La Legión se creó para reducir el número de soldados de reclutamiento forzoso que servían en la impopular guerra de Marruecos. El espíritu que le supo infundir su fundador, el teniente coronel Millán Astray, y su magnífico rendimiento en combate, convirtió en éxito lo que comenzó siendo únicamente un ensayo.
Un 29 de enero de hace un siglo, la Gaceta de Madrid, equivalente al actual Boletín Oficial de Estado, publicaba un sorprendente Real Decreto que, en su exposición de motivos incluía esta curiosa redacción: La conveniencia de utilizar todos los elementos que puedan contribuir a disminuir los contingentes de reclutamiento en nuestra Zona de protectorado en Marruecos, inclina al Ministro que subscribe a aconsejar, como ensayo, la creación de un Tercio de extranjeros, constituido por hombres de todos los países que voluntariamente quieran filiarse en él para prestar servicios militares, tanto en la Península como en las distintas Comandancias de aquel territorio. Pero saltemos en el tiempo unos meses más adelante, como si en la popular serie El Ministerio del Tiempo nos encontráramos, vamos a situarnos en Ceuta en las primeras semanas del otoño de 1920. El día 20 de septiembre se había alistado el primer legionario, fecha escogida por La Legión para festejar su aniversario, pero sería en octubre cuando llegaría la primera expedición numerosa procedente del Banderín de Enganche de Barcelona.
Millán Astray, el teniente coronel fundador y primer jefe de La Legión, los espera en el puerto y una vez formados les arenga con estas palabras: El Tercio os abre las puertas. Os ofrece, con el olvido del pasado, honores y glorias, y os sentiréis orgullosos de ser legionarios. En El Tercio alcanzaréis el título de caballeros. Se cotiza el valor como la más preciada de las virtudes y podréis ganar galones, conseguir estrellas; pero a cambio de todo ello, tendréis una vida dura, difícil, vida de hombres, llena de constantes riesgos, fatigas y sacrificios. Pasaréis hambre, sed y sueño. Soportaréis las más duras jornadas y vuestra vida será un duro batallar. Arrastraréis penalidades de todo género y lucharéis contra un enemigo duro y tenaz, amigo de emboscadas, al que sólo podréis oponer el valladar de vuestros pechos. Los puestos más duros, de más peligro y mayores riesgos serán para vosotros. Combatiréis siempre en vanguardia y la muerte se convertirá en vuestra inseparable compañera. Moriréis muchos, quizás todos. Estas son las perspectivas que El Tercio ofrece a sus hombres. Aquellos que no se sientan con ánimos, que se vayan. Los que no se encuentren con valor para afrontar tan dura vida, que den un paso al frente. Aún es tiempo para arrepentirse. El que no se atreva a salir y desee marcharse, con una sola palabra puede volverse atrás. Basta con que le diga al médico que le duele la garganta.
foto: Millán Astray en su despacho en Dar Riffien
Estos primeros legionarios, esta singular bienvenida materializaba un proyecto surgido en los albores del Siglo XX, que tuvo que vencer no pocas dificultades de orden político, diplomático y militar. El prestigio y liderazgo de su fundador fue determinante para ello. La emoción patriótica que envolvió la Guerra de África de 1859-60, con sus famosos voluntarios catalanes a las órdenes del General Prim en la batalla de Uad-Ras, no volvería a repetirse cincuenta años más tarde. La sociedad española había cambiado. Este cambio no era ajeno al impacto social producido por el retorno de las tropas de Cuba y Filipinas en 1898. Hijos de familias humildes, esperanza de bienestar y supervivencia, regresaban debilitados por efecto de las enfermedades, si no habían muerto por ellas. A ello se unía los vientos anarquistas y revolucionarios que soplaban en toda Europa y a los que España no era excepción. El ambiente social y político era difícil para encarar los compromisos internacionales, adquiridos por España en el Norte de Marruecos.
África
Solo era precisa una chispa para encender el fuego de la revuelta social, que el anarquismo necesitaba como catalizador de su revolución. La movilización de tropas para atender la crisis surgida en Melilla, a raíz de un ataque rifeño en el verano de 1909, desató en la estación de Atocha de Madrid y en el puerto de Barcelona una protesta que rápidamente desencadenó una violencia inusitada, especialmente en la Ciudad Condal, dando lugar a la conocida como Semana Trágica. Aquel acontecimiento obligó al Gobierno a modificar la legislación sobre reclutamiento del Ejército, que estaba muy lejos del ideal ilustrado del servicio militar universal, establecido por la Constitución de Cádiz y que las sucesivas legislaciones descafeinaban. El impuesto de sangre era sufragado exclusivamente por la población más humilde. Era necesario resolver la organización de un ejército para atender lo que, en adelante, se conocería como el problema de Marruecos.
En 1911 se aprueba una nueva Ley de Reclutamiento y Reemplazo, que establece el servicio militar obligatorio, pero crea la figura del soldado de cuota que, mediante el pago de una determinada cantidad, ve reducida la duración de su servicio y escoge destino, algo solo accesible a las clases más pudientes. Para dotar al Ejército de África se piensa en fuerzas indígenas –ese mismo año se crearán las Fuerzas Regulares Indígenas, los populares Regulares– y se aprueba en 1912 la Ley de Voluntariado. Ni lo uno ni lo otro dará los resultados apetecidos, debiéndose seguir recurriendo a soldados conscriptos para cubrir las necesidades militares del Protectorado. Lo exiguo del territorio colonial español impedía una recluta suficiente de indígenas, al contrario que otras potencias que lo hacían en unas colonias para emplearlos en otras. Esto, unido a la escasez de presupuesto, impedía formar suficientes tabores (batallones) de Regulares. En el caso del voluntariado, éste fracasó por sus escasas retribuciones.
Foto: La incorporación de extranjeros a La Legión fue norma hasta finales de los 80.
Frente a un jornal medio en la minería de entre 3 y 4 pesetas, ejemplo de profesión que se consideraba mal retribuida por las condiciones de su trabajo, el soldado voluntario en Marruecos –separado de su familia, viviendo en destacamentos y arriesgando su vida en combate– se le abonaban 80 céntimos, aparte del rancho. Una prima de 130 pesetas al enganche pretendía ser el señuelo –dinero fácil y rápido– que asegurara un reclutamiento, que no llegó a dar sus frutos, sobre todo en un tiempo, el de la I Guerra Mundial, donde los salarios se duplicaron, continuando inamovibles los de la tropa voluntaria. No tardaría en pensarse reclutar extranjeros. El modelo francés de Legión Extranjera era muy visible y el final de la Gran Guerra auguraba la posibilidad de una recluta fácil de hombres que conocían la guerra y a su regreso se encontrarían sin trabajo, especialmente entre las naciones vencidas.
Legión extranjera
En 1916 el general Luque –ministro de la Guerra– lleva al Congreso un proyecto de reorganización del Ejército, que contiene una propuesta de creación de una Legión Extranjera. La enorme inestabilidad gubernamental del periodo, once gobiernos en cuatro años (1917-20), y la aparición de las Juntas de Defensa, auténticos sindicatos militares que condicionaron la acción de Gobierno, impondrán condiciones y trabas sucesivas, que irán retrasando los intentos de reorganización del Ejército. Será un ministro civil, Juan de la Cierva Peñafiel, quien dará nuevo impulso al proyecto de Legión en 1917. Dos años más tarde será el general Tovar, ocupando la cartera de Guerra, quien comisione a Millán-Astray, en visita oficial a la Legión Extranjera en Argelia, para completar los trabajos elaborados en el Ministerio. La continuidad la dará su sucesor en la Cartera, el general Villalba, que logrará publicar el Real Decreto de fundación del Tercio de Extranjeros, al que hemos hecho referencia en las primeras líneas. Este nombre no era querido por Millán-Astray, que prefería el de Legión, por ser más conocido para la finalidad perseguida de reclutar extranjeros.
Sin embargo, la falta de presupuesto, la presión diplomática francesa, que recordó al Gobierno español que el Tratado de Versalles impedía el reclutamiento de soldados alemanes para otros ejércitos que no fuera el francés y el temor a reclutar extranjeros que pudieran divulgar el ideario de la Revolución Rusa en pleno trienio bolchevique en el campo andaluz y su extensión en Barcelona, paralizó el desarrollo normativo del Tercio de Extranjeros y su puesta en marcha. Millán-Astray, que se había convertido en el principal defensor y propagandista de La Legión, aprovecho la entrada de un nuevo Gobierno con Luis de Marichalar –vizconde de Eza– como ministro de la Guerra para invitarlo a una conferencia que impartió en el Centro del Ejército y de la Armada en la Gran Vía de Madrid el 14 de mayo de 1920, que finalizó con esta invitación al ministro: Este Cuerpo (La Legión) solo espera, como Lázaro, aquellas palabras bíblicas: “Levántate y anda”.
Marichalar, que se había marcado como objetivo la reducción del servicio militar en Marruecos de tres a dos años y vio en La Legión una herramienta para lograrlo, resolvió el problema presupuestario con la fórmula de licenciar a dos soldados conscriptos por cada legionario reclutado. Venció la desconfianza francesa asegurando al embajador que no se reclutarían soldados de lengua alemana (evitando el subterfugio de que alemanes se alistaran como suizos) y neutralizó la oposición interna del Gobierno a la recluta de extranjeros. Vencidas con voluntad política todas las dificultades, el 1 de septiembre de 1920 se publicó el reglamento de organización del Tercio de Extranjeros y unas semanas después comenzó la recluta por medio de banderines de enganche distribuidos por las principales ciudades españolas. En apenas unas semanas se completaron las tres primeras banderas, unidad similar al batallón, que presentaba importantes novedades orgánicas y de armamento, como la introducción del fusil-ametrallador en las compañías de Infantería.
Pocos reclutas extranjeros
Sin embargo, la recluta de extranjeros no dio el resultado esperado. Las ya comentadas limitaciones impuestas por Francia para el alistamiento de alemanes, cuya afluencia se esperaba masiva tras finalizar la Gran Guerra, y la prohibición impuesta por el Ministerio de Estado (Exteriores) a proporcionar visado a los extranjeros que se presentaban en embajadas y consulados para alistarse en La Legión, impidieron superar el porcentaje del 20 por ciento del total de 24.000 legionarios reclutados en la década de los veinte. A pesar de este fracaso en las expectativas de extranjeros, el éxito de La Legión se asentó en que concentró, en una única unidad, a los escasos voluntarios españoles que se alistaban al Ejército, buscando mejores retribuciones y oportunidades de ascenso, de las que carecían el resto de las unidades.
foto: Adiestramiento de legionarios en Chinchilla
Esto, unido al sólido espíritu de Cuerpo conformado en torno al Credo Legionario, que redactó su fundador y primer jefe, su adaptación táctica a la guerra de Marruecos, obra principalmente del que fuera también su jefe, el comandante Franco, junto a un cuadro de oficiales voluntario y fuertemente motivado, dio como resultado una unidad cohesionada, sufrida y muy eficaz en el combate. Esta valía se demostraría a lo largo de los siete años de guerra de Marruecos en multitud de ocasiones, con episodios brillantísimos, como la marcha forzada para acudir al rescate de Melilla tras el llamado desastre de Annual, la durísima retirada de Xauen en extrema retaguardia de la columna o el desembarco de Alhucemas, que marcaría el final de la guerra en el Protectorado.
Su eficacia en el combate, unido a una gran capacidad de adaptación, tanto orgánica, como en la adopción de nuevos materiales y procedimientos, se demostró posteriormente en la Guerra Civil, en su despliegue en el Sahara y, finalmente, en su magnífica ejecutoria en cuantas misiones internacionales ha participado, siendo vanguardia en muchas de ellas, dada la confianza que transmite a los sucesivos gobiernos. Todo ello ha convertido a La Legión en la unidad más carismática del Ejército, admirada y querida por los españoles, y muy respetada por los ejércitos de países aliados y amigos, que han podido comprobar sobre el terreno, compartiendo despliegues, su entrega y eficacia.
Cuando se cumple el centenario de su fundación, La Legión no ha perdido la vitalidad y entusiasmo de sus primeros tiempos. Diríase que ese carácter de ensayo con el que fue creada permanece y La Legión necesitará, en toda ocasión, seguir demostrando su valía. Posiblemente la forma en que Millán Astray redactó el Espíritu de la Bandera de La Legión, afirmando que será la más gloriosa, porque la teñirá la sangre de sus legionarios, haya tenido su influencia en el alma del legionario, espoleando su espíritu para no cejar en alcanzar nuevas glorias para La Legión y para España. No cabe duda de que La Legión se siente cómoda en esta situación de ensayo, de evaluación permanente, y desea que se la siga poniendo a prueba otros 100 años más. (General de División Miguel Ballernilla y García de Gamarra)