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Miércoles, 7 de mayo de 2025 Iniciar Sesión Suscríbase
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“Me enseñaron a decir “Yo soy el Buen Pastor, el que da la vida por sus ovejas”. Sin ser consciente, recibí mi primera lección de liderazgo ejemplar”

El General de Ejército Amador Enseñat y Berea, Jefe de Estado Mayor del Ejército (JEME), ha sido investido Caballero de Honor 2024 de la Real Orden de Caballeros de María Pita. Orgulloso de su tierra y reafirmando su compromiso con el Ejército y su papel en la defensa de la sociedad, reproducimos a continuación su discurso en el solemne acto que tuvo lugar en el Salón de Plenos del Concello de La Coruña.

“Sra. Alcaldesa de A Coruña y Gran Maestre de la Real Orden de Caballeros de María Pita, Sr. Delegado del Gobierno de España en la Comunidad Autónoma de Galicia, Sr. Maestre y demás miembros de la Real Orden, Sr. General Jefe del Mando de Apoyo a la Maniobra y Representante Institucional de las Fuerzas Armadas en Galicia, Autoridades Civiles y Militares, ciudadanos de la muy noble y muy leal ciudad de A Coruña, cabeza, guarda y llave, fuerza y antemural del Reino de Galicia, Señoras y Señores, buenas tardes.

Sean mis primeras palabras para evocar a las víctimas mortales y damnificados por la tragedia ocasionada por la DANA en las Comunidades Autónomas de Valencia y Castilla-la Mancha; tragedia, que me impidió recoger el nombramiento en el pasado mes de noviembre. Así mismo, quiero rendir un homenaje de agradecimiento a todos los miembros de las Fuerzas Armadas, Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, Protección Civil, bomberos, agentes forestales, personal sanitario y de emergencias, así como ciudadanos a título individual que han contribuido a mitigar los daños producidos. Todos los esfuerzos y sacrificios que hayamos realizado o podamos realizar son pocos para tratar de aliviar tanta desgracia para tantas personas.

Agradezco profundamente a la Real Orden de Caballeros de María Pita y, en particular, a su Maestre don José Enrique Duarte Novo, el inmerecido nombramiento de “Caballero de Honor 2024”, y a la Alcaldesa y Gran Maestre de la Real Orden, doña Inés Rey, por haber accedido a entregármelo en este Salón de Plenos del Palacio de María Pita, el más bello y grandioso consistorio de España, reflejo del sentimiento municipalista del que siempre ha hecho gala nuestra ciudad. Agradezco también sus excesivamente generosas palabras. Me viene siempre a la mente, cuando recibo elogios inmerecidos, un dicho gallego: “Onte escoitei falar tan ben de ti, que pensei que xa morreras …!”.

Ustedes comprenderán la alegría que siento al recibir este reconocimiento. No caigo en la fatuidad de creerme o sentirme profeta en mi tierra, algo que nadie consigue y, por lo tanto, nadie sensato debe aspirar. Sólo quienes son o han sido alcaldes o alcaldesas han estado cerca de ello. Sin embargo, ser reconocido por sus paisanos es un pequeño paso hacia ese inalcanzable objetivo.

Nací en nuestra ciudad en octubre de 1960, en el entonces Hospital Militar, protegido por la muralla medieval, con vistas al castillo de San Antón y muy cercano al Jardín de San Carlos que alberga la tumba del general británico Sir John Moore, en una familia de tradición militar paterna y de raigambre jurídica y musical materna. Los Enseñat, primero ferrolanos y después coruñeses, somos gallegos desde el último cuarto del siglo XIX; los Berea somos coruñeses, con toda certeza, desde tiempos muy anteriores.

Estudié desde los dos años en la ya centenaria Grande Obra de Atocha del Instituto Secular de las Hijas de la Natividad de María, que mi tía abuela contribuyó a fundar con el venerable sacerdote don Baltasar Pardal y Vidal. Dada mi condición de “enchufado”, tuve la suerte de ser elegido un año, siendo muy pequeño, para representar el papel del Buen  Pastor, de gran devoción en el Colegio.

Me enseñaron a decir “Yo soy el Buen Pastor, el que da la vida por sus ovejas”. Sin ser consciente de ello, recibí mi primera lección de liderazgo ejemplar: la gran preocupación que por nuestros subordinados debemos tener los que ejercemos autoridad sobre hombres y mujeres. A partir del entonces conocido como Ingreso, estudié en el Colegio Santo Domingo de los Padres Dominicos, cuya Iglesia acoge la imagen de nuestra Patrona la Virgen del Rosario. Viví en la Plaza de España y, más tarde, en el Campo de la Estrada. Soy el mayor de siete hermanos, dos mujeres y cinco hombres, tres de ellos que viven en A Coruña me han podido acompañar hoy aquí. Mi hábitat fue siempre la Ciudad Vieja. Jugaba al futbol en las plazas de España y María Pita, cuando éramos muchos, o en el cantón de la plaza de Azcárraga o en la plazuela de las Bárbaras, cuando éramos pocos y hasta que nos echaban.

Fui acólito en las iglesias de Santa María y Santiago, en la Orden Tercera de San Francisco y en la capilla de las Religiosas de María Inmaculada, más conocidas por el Servicio Doméstico. Actué unos cuantos años en el Nacimiento Viviente de la Iglesia de Santiago, en el que me especialicé en el papel del rey Melchor. Mi zona de esparcimiento fue la Sociedad Deportiva Hípica y, si bien reconociendo que soy más de piscina, me bañaba en la playa del Orzán.

Crecí en un ambiente muy coruñés, incluso me atrevería decir que coruñesista, con mis abuelos viviendo en la plaza de María Pita y heredando de mi padre su afición, que todavía conservo, por el Real Club Deportivo que, en aquella época, tampoco pasaba por sus mejores momentos. Recuerdo que los domingos por la tarde llamaba a la redacción de El Ideal o de la Voz para conocer el resultado del partido que había jugado ese día fuera de Riazor durante el paso del club blanquiazul por la tercera división en la temporada 1973/1974, que viví con especial desazón. Es obvio que no vivíamos, como ahora, en la sociedad de la información.

El destino me recompensó años después pudiendo disfrutar del Centenariazo en el Bernabéu, donde el “Superdepor” consiguió la Copa de Su Majestad el Rey frente al Real Madrid que celebraba su centenario. Nunca na miña vida cantei A Rianxeira con tanta ilusión! ¡Ojalá regresen pronto esos triunfos que tanto reclama su numerosa y magnífica afición!

Pasé mi niñez y juventud creyendo, y aún lo creo, que vivía en la mejor ciudad del mundo (y eso que no teníamos el actual Paseo Marítimo). La ciudad herculina, el balcón del Atlántico, la ventana que mira al mar, la ciudad de cristal, la ciudad de la luz, la ciudad en la que nadie es forastero, eran las diversas formas en que en esa época se referían, y se siguen refiriendo, a la Marineda de Emilia Pardo Bazán, nuestra doña Emilia. También me gustan, porque responden a nuestra idiosincrasia, las imágenes turísticas de “A Coruña Sempre Aberta” y la actual “A Coruña, Cultura de Vivir”. Tampoco “hago ascos” al de “Coruña Infinita” de nuestro Servicio de Limpieza, aunque no sé si tras ella se esconde un mensaje subliminal. Perdónenme la ironía.

Mi madre siempre nos recitaba una estrofa del poema “Ben te vin” de Alberto García Ferreiro, esa que dice “Chorei, que eu non sabería, e San Pedro non m´escoite, de escoller, qu´escollería, ¡si entrar na Cruña de noite ou entrar no Ceo de día!” Y cantábamos esa habanera con la que yo muestro mi absoluta conformidad: “¿Qué más se puede pedir que vivir en La Coruña?; que vivir en La Coruña, mi bien, ¿qué más se puede pedir?”, sin olvidarnos de la canción “Vivir na Coruña que bonito é” y no porque me gustase “andar de parranda (o de baranda, según las versiones) e dormir de pé”, al menos en demasía.

Cierto es que llovía entonces más a menudo, pero en el corto verano, de Virgen a Virgen, y especialmente durante la Semana Grande (las Fiestas de María Pita no duraban desafortunadamente un mes como ahora) nos desquitábamos con el Teresa Herrera, el Concurso Hípico, el Festival de Habaneras y la Batalla Naval. ¡Qué tiempos! y ¡qué recuerdos!

Pronto me di cuenta que mi feliz ingreso como caballero cadete en la Academia General Militar de Zaragoza traía consigo un “daño colateral”, como decimos los militares. El hasta entonces no experimentado alejamiento do meu lar, hizo nacer en mí a morriña da nosa terra, solo mitigada con mi regreso en los períodos vacacionales de verano, Navidad y Semana Santa, que me permitían visitar a mi familia y respirar el añorado cheiriño do mar. Ese sentimiento morriñoso, lejos de aplacarse, se fue incrementando cuando, al salir teniente de la Academia, fui destinado a Madrid y mis regresos a nuestra ciudad se volvieron más esporádicos y ocasionales.

Salvo en el bienio 1996-1998, en el que mi destino en el Estado Mayor de la Brigada Aerotransportable en Pontevedra me permitió, además de conocer y querer a otra zona de nuestra Galicia, regresar a A Coruña con más frecuencia, tuve que afanarme desde entonces en combatir la morriña. Me apoyé en la lectura de los libros de temática coruñesa editados por la Librería Arenas, y algún otro como los Poemas Coruñeses, el seguimiento por prensa y televisión de las hazañas de nuestro, entonces sí, Superdepor, y estando al tanto de la vida institucional y social de la ciudad y de sus innegables avances modernizadores, especialmente evidentes en las dos últimas décadas del siglo pasado.

Reforcé mis escapadas vacacionales con actividades como la realización en agosto de 2017 del Camino Inglés, desde A Coruña a Santiago de Compostela, con los Caballeros de María Pita, como lo prueba el libro A luz do Camiño Inglés, cuyo autor es precisamente nuestro Maestre don José Duarte, y otro Camino Inglés, esta vez desde Ferrol, completándolo hasta Fisterra y Muxía con la Obra Social del Padre Manjón de Granada. También, ya como Jefe de Estado Mayor del Ejército, no desaproveché la ocasión de encabezar la peregrinación del Arma de Caballería para postrarse ante los pies del Apóstol Santiago, su Patrón, también de Galicia y de España, en el Año Santo compostelano “prorrogado” de 2022.

No debo ocultarles las veces que eché de menos pasear por el Parrote, la Marina, la Calle Real o Los Cantones; observar los barcos arribando o zarpando de nuestro bello puerto, como partió la corbeta María Pita el 30 de noviembre de 1803 para llevar, con el médico militar Francisco Javier Balmis y nuestra paisana Isabel Zendal, con la imprescindible colaboración de los, también paisanos, niños de la Casa de Expósitos, la vacuna de la viruela allende nuestros mares; andar de vinos por la Estrella, los Olmos, la Galera, la Franja o Troncoso; degustar o noso caldiño (a ser posible de grelos), nuestros callos con garbanzos (especialmente los domingos en Monte Alto), el pulpo a feira, la empanada de xoubas, la tortilla al estilo Betanzos, los pimientos de Padrón o del Salnés, un buena laconada o un cocido, ahora en base del renacido porco celta; disfrutar del Carnaval (o noso entroido) en el que mi madre nos hacía orejas y filloas y le encantaba disfrazarse y disfrazarnos, incluido a mi resignado y paciente padre, ganando por cierto muchos concursos de disfraces en los bailes de la Hípica y el Casino; volver a sentir la magia del deportivismo en Riazor; disfrutar de nuestro magnífico Paseo Marítimo y desde allí observar nuestra bimilenaria Torre de Hércules, Patrimonio de la Humanidad; o, simplemente tomar un café en una de las terrazas de María Pita con vistas a la estatua de nuestra heroína y a nuestra inigualable Casa Consistorial.

Ni siquiera mi magnífica acogida en Granada, ciudad a la que también amo y de la que ostento con enorme gratitud y orgullo el exclusivo título de Hijo Adoptivo y en la que conocí a quien hoy es mi esposa Eva, ausente hoy por causa de sus compromisos profesionales, me ha hecho olvidar que soy hijo de esta bendita tierra. Mi condición de gallego, y particularmente coruñés, naturaleza que imprime carácter, me ha acompañado durante toda mi carrera militar.

Hace unos meses resumía ante los miembros del Club de Periodistas Gallegos en Madrid las cualidades que yo considero son las claves de esa impronta, que intento poner en práctica en el cumplimiento diario de mis cometidos: nuestro sentido común (o noso sentidiño, o fazer as cousas a modiño); nuestra moderación; nuestra empatía; nuestra discreción; nuestro realismo; nuestro relativismo no exento de firmeza en defensa de nuestros principios cuando se torna necesario; nuestra facilidad para acercar posiciones, lograr acuerdos y crear consensos; nuestra humildad y austeridad; nuestra tradición matriarcal que hace que pocos pueblos valoren como nosotros el papel de la mujer; nuestra retranca, entendida como un inteligente sentido del humor; nuestra multi-identidad, que nos permite sentirnos profundamente coruñeses, gallegos y españoles, sin ver en ello contradicción alguna; nuestra facilidad de integración, tanto para integrarnos como para integrar; nuestra predisposición a conformar equipos de trabajo con hombres y mujeres de variada procedencia; y, por último, nuestra consciencia de que existe la dimensión tiempo, de la que se obtiene un gran beneficio si es gestionada adecuadamente.

Tengo para mí que existe cierta relación entre esas características con nuestra habilidad, innata pero también aprendida, para sortear o saltar las olas que llegan a la playa: reflejos, energía y cintura para reaccionar ante olas excesivamente próximas; previsión, vista larga, paciencia, inteligencia y determinación para afrontar las olas que se divisan en lontananza; y prudencia y precaución para preservarnos de lo inesperado, de las olas traicioneras, porque, como nos enseña A Rianxeira, as ondiñas veñen, pero tamén van.

En fin, los gallegos hemos interiorizado la máxima de la estrategia y, me atrevería a decir, del comportamiento militar: “organizar la maniobra conforme a la hipótesis más probable; montar la seguridad contra la hipótesis más peligrosa”. Y la hemos aplicado en todos los órdenes de la vida.

Decía que la realización del Camino Inglés en 2017 me hizo entrar en contacto con la Real Orden de Caballeros de María Pita y conocer vuestros fines y actividades y, muy especialmente, a sus caballeros que, a pesar de vuestro nombre, sois hombres y mujeres, todos defensores y divulgadores de la gesta de nuestra heroína, de la historia de nuestra ciudad y de su carácter liberal. Pero al mismo tiempo, quiero resaltar la relación que, desde sus inicios, ha tenido la Real Orden con la Milicia fomentando su vinculación con la ciudad y la preservación de nuestro común patrimonio histórico. No en vano la Real Orden lleva el nombre de doña María Mayor Fernández de Cámara y Pita, nombrada posteriormente Alférez Mayor, quien, en mayo de 1589, al grito de “quen teña honra que me siga”, encabezó la respuesta ciudadana coruñesa ante el ataque y fracasada invasión de una flota inglesa al mando del corsario sir Francis Drake.

La entonces Orden se constituyó en 1990 precisamente en la histórica casa de María Pita, y sus fundadores fueron siete caballeros como siete eran las compañías que guarnecían la ciudad en 1589. Entre otras muchas actividades, la hoy Real Orden se esforzó en mantener la tradición militar de A Coruña a través de los homenajes al VII Batallón peninsular al cumplirse 100 años de su partida de nuestra ciudad con destino a la guerra de Cuba en 1895; a la Armada, en 2010; o los que con carácter anual se llevan a cabo en memoria del general Sir John Moore y del mariscal Porlier. También debo reseñar que el primer “caballero de honor” de la Orden, nombrado en 1997, fue el teniente general don Máximo de Miguel Page, a la sazón Jefe de la Región Militar Noroeste, bajo cuyas órdenes realicé mis prácticas de oficial de Estado Mayor en nuestra Capitanía General.

Por ello, no habéis podido honrarme de mejor forma que considerarme vuestro “Caballero de Honor” del año 2024. Suelo decir que las condecoraciones no nos honran sino nosotros no las honramos a ellas; que los reconocimientos obligan más que conceden, que exigen más que otorgan; a los que debemos hacer honor en cada lugar y ocasión. Soy plenamente consciente del compromiso que he asumido al aceptar vuestra distinción.

Mientras ocupe el puesto de Jefe de Estado Mayor del Ejército de Tierra, y no pueda dedicarme con mayor ahínco a nuestra ciudad, me esforzaré en conseguir un Ejército necesario, eficaz, disponible, resolutivo, cercano y comprometido. Es nuestra contribución para conseguir unas Fuerzas Armadas modernas, integradas, equilibradas y sostenibles, incardinadas en el Estado social y democrático de derecho, bajo el Mando Supremo de Su Majestad el Rey, preparadas para cumplir con garantía de éxito, como herramienta de la acción exterior e interior del Estado, las misiones encomendadas por la Constitución y la Ley Orgánica de la Defensa Nacional, bajo la dirección del Gobierno de la Nación con el máximo respaldo social y parlamentario. Es mi modesta forma de ayudar a que A Coruña siga siendo una parte importante del servicio del Ejército a todos los españoles sin distinción alguna.

A la Sra. Alcaldesa y gran maestre, querida Inés, al Sr. Delegado del Gobierno de España, querido Pedro, resto de las autoridades civiles y militares, al maestre, querido José, y demás caballeros de la Real Orden, a mis familiares y amigos y a todos los que habéis querido acompañarnos aquí y ahora y habéis sido testigos de mi alegría y de la renovación de mi compromiso con España y nuestra amada ciudad, muchas gracias de todo corazón”.

 


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