Iberoamericana que le llevó a Brasil, Colombia y diversos países centroamericanos, Reagan recibió a los presidentes de Honduras, El Salvador y Guatemala. Al acabar la entrevista Reagan-Ríos Montt (4 de diciembre de 1982) el primero no tuvo empacho alguno en declarar que su interlocutor ha sido realmente muy maltratado por la Prensa y que estaba totalmente entregado a la causa de la democracia en Guatemala. Reagan se hizo así el portavoz de las tesis oficiales del Gobierno guatemalteco, según el cual lo que se vive en el país es el asedio a una democracia por parte de los extremistas de izquierda.
Ya en marzo de 1982, Reagan había pedido al Congreso que se reiniciara la ayuda militar a Guatemala, aunque según la guerrilla ésta se había reanudado, clandestinamente, desde junio de 1981. Los portavoces del Pentágono dijeron, tendiendo un velo de justificación sobre lo que ocurría en Guatemala, que los abusos cometidos por el Ejército se deben a la escasa preparación de las tropas y a la estructura deficiente del mando; y estos defectos pueden ser eliminados gracias a los programas de instrucción estadounidenses.

foto: Elementos militares ante el Palacio Nacional en el curso de uno de los tantos golpes de Estado.

Ríos Montt no derogó en todo su mandato el estado de sitio, y bajo el mismo se crearon tribunales militares especiales con métodos drásticamente expeditivos. Otro de los pasos dados por él fue la constitución de la Guardia Civil como fuerza unificada de policía y que, a similitud de la española, tendría funciones civiles pero estructura, armamento y vinculación militar. Con Ríos Montt, en fin, se superó la cifra de los 100.000 muertos víctimas de la violencia política desde que empezó la guerra civil hace ya más de 20 años, tras la intervención contra Arbenz. Se calculaba, también, que más de 100.000 guatemaltecos se hallaban exiliadados o refugiados en Honduras y México, y que hasta 500.000 personas fueron desplazadas de sus asentamientos para concentrarlas en aldeas seguras, lejos de la posible influencia de las guerrillas.
El 8 de agosto de 1983, el general Oscar Mejía Víctores, mediante el consabido golpe, acababa con la presidencia de Ríos Montt. ¿Qué ha ocurrido desde entonces?
Aunque de Guatemala llegan muchas menos noticias que desde El Salvador, lo que nos transmiten los teletipos nos permite suponer que nada esencial ha cambiado. Mejía, como Ríos Montt, se empeña en decir que lo que tiene su régimen es mala Prensa. Igualmente sostiene que la guerrilla se halla al borde del agotamiento y que es normal que en una fase final de la subversión ciertos elementos de ésta se transformen en delincuentes de derecho común. Al igual que su antecesor Rios Montt, quien había dicho que combatiría a la guerrilla con fusiles pero también con frijoles, Mejía afirma que acabará con la insurgencia invirtiendo la táctica maoísta: Estamos luchando para quitarle argumentos a la guerrilla. Parafraseando a Mao Zedong: quitaremos el agua en que vive el pez.  Hemos reconquistado a las masas invirtiendo la proposición del dirigente chino: la defensa civil nos permite sobrepasar el estadio puramente militar de la lucha antiguerrillera. Este sistema de defensa civil es capital, pues las unidades de autodefensa civil son los ojos del Ejército y también su apoyo logístico.
Pero Mejía —también como Rios Montt— debe hacer frente simultáneamente a otro peligro: a finales de enero del presente año volvían a correr por Ciudad de Guatemala fuertes rum ores de un inminente golpe de Estado...
El único cambio sustancial introducido por Mejía ha sido el involucrar de forma creciente a su país en el conflicto regional.

