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El combate naval de Trafalgar

Ayer noticia

(Revista Defensa nº 331, diciembre 2005) El combate naval de Cabo Trafalgar, ocurrido el 21 de octubre de 1805, entre la escuadra combinada franco-española y la británica, fue el resultado de la confrontación de tres almirantes muy diferentes, con navíos similares pero marinados de forma muy distinta y empleando tácticas opuestas.  «Les tempétes nous ont fait perdre quelques vaisseaux aprés un combat imprudemment engagé».  (Las tempestades nos han hecho perder algunos navos después de un combate imprudentemente entablado). Napoleón

Así, el vicealmirante Horacio Nelson, nacido en el condado de Norfolk en 1758 e hijo de un modesto pastor protestante, había ingresado en la Royal Navy como sencillo grumete con tan sólo 12 años, sentando plaza en el Raisonnable, navío mandado por su tío, Maurice Suckling. Con 19 años ya era oficial de Marina (lieutenant), y dos años más tarde sería nombrado comandante (captain), de la fragata Hinchinbrook. No conoció otra actividad más que la guerra naval y prácticamente pasó toda su vida embarcado. De naturaleza débil y enfermiza, paradójicamente su agresividad en la pelea era notoria. En 1797, en la batalla de cabo San Vicente contra los españoles, ganó el entorchado de contralmirante y la Orden del Baño a bordo del navío Captain, gracias a su decisión y acometividad en el combate. Un año más tarde, en Aboukir, a bordo del Vanguard y arriesgando sus navíos al pasar por bajos fondos entre la flota francesa fondeada y la costa egipcia, humilló a Napoleón hundiendo a 11 de los 13 buques galos, obteniendo el título de barón del Nilo y obligando al corso a regresar a Francia, renunciando a su sueño de conquistar el norte de África, si bien fueron los corsos los que le dejaron tuerto en 1791 en un ataque a Calvi, de forma igual a como el cañón Tigre de los españoles le dejó manco en el fallido asalto a Tenerife, en julio de 1797. En el ataque a Copenhague de 1801, llevándose el catalejo al ojo ciego, pronunció la famosa frase: no distingo la señal, y desobedeciendo a su jefe, el almirante Hyde Parker, atacó y destrozó a la flota danesa allí fondeada, consiguiendo un nuevo ascenso y el título de vizconde. Su actuación en Trafalgar marcaría el apogeo de la táctica naval en la época bélica, aunque su afán de notoriedad le costó la vida, al entrar en combate con uniforme de gala.

foto: El comandante Nelson lideró las tropas inglesas en Traflagar, aunque fue herido de muerte en la batalla.

Su oponente francés, Pierre Charles Jean Baptiste Silvestre de Villeneuve, era la otra cara de la moneda. Nacido en Valensoles (Provenza) en 1763, ingresó en la Marina Real francesa como portaestandarte y pese a sus orígenes nobles, consiguió escapar a la persecución de los jacobinos que diezmaron el escalafón de oficiales realistas. Por esta circunstancia y debido a la falta de marinos profesionales, tuvo una carrera fulgurante, ascendiendo a contralmirante con tan sólo 34 años. Mandando la retaguardia en la batalla de Aboukir, salvó la vida al escapar con su navío el Généraux, acompañado del Guillaume-TelI de Decrés, del ataque de Nelson. Este hecho causó un escándalo en París, pero Napoleón lo justificó diciendo que los otros buques tenían que haberse retirado igualmente. Años más tarde, en el exilio de Santa Elena, el ex emperador reconoció que el desastre del Nilo se debió en parte a Villeneuve. A pesar de todo, el almirante francés fue escogido para substituir al frente de escuadra de Tolón al almirante Latouche-Treville, fallecido a bordo de su buque en 1804, obteniendo así el mando de la escuadra francesa del Mediterráneo y la orden de Napoleón de atraer a la flota de Nelson al Caribe y, una vez allí, esquivarla, para regresar al Canal de la Mancha, y en unión de la flota española, destrozar lo que quedase de la escuadra británica, permitiendo así el paso de 160.000 soldados del ejército napoleónico desde Boulogne a la Gran Bretaña.
La triste realidad fue que Villeneuve dejó las Antillas perseguido por Nelson y, contradiciendo las órdenes de Napoleón, se refugió en Cádiz desde el 20 de agosto hasta el 20 de octubre de 1805, víspera de la batalla de Trafalgar. Si algo criticaron sus subordinados a Villeneuve, fue la falta de decisión, siendo incapaz de cambiar la táctica adoptada inicialmente si esta no resultaba adecuada. Los españoles tampoco confiaban en él después del desastroso resultado del combate de Finisterre del 22 de julio de 1805, en que achacaron a su indecisión e impericia la captura por parte del vicealmirante británico Calder de dos navíos españoles, Firme y San Rafael, que no fueron auxiliados por la escuadra mandada por Villeneuve, que se retiraría sin combatir.

foto: Gravina, al mando del “Príncipe de Asturias”; resistió durante horas el asedio inglés.

El tercer almirante en liza no era tal, sino general, que así era la denominación en la Armada real de sus máximos oficiales hasta el siglo XX. El capitán general don Federico Gravina y Napoli, natural de Palermo, donde naciera en 1756, era de familia noble, habiendo ingresado en el Real Colegio de Guardias Marinas, llegando al empleo de teniente general después de participar en una serie de combates librados en Cádiz, Gibraltar, Tolón, Rosas, Santo Domingo etc. Rápido en la ejecución y valiente en el combate era muy querido por sus subordinados. Discípulo de Luis de Córdova y de Lángara, aprendió en la mar a desarrollar sus facultades de comandante primero y general después. Emulo de Barceló, supo adquirir esa osadía sublime que se emplea en los combates navales para arrancar la victoria en un momento decisivo. Estuvo sometido a las erróneas decisiones tácticas de Villeneuve, tanto en Finisterre como en Trafalgar.

Los buques

En lo referente a Trafalgar, hay que deshacer dos leyendas negras, en primer lugar la inferioridad técnica de los navíos españoles: los buques eran de excelente diseño y magnífica construcción, al emplear maderas de caoba, teca y roble, procedentes de las colonias de Cuba, Honduras y Filipinas, con sus cascos resistentes a los ataques de la broma y del terrible gusano teredo navalis, auténtica bomba de relojería. La mayor superficie bélica de los navíos españoles, les proporcionaba un mejor andar, si bien su arboladura más alta era un punto débil frente a los embates de la artillería enemiga, que además de los clásicos cañones de 32 libras, presentaba sus temibles carronadas de gran calibre y poco alcance, utilizadas en el combate a corta distancia y que barrían con su metralla de forma inmisericorde las cubiertas enemigas de tripulantes.


Una muestra de la excelente construcción naval española era el Santísima Trinidad, el mayor buque de guerra del mundo y único con cuatro cubiertas artilladas, que no puentes como tradicionalmente se ha mal traducido al castellano la palabra francesa pont, cubierta, ya que puente es passarelle. Este gigante de los mares, insignia del jefe de Escuadra Baltasar Hidalgo de Cisneros en la batalla, llegó a alinear 136 cañones y había sido construido en el Arsenal de la Habana en 1769, peleando en Trafalgar con 32 cañones de 36 libras en la 1° batería y cubierta más baja, 34 de 24 en la 2ª, 36 de 12 en la 3ª y 18 de 8 emplazados en la 4ª y más alta, además de 10 obuses y 6 esmeriles.

foto: El “Santísima Trinidad”; un gran buque de guerra de su época.

A finales del siglo XVIII, la Marina Real tenía en su lista oficial de buques, 66 navíos, 52 fragatas, 10 corbetas, 16 urcas, 9 jabeques, 43 bergantines, 5 pailebotes, 7 balandras, 10 goletas, 4 galeras, 2 galeotas y 77 lanchas cañoneras, es decir más de 300 buques de guerra. La pérdida de 10 navíos en Trafalgar, es decir el 15 por ciento de sus buques de línea, no era suficiente motivo para apear a España de su pedestal de potencia naval, y este es el segundo mito que intentamos desterrar. Si lo fue el total abandono en que estuvieron navíos, astilleros y arsenales durante el largo reinado de Fernando VII, llamado paradójicamente El Deseado, de forma que al heredar el trono su hija Isabel II en 1833, ¡la Armada española tan sólo contaba con un sólo navío operativo!.
Un total de 18 buques españoles salieron del puerto de Cádiz para luchar en la batalla deI 21 de octubre en Cabo Trafalgar, de ellos el Santísima Trinidad, el excelente Santa Ana insignia de Álava y el Príncipe de Asturias, insignia de Gravina, sobrepasaban el centenar largo de cañones, siendo los dos últimos de tres cubiertas. Los Rayo, Neptuno y Argonauta eran del porte de los 90, San Agustín, Monarca, San Francisco de Asís, San Ildefonso, San Juan Nepomuceno y San Justo tenían más de 80 y los más pequeños de la escuadra española Montañés, Bahama y San Leandro, contaban con más de 70 piezas.
La Marina gala tuvo su paso del Rubicán, con la Revolución Francesa de 1789, que se encargó primero de asesinar a la mayoría de los oficiales de la Marina borbónica, y, en segundo lugar, el abandono de los Reales Arsenales. La llegada de Napoleón al poder trajo consigo la recuperación de los arsenales de Tolón y Brest, así como la construcción de una poderosa flota, capaz de frenar en la mar los ataques británicos. Gracias a este esfuerzo, la Marina napoleónica contaría a finales de 1804, con 56 buques, con 80 ó 74 cañones, que aunque inferiores a los de tres cubiertas y 100 piezas, eran navíos muy bien diseñados, homogéneos y construidos según los planos del gran ingeniero naval Sané, flota que llegaría a los 80 navíos al final del mandato de Napoleón.
La escuadra de Villeneuve estaba compuesta por 18 buques de línea de dos cubiertas, 4 fragatas, 1 corbeta y 2 bergantines, figurando dos navíos ingleses, capturados al enemigo, los Berwick y Swiftsure de 74 cañones, y dos españoles Intrépido y Atlas, dejado este último en Vigo por su menor andar, ex Intrépido y Atlante respectivamente, cedidos en 1801 por Godoy, en virtud del 2° tratado de San Ildefonso.
De 80 o más piezas eran el Bucentaure, insignia de Villeneuve, y que pertenecía a una moderna serie de navíos de 80 cañones, al igual que el Formidable, insignia de Dumanoir; el Neptune de 84, y el indoptable. Por último el grupo más numeroso estaba formado por los buques de 74 cañones: Algésiras, insignia del contralmirante Magon, Scipion, Duguay, Trouin, Mont-Blanc, Héros, Redoutable, Aigle, Argonaute, Achule, Fougueux y Plutón.
Las fragatas, todas ellas de 40 cañones eran las Comélie, Hortense, Rhin y Hermione, la corbeta Thémis del mismo porte y los bergantines Furet y Argus, de 18 y 10 cañones respectivamente.


La Marina británica contaba al comienzo del siglo XIX con más de 100 buques de línea, y un número similar de fragatas. De los primeros, 96 eran del porte de 74 cañones, con una treintena adicional de navíos de 100 cañones y tres cubiertas. Con estas apabullantes cifras, Su Majestad británica podía tener una flota en el Mediterráneo, otra en el Canal de la Mancha y una tercera en las Antillas, bloqueando de forma casi permanente los puertos franceses de Brest y Tolón y los españoles de Cádiz, Cartagena y Ferrol, apoyados desde sus bases de Portsmouth, Plymouth y Gibraltar en Europa.
Todo esto hacía que en 1805 la Royal Navy fuese la Marina más poderosa del mundo, no sólo numéricamente sino también por los avances técnicos de sus buques y la excelencia de sus dotaciones, acostumbradas a pasar varios meses en la mar sin pisar tierra, sometidas a un rígido adiestramiento, especialmente en lo que se refería al tiro naval, siendo normal que un buque británico pudiese disparar dos salvas en 5 minutos, tiempo necesario para que los buques franceses y españoles realizasen una con sus cañones más pesados. La mayoría de los 27 navíos que participaron a las órdenes de Nelson en Trafalgar procedían de los astilleros ubicados en el Támesis, siendo el resto construidos entre Hardwich y Chatham. Su diseño y construcción eran excelentes, lo que favorecía su larga duración.
El buque más representativo era sin duda el HMS Victory, insignia de Nelson. Construido en 1756 en los astilleros de Chatham, se conserva hoy día en un dique seco del Arsenal de Portsmouth, izando la insignia del First Sea Lord, o máxima autoridad naval británica. Su desplazamiento, de 2.196 ton., era muy inferior al del Santísima Trinidad español, de 2.935, al igual que su artillería de 110 piezas, si bien contaba con 10 carronadas en la cubierta alta, mortales a corta distancia en los momentos previos al abordaje. Entre los siete navíos de tres cubiertas hay que destacar al Royal Sovereign, también de 110 cañones e insignia del vicealmirante Collingwood, segundo en el mando. El Britannia, construido en Portsmouth en 1762, iba artillado con 100 cañones y fue insignia del contralmirante Northesk en el combate. Cierran la serie de los three decker, el Neptune, similar al anterior y los Prince, Temeraire y Dreadnought de 98.
En el ámbito de los navíos de dos cubiertas o two decker, estaban los Ajax, Spartiate, Achilles, Conqueror, Leviathan, Orion, Minot aur, Mars, BelIepherone, Colossus, Revenge, Swiftsure, Defence, Agamennon, Africa, Polyp hemus, Thunderer y Defiance, todos ellos del porte de los 74 cañones. Por último, dos de construcción francesa, Tonnant y Belle-Isle, de 80 y 74 cañones respectivamente, buena presa en Aboukir. No hay que olvidar igualmente las fragatas que hicieron de exploradoras y remolcadoras antes y después del combate, Euzyalus, Sirius, Naiad y Phoebe, artilladas con 36 cañones, ni a la goleta Pickle de 10 piezas ni al cutter Entrepenante de 8 carronadas.

El combate

Cuando Villeneuve salió por fin de Cádiz, desoyó el consejo del teniente general Gravina que, en el límite de la disciplina, desaconsejó la partida con una tempestad a punto de arribar, haciéndole ver la desconfianza de las dotaciones españolas después del apresamiento de los navíos San Rafael y Firme en el reciente combate de Cabo Finisterre, sin que por parte del almirante galo se recibiese ayuda alguna. Según Gravina, para los ingleses mantener el bloqueo de Cádiz era algo muy costoso sobre todo de cara al próximo invierno con los clásicos temporales de levante, y por parte española existía la imposibilidad de reponer las posibles pérdidas en un combate totalmente incierto.


Una carta del almirante Decrés, ministro de marina francés, a Villeneuve anunciándole su próximo relevo por Rosily, disipó todas las dudas del almirante, que decide aparejar el 18 de octubre de la bahía gaditana, sabiendo que va al desastre. La salida de la escuadra combinada es lenta pues sólo sopla una ligera brisa que mueve a los gigantescos veleros con espantosa lentitud. La fragata británica Sirius, ve el movimiento y transmite la señal 370 enemigo saliendo de puerto, que fue repetido por la cadena de buques apostados hasta llegar a Nelson, que inmediatamente ordenó caza general rumbo SE, para evitar que la escuadra enemiga cruce el Estrecho y entre en el Mediterráneo. El 20 de octubre, los 33 navíos de la escuadra combinada han salido de Cádiz, arrumbando al SE. A partir de ahora sólo van a contar tres factores: la táctica naval utilizada por ambos almirantes, el adiestramiento y efectividad de las dotaciones y la acometividad de sus comandantes, que darían la victoria a una sola escuadra.
Antes de la salida de Villeneuve, Nelson había reunido a todos sus almirantes y comandantes a bordo del Victory, para explicarles su táctica. Sus 27 navíos formarían en dos columnas, mandando él la de barlovento compuesta por el Victoiy, Temeraire, Neptune, Con queror, Leviathan, