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El hombre que pudo reinar o la revolución fracasada de la US NAvy

Revista Defensa nº 483-484, julio-agosto 2018

Aunque a día de hoy sea un perfecto desconocido, Elmo Zumwalt fue el Fischer de la US Navy en los tumultuosos años setenta. Al igual que el almirante Fischer en la Marina británica, que introdujo el “Dreadnought” y cambió la historia de la guerra en el mar, el almirante Zumwalt, en su puesto de jefe de Operaciones Navales, propuso una revolución en la forma en la que tendría lugar la entonces previsible guerra por la hegemonía mundial entre Estados Unidos y la Unión Soviética.

La guerra naval ha ido evolucionando al compás de los avances tecnológicos. En Salamina, los trirremes griegos acabaron con la flota reunida por el rey Jerjes de Persia mediante el método del ataque con espolón. Después, el corvus romano, que sujetaba costado a costado a los buques contendientes y permitía que la infantería decidiese las batallas, supuso el siguiente paso. Durante muchos siglos, esas fueron las armas que resolvían el conflicto en el mar, quién ganaba, y quién perdía. Luego, hacia el final de la Edad Media, aparecería el cañón, al principio tímidamente, después de modo universal.

FOTO: Elmo Zumwalt, el hombre que, en su puesto de jefe de Operaciones Navales, quiso cambiar el rumbo de la US Navy en los años 70. Sus ideas serían aprovechadas por la Marina soviética.

Las tácticas se fueron refinando, y se llegó a la línea de batalla, en la cual ambos bandos formaban filas paralelas y trataban de hundirse unos a otros. El Siglo XVIII sería la edad dorada de los navíos de línea. El XIX transcurrió plácidamente con ocasionales escaramuzas aquí y allí, pero desde Trafalgar, con las excepciones de Navarino y la Guerra de Cuba, simplemente se produjeron mejoras técnicas en los barcos. El acorazado era el rey de la flota y la línea de batalla la táctica a utilizar. Y entonces llegó al almirantazgo británico, que sesteaba en sus laureles, el almirante Fisher.

Fue gracias a su impulso que nacería el primer acorazado monocalibre moderno, el Dreadnought, pero el concepto de línea de batalla seguía intacto. Fisher crearía una moderna flota que estrangularía a la Alemania del Kaiser en cuatro años de conflicto. Era la I Guerra Mundial (PGM) y los acorazados, los dreadnoughts, como así los llamaron, parecían destinados a perpetuar el reinado del cañón como arma decisiva en el combate. Sin embargo, dicho conflicto vería el nacimiento de la aviación embarcada y el uso masivo del submarino como arma de bloqueo naval. ¿Estaba en peligro el aparentemente eterno dominio del cañón frente al torpedo o los proyectiles aéreos?

Los años veinte y treinta transcurrieron plácidamente. Las flotas introdujeron el portaaviones discreta­mente, como un auxiliar del acorazado destinado a dañar o inmovilizar a los gigantes antes del combate decisivo, molesto, pero no peligroso. Bastaba con bulges y una compartimentación adecuada para alejar al torpedo lanzado por un avión o un submarino y una mayor coraza horizontal para mantener a raya a las bombas de escaso peso que portaban los frágiles biplanos de la época. Así pensaban la mayoría de los almirantazgos de la época, nada grave.

FOTO: Imagen crepuscular del “Pedro el Grande”: las ideas de Zumwalt fueron llevadas a la práctica por sus enemigos.

El 1 de septiembre de 1939 empezaba la II Guerra Mundial (SGM) en Europa. En Estados Unidos y Japón, así como en Inglaterra, Francia, Alemania e Italia, se esperaba el combate decisivo entre colosos que decidiera quién empuñaría el tridente de Neptuno en el Mediterráneo, el Atlántico y el Mar del Norte. En un principio la razón pareció llevársela los partidarios del portaaviones como buque auxiliar de la flota de batalla. Tras una encarnizada persecución a cargo de la Royal Navy, un torpedo lanzado por un avión del Ark Royal inutilizaba los timones del acorazado alemán Bismarck, permitiendo su destrucción por sus homólogos ingleses.

El portaaviones era demasiado frágil, tan lleno de combustible de aviación de alto octanaje y munición para los aviones. Habían averiado al Bismarck en un punto débil, pero no lo habían hundido. Los partidarios del cañón seguían como reyes de la flota de guerra. Pero, poco tiempo después, la aviación japonesa con base en tierra hundiría al acorazado Prince of Wales y al crucero Repulse, ambos ingleses; y la Rengo Kantai pondría fuera de servicio a buena parte de la línea de batalla de la Flota del Pacífico de Estados Unidos en Pearl Harbour. ¿Era el fin del acorazado?.

FOTO: El almirante Hyman Rickover, que introdujo la propulsión nuclear en sumergibles y dirigió con mano de hierro el arma submarina de Estados Unidos. Fue un gran obstáculo a las ideas de Zumwalt.

Al quedarse con la mitad de la escuadra de batalla inutilizada por un tiempo, la US Navy tuvo que recurrir a los portaaviones y la aviación embarcada como única carta a jugar: la necesidad obliga. Y fue la apuesta ganadora de SGM. El hundimiento, en 1945, del superacorazado japonés Yamato, enviado en una misión suicida, por una incesante oleada de aviones lanzada por los portaaviones estadounidenses, significó el canto del cisne del acorazado.

El cañón había dejado de ser la clave de la guerra en el mar y la primacía correspondía al portaaviones y al submarino, responsables ambos de la destrucción de la flota de guerra y comercial japonesa, así como del fracaso alemán en la batalla del Atlántico. El portaaviones era el nuevo capital ship de la flota. El que tuviera los mayores y más numerosos navíos de esta clase sería el rey del mar, título que correspondería a la US Navy norteamericana, sin olvidar al submarino, por supuesto. La aviación naval había llegado a la mayoría de edad… hasta 1967. ¿Qué pasó ese año?

¿La venganza del cañón?

Pues, simplemente, que se abrió una nueva etapa cuando, una tarde del mes de octubre de 1967, una lancha lanzamisiles egipcia hundió al destructor israelí Eilat con ingenios antibuque. En los almirantazgos occidentales cundió el pánico. Hasta entonces, el misil se consideraba algo superado. Bastaban unas contramedidas electrónicas para cegarlo o el uso del chaff (señuelos), pero este hundimiento ocasionaría una auténtica revolución. Rápidamente, Occidente desarrollaría los misiles mar-mar Exocet, Otomat y Harpoon y se invirtieron ingentes cantidades de dinero en sistemas de protección electrónica, como ya hemos mencionado.

FOTO: El USS  “Virginia”, crucero de escolta de propulsión nuclear y prototipo del “Strike Cruiser”.

Fue en dichas circunstancias cuando Elmo Zumwalt fue promovido al puesto de jefe de Operaciones Navales de la US Navy. Corrían los tumultuosos años setenta y Estados Unidos enfrentaba una grave crisis económica y moral, fruto de la guerra del Vietnam, que a punto estuvo de poner la economía del país en quiebra, cosa que evitarían Nixon y Kissinger con el abandono del patrón oro y el petrodólar. En dichas circunstancias, tuvo lugar la guerra del Yom Kippur de 1973, en la cual, pese a que Israel estuvo a punto de desa­parecer de la faz de la Tierra, su Marina obtuvo un brillante éxito frente a las árabes, al usar una combinación de sistemas de guerra electrónica, para parar al misil de fabricación soviética Styx que embarcaban las lanchas egipcias y sirias, y contraatacar con el misil Gabriel.

Parecía que la amenaza había sido conjurada, pero, pese a la autocomplacencia de las marinas occidentales, que se limitaron a hacer más de lo mismo, apostar por el avión, Elmo Zumwalt tenía una idea diferente, una idea que, al igual que Sir Basil Lidel Hart tuvo en los años treinta, que sería aprovechada por Guderian para crear la Blitzkrieg que arrollaría a Francia y casi puso de rodillas al coloso soviético, sería utilizada por los soviéticos y nuestra nación, España, aunque parcialmente en el último caso. Elmo Zumwalt estudió a fondo la situación de su propia Marina y los modernos avances tecnológicos, sin descuidar la situación económica, que requería soluciones de poco gasto.

FOTO:  Un submarino nuclear de la Clase SSN688I, el USS “Greenville” en dique, una de las apuestas de Rickover.

Y llegó a una conclusión, ¿cuál? La apuesta de Zumwalt se basaba en una tríada que hubiera hecho las delicias de la Jeune École francesa del Siglo XIX. En lugar de apostar por carísimos portaaviones de 100.000 ton.. de desplazamiento, que requerían escolta, grupo aéreo y que eran terriblemente vulnerables (no en vano en la US Navy se les apoda imanes de bombas), Elmo Zumwalt apostó por una Marina basada en el torpedo y el misil, combinando grupos de escolta baratos para proteger el tráfico marítimo y otros de batalla basados en el Strike Cruiser.

Era resurrección de los buques de línea con lo último en tecnología misilística y propulsión nuclear y el componente submarino nuclear, acompañado por una flota de portaaviones de 60.000 ton. como escolta y componente de ataque a tierra y defensa aérea de la flota. Se trataba de la revolución. Era una solución más económica que basar la flota en superportaaviones y permitía cambiar las reglas del juego, cuya batuta parecía llevar la Unión Soviética con los submarinos.

Era la flota High/Low End Mix. Unos buques baratos, basados en los escoltas de la SGM, para tener a raya a los submarinos rusos; y unos grupos de ataque centrados en el Strike Cruiser, acompañados por portaaviones, escoltas y submarinos de propulsión también nuclear, que dominarían los mares. Consistía en un desafío  a la mentalidad entonces imperante en la US Navy, basada en el portaaviones nuclear en torno a las 100.000 ton. y terriblemente vulnerable. De inmediato, el lobby de los portaaviones se le echó a la yugular gritando herejía. ¿Qué podía ser más poderoso que un portaaviones nuclear dotado de más de 100 aviones, un simple crucero?

FOTO:  Una imagen reciente del “Almirante Kutznetsov” entrando en el mar de Noruega tomada por un P-3C.

Grupos de tarea

Sin embargo, Zumwalt persistió en su proyecto. Se hicieron planes para crear task groups (grupos de tarea) basados en un portaaviones ligero dotado de helicópteros antisubmarino y una componente aérea basada en el V/STOL (Vertical/Short Take-off and Landing), el avión de despegue vertical; de eje único y unas 14.000 ton. de desplazamiento; unas fragatas polivalentes pero con un fuerte complemento ASW (antisubmarino), también de eje único, lo que hacía más económico el dúo y que serían adoptadas por España, con el Príncipe de Asturias y las fragatas de la Clase Santa María, una copia mejorada de las Oliver Hazard Perry.

Este conjunto, apoyado por algún submarino nuclear relativamente moderno, se ocuparía de proteger los convoyes de suministros y tropas entre Estados Unidos y Europa, mientras que grupos de acción en superficie SAG (Surface Action Group) compuestos por el Strike Cruiser de unas 17.000 ton. de desplazamiento, misiles que cubrirían todo el espectro de la guerra naval, tanto en superficie como en el aire y bajo el mar y una velocidad de unos 30 nudos, con el apoyo (o sin él) de un portaaviones de propulsión convencional de 60.000 ton., como ya hemos mencionado y unos escoltas de superficie y submarinos. Era una idea brillante, pero no pudo ser.

Pese a que Gibbs&Cox, compañía de diseño privada, llegó a desa­rrollar el que fue denominado CSGM (Cruiser Strike Guided Missile) Nuclear Powered en 1976, del cual se hicieron varios prototipos, como la clase de cruceros Virginia, se pusieron a punto las fragatas OH Perry y la Armada Española basó su portaaeronaves Príncipe de Asturias en los planos de esa firma para el portaaviones de escolta, añadiéndole una rampa de lanzamiento, el coste y, sobre todo, el lobby del portaaviones mató el sueño en flor. En 1974, el almirante Zumwalt cesaba como jefe de Operaciones Navales, dejando tras de sí un puñado de proyectos y poco más. El lobby del portaaviones había ganado, ¿seguro? Mientras todo esto pasaba en Estados Unidos, en la Unión Soviética lo contemplaron como una oportunidad.

FOTO: El PLANS “Liaoning”: ¿Siguen los chinos la estela de los rusos?

Tras desarrollar una inmensa flota de submarinos nucleares y convencionales, en 1977 se ponía la quilla al Kirov, una mole de 27.000 ton. dotada de misiles antibuque, antiaéreos y antisubmarinos, y construía activamente los Kiev, un mixto entre el crucero de ataque que soñó Elmo Zumwalt y un portaaeronaves, con proyectos para construir portaaviones de ataque de 60.000 ton. y una fuerza de bombarderos pesados dotados de misiles antibuque con cabeza convencional o nuclear. Si no hubiese vencido el lobby de los portaaviones y la Unión Soviética no se hubiera desfondado en 1989, el sueño de Elmo Zumwalt hubiese iniciado una nueva carrera naval, como la que precedió a la PGM. El misil hubiese sido la nueva arma predominante en el campo de batalla. ¿Estaba Elmo Zumwalt equivocado?

A la vista de los campos de batalla modernos, el autor de este artículo considera que no, que la US Navy hubiera podido mantener el cetro de Neptuno por mucho tiempo, pero eso ya pertenece al mundo de la especulaciones, al what-if (qué hubiera pasado sí…). A día de hoy, con el permiso de la otrora todopoderosa Marina rusa y de la República Popular China, los 300 buques de la US Navy, con sus omnipresentes portaaviones de ataque, siguen dominando los mares… pero, ¿por cuánto tiempo?; ¿resucitará la idea del Strike Cruiser? Únicamente el tiempo tiene la respuesta.

Revista Defensa nº 483-484, julio-agosto 2018, JAM


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