EL TRIANGULO NORTE

Los especialistas estadounidenses en asuntos centroamericanos suelen hablar del Triángulo Norte para referirse al bloque geopolítico formado por El Salvador, Honduras y Guatemala. Si Ríos Montt había procurado mantenerse en una posición de relativa neutralidad respecto al resto de los conflictos centroamericanos, Mejía se ha inclinado por la política contraria. El fantasma de una aventura militar como huída hacia adelante no es nuevo, pero durante muchos años se había pensado en algún tipo de acción contra el vecino territorio de Belice, arrebatado por Londres a la Corona española y que los guatemaltecos reclaman como territorio de su soberanía, aunque las organizaciones guerrilleras ya han manifestado —dicho sea de paso— su apoyo a la independencia de la antigua Honduras británica. En la actualidad, lo que se señala como posible es una intervención del Ejército guatemalteco, unido al de Honduras, contra El Salvador —si la guerrilla del FMLN avanza imparablemente— y contra Nicaragua.
Esta nueva posición de los gobernantes de Guatemala puede deberse, verosímilmente, a las presiones de los EE.UU., deseosos de dotarse de otro aliado activo en la región, a cambio de incrementar su por ahora débil —al compararla con El Salvador o bien con Honduras— asistencia militar al país. Muy elocuente respecto de este interés estadounidense por Guatemala fue un artículo de E. J. Waslh, en “National Defense”, en el que decía que el Gobierno guatemalteco es anticomunista acérrimo y está dispuesto a cultivar lazos con los EE.UU. y que aunque el abuso con los derechos humanos evidenciado en la lucha contra las guerrillas no se puede perdonar ni condenar, Guatemala es el aliado más lógico para defender los intereses estadounidenses en la región. La conclusión final del artículo de Waslh es en extremo reveladora para quien sepa leer entre líneas: Nosotros no podemos ayudar a Guatemala a desarrollar una economía próspera o a refinar su proceso democrático mientras la nación se halla en una lucha interna. Primero es preciso ganar la guerra. Y entonces atender prontamente a los problemas sociales; los dos esfuerzos con la asistencia de EE. UU.
¿Puede ganar el Ejército guatemalteco, por sí solo, esta guerra civil que se prolonga ya casi 20 años? Las Fuerzas Armadas de Guatemala, como las de otros países de la zona, padecen de una evidente macrocefalia. Los abundantísimos generales y coroneles, que entroncan sus intereses privados con los de la oligarquía, tienen una patente inclinación a jugar el papel de pretorianos. Una de las causas de la caída de Ríos Montt fue, precisamente, la cólera en que montaron estos oficiales superiores ante la notoria tendencia de aquél a saltarse las jerarquías, dando prioridad a los jóvenes oficiales que le eran más fieles.
Bajo el mando de esta pléyade de generales y coroneles se hallan unos 20.000 hombres, organizados en batallones de Infantería que cuentan con el apoyo de baterías artilleras y tropas de Ingenieros y son encuadrados, operativamente, por cuatro cuarteles generales de brigada. Es muy escaso el armamento pesado con que cuenta y el parque de vehículos mecanizados es también reducido. La aviación se compone de unos pocos aparatos COIN del tipo A-37B y de otro puñado de helicópteros, UH-1D fundamentalmente. Avionetas Cessna de diversos tipos aseguran las misiones de enlace y los Arava israelíes las de transporte.
Privados del asesoramiento estadounidense por Carter, los guatemaltecos buscaron este tipo de apoyo en los Ejércitos de Chile, Argentina y —sobre todo— Israel. Una rama muy especial del Ejército es la Policía Militar Ambulante (PMA) que, contrariamente a lo usual en todos los países, actúa en tareas civiles. En efecto, a los hombres de la PMA se les puede ver cotidianamente enviando a trabajar a las grandes plantaciones a los desocupados, gratuitamente, para purgar así su delito de vagancia. Apoyan al Ejército en sus acciones las fuerzas policiales y el cuerpo denominado Defensa Civil. Este lo forman campesinos pobremente armados, respecto a los cuales la guerrilla dice, en unos casos, que en realidad son militares disfrazados de civiles y, en otros, que son hombres reclutados a la fuerza. Sin embargo, es real y palpable la existencia de estos patrulleros civiles que, junto a los soldados, baten las sierras y las selvas a la búsqueda de insurgentes.
Pero la punta de lanza de las operaciones anti-insurgencia corresponde a los kaibiles (tigres, en lengua maya), soldados especialmente entrenados (al parecer con asesoramiento técnico israelita) y absolutamente irreductibles.
El Ejército guatemalteco, en fin, participa también el Consejo de Defensa Centroamericano (CONDECA) y —al parecer— va a enviar oficiales y soldados, si no lo está haciendo ya, a la base de entrenamiento que los estadounidenses han establecido en Puerto Castilla (Honduras). También se viene hablando de la presencia de asesores yanquis, oficialmente desmentida tanto por los  EE.UU. como por Guatemala. Pero, muy recientemente, se admitió que un oficial estadounidense había muerto, junto a 12 militares del país, al estrellarse un Arava guatemalteco, poco después de abandonar la capital de Guatemala. Así que los hechos parecen desmentir las afirmaciones de las oficinas diplomáticas.
Hace dos años, el entonces presidente del Comité de Reconstrucción Nacional, general Federico Fuentes, declaraba que la violencia política que padece Guatemala, especialmente en el altiplano, era peor que el terremoto de 1976 (que causó casi 30.000 muertos y 70.000 heridos, dejando sin hogar a más de un millón de personas...) Es un inmejorable y dramático parangón. En la nación centroamericana siguen apareciendo, a docenas, cadáveres horriblemente mutilados, continúan las emboscadas, se suceden los arrasamientos de aldeas enteras... Tampoco este conflicto tiene visos de acabar a corto plazo. Y todo ello —Kissinger dixit— debido a la herencia española.

Revista Defensa nº 73, mayo 1984, Carlos Caballero Jurado y Juan R. Lleras


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