Ha transcurrido año y medio desde la retirada unilateral de EE. UU. del Acuerdo Nuclear iraní y la situación en el Golfo Pérsico se encuentra en un momento de especial crispación. El derribo de un UAV estadounidense en el Estrecho de Ormuz, el ciberataque contra Irán en represalia, el apresamiento de un buque con destino a Siria en Gibraltar, la detención de un buque británico en Ormuz como contramedida y el ataque con UAVs contra las instalaciones de la petrolera Aramco han jalonado el verano de 2019. Los países anglosajones y sus aliados en la región, frente a Irán y sus proxies, se han instalado en un tit for tat de difícil solución, que refleja la complejidad de la lucha por la hegemonía en Oriente Medio.
La narración periodística habitual, enfocada en la inmediatez y la concreción, impide observar el cuadro completo en el que se desarrollan los acontecimientos narrados, lo cual será el objetivo de este artículo. Cabe diferenciar dos factores que determinan los motivos de esta situación y de los cuales dependerá su solución: la presencia militar estadounidense en la región y la lucha entre minorías étnico-religiosas y Estados, canalizada en enfrentamientos asimétricos.
Botas sobre el terreno e imperativos estratégicos
La retirada progresiva de las tropas estadounidenses de Irak, anunciada por el entonces presidente Barack Obama en 2011, supuso el anticipo de un giro necesario en la política exterior de Estados Unidos. Los conflictos de Oriente Medio se enquistaban y suponían cuantiosas pérdidas humanas y materiales, mientras China se consolidaba como gran potencia en el área Asia-Pacífico, convirtiéndose en una amenaza para la hegemonía económica mundial estadounidense. Sin embargo, el rumbo de los acontecimientos impidió el cambio de foco: las primaveras árabes y las guerras civiles que provocaron, a la par del nacimiento y auge del Daesh, exigían una respuesta completa y con objetivos claros, que Estados Unidos no ha sabido proporcionar.
La guerra de Siria constató las limitaciones de la intervención aérea sin apoyo terrestre. Mientras la operación Inherent Resolve apenas conseguía paliar la ocupación de nuevos territorios por parte del Estado Islámico, la intervención rusa, con apoyo en tierra de efectivos de la Guardia Revolucionaria iraní y milicianos de Hezbolá, consiguió sostener al gobierno de Bashar al Assad y demostró mayor efectividad en la derrota de los grupos salafistas establecidos en el país. Mientras Estados Unidos y sus aliados mostraban una actitud confusa, apoyando a las milicias kurdas del norte (lo cual implicaba soliviantar a Turquía, con su agenda propia en Siria), Irán se consolidaba no sólo como aliado, sino como sustento del que depende el gobierno alauita para sobrevivir.
El acceso a los recursos energéticos de la zona, así como la eliminación de los grupos terroristas que operan tanto a nivel interno como con proyección exterior, requieren una actuación conjunta, con objetivos claros e inversión en recursos que, por otra parte, nadie parece dispuesto a desperdiciar: los dudosos resultados de las invasiones de Afganistán (2001) e Irak (2003), junto a las desastrosas consecuencias advenidas tras el derrocamiento de Gadafi (2011), han llevado a los países occidentales a adoptar posturas más atemperadas, contrarias a la intervención militar convencional más allá de la mera pacificación.
La guerra asimétrica como dinámica estructural
A lo largo del arco geográfico que comprende el territorio de Irak, Siria y Líbano, el país persa ha consolidado una red de grupos armados, formados en torno a las minorías chiíes que habitan esos países, con una creciente influencia política y militar. Por otra parte, la firma del Acuerdo Nuclear, con el levantamiento de las sanciones económicas, implicó el reflote de la economía iraní, lo que alentó a su vez sus aspiraciones exteriores.
El recurso a proxies (actores intermedios que utilizan los Estados para conseguir sus objetivos en el territorio de terceros Estados sin comprometer a sus fuerzas armadas convencionales), no es exclusivo de Irán. De la misma manera, distintos miembros del Consejo de Cooperación del Golfo han empleado a estas fuerzas no convencionales, financiando a grupos armados de afiliación suní en Siria. Sin embargo, la efectividad de sus acciones se ha visto mermada por la falta de coordinación e incluso la rivalidad entre estos grupos. En el caso de Yemen, la actuación de la coalición encabezada por Arabia Saudí ha sido incapaz, hasta el momento, de restablecer el poder de Mansour al Hadi, reconocido por la comunidad internacional pero carente de autoridad de facto sobre el territorio yemení, mientras que los hutíes apoyados por Irán mantienen en su poder la capital del país, Saná, desde 2014. Los recientes ataques contra instalaciones petrolíferas en Arabia Saudí, tanto si la autoría fue de los hutíes (como ellos mismos afirman), como si fue de los iraníes (como apuntan los líderes gubernamentales saudíes y estadounidenses), dejan entrever las carencias del reino árabe en lo que se refiere a la protección de sus infraestructuras críticas.
Las sanciones impuestas contra Irán tras la salida de Estados Unidos del Acuerdo Nuclear, así como las avisadas tras los ataques contra las centrales de Aramco, es seguro que tendrán un fuerte impacto negativo sobre la economía iraní, lo que puede ser aprovechado como factor de desestabilización interna. Por otra parte, huelga decir que la inferioridad iraní en una hipotética guerra convencional contra Estados Unidos sería evidente. No obstante, los desafíos que presenta la región son mucho más amplios. La guerra abierta es un escenario indeseado por todos y la suerte de guerra fría actual genera una inestabilidad con efecto contagio en todos los países de la región que impide una lucha eficaz contra el terrorismo, el que es (o debería ser) el objetivo primordial de los países occidentales en Oriente Medio.
Es un error asumir que una hipotética (y, en este momento, muy improbable) caída del régimen de los ayatolás pueda suponer un cambio significativo: un país con la extensión territorial, volumen de población y recursos energéticos de Irán pugnará, bajo un régimen político u otro, por el liderazgo de Oriente Medio. Así, la solución más razonable pasa por equilibrar la balanza de poder entre las potencias regionales -Turquía, Arabia Saudí e Irán-. Alternativa lejana, sin embargo, a la vista del liderazgo errante y disperso de Estados Unidos y la incapacidad demostrada por la Unión Europea para dar una respuesta conjunta a los desafíos exteriores que se le presentan. (Juan Ramón Real, graduado en Derecho por la Universidad de Cádiz)
Fotografía: Fuerzas iraníes atacadas por Israel en Siria (IDF)
·Fábrica de misiles de Hezbollah en Líbano atacada por Israel a comienzos de mes (IDF)