A partir de 1753, la construcción naval en España se encargó a un ilustre marino llamado Jorge Juan, que había estudiado en Inglaterra los métodos utilizados por los ingenieros y maestros navales de aquel país. Cuando regresó a su Patria trajo consigo a cinco maestros ingleses, con cuya colaboración fabricó cinco buques siguiendo un esquema a mitad de camino entre el sistema inglés y el español.
En 1769, Carlos III tuvo la desafortunada idea de destituir a Jorge Juan nombrando en su lugar a un ingeniero francés llamado Francisco Gautier, a petición del cual se creó el Cuerpo de Ingenieros de Marina. Como era de esperar, a partir de ese momento, comenzaron a aplicarse los métodos de construcción franceses aunque, al no dar los resultados apetecidos, se introdujeron algunos cambios copiados del método de Jorge Juan.
Muerto Gautier, en 1784, fue sustituido por Romero Landa, quien redactó un reglamento por el que se construirían una serie de navíos de 74 cañones, a partir del San Ildefonso, que era el prototipo. Asimismo, al final del reinado de Carlos III, se botó otra serie conocida como los Meregildos, nombre derivado del de su primer buque, el San Hermenegildo.
Para hacernos una idea de lo que supuso el esfuerzo naval de España, en aquella época, diré que, entre 1760 y 1788, se construyeron los siguientes navíos:
• En La Habana, el Santísima Trinidad y otros diecisiete más que montaban 64 (5), 68 (2), 70 (1), 74 (2), 80 (1), 94(2), 98 (1) y 112 (3) cañones.
• En Cartagena, uno de 58 cañones, otro de 64, nueve de 74 y un tercero de 80.
• En Guarnizo, uno de 60, uno de 68 y nueve de 74 cañones, respectivamente.
• En El Ferrol, uno de 54, uno de 60, otro de 68, otro de 80, cinco de 74, tres de 112 y uno de 116 cañones, respectivamente.
• En El Callao, uno de 60 cañones.
• Comprado a un particular, uno de 60 cañones.
En total, se fabricaron cincuenta y seis navíos, además de otras embarcaciones menores, entre las que podemos destacar setenta y dos fragatas, treinta y tres jabeques. cinco bombardas, diez galeotas, seis corbetas, ocho balandras, ocho bergantines, siete galeras, veintidós urcas, seis goletas, seis paquebotes y un quechemarín.
De todos estos barcos, el Santísima Trinidad era el de mayor tamaño, desplazando 3100 ton, cifra más que respetable si tenemos en cuenta que un navío normal de aquellos tiempos no solía sobrepasar en mucho las 1000 ton. Fue construido, como se ha dicho, en La Habana, en 1769, siendo trasladado a Ferrol al año siguiente para ser artillado; sin embargo, al detectarse algunos defectos, hubo que realizar algunas modificaciones, especialmente en el bauprés y en lo relativo a la excesiva altura de sus baterías.
La artillería de este colosal navío llegó a englobar, tras la modificación que sufrió en 1795, un total de 136 piezas, a saber: 32 cañones de a 36 libras, 34 de a 24, 36 de a 12, 18 de a 8, 10 obuses de 24 libras, y 6 cañones esmeriles. Todas estas piezas disparaban proyectiles macizos, a excepción de los obuses, que fueron inventados en 1783 por el teniente de navío Rovira, y que disparaban bombas o granadas explosivas, adelantándose en bastantes años al coronel francés Paixans y su cañón bombero.
Por otra parte, no debemos olvidar que aquellos navíos también disponían de los llamados fuegos artificiales (artificios incendiarios), entre los que se encontraban las ollas, dardos y martillos de fuego, los frascos de grueso vidrio llenos de pólvora, lonas embebidas en aceite y agua ardiente para tirar contra las velas, camisas embreadas, barrilitos de fuego artificial combustible, granadas de vidrio y granadas de hierro. Todos estos ingenios, junto a otros tales como los abrojos (piezas metálicas con cuatro puntas, colocadas de tal forma que al Lanzarlos, siempre quedaba una punta hacia arriba) eran muy útiles para apoyar o impedir los abordajes.
Francisco Fernánez Mateos
Foto: Navío “Santísima Trinidad”. Museo Naval de Madrid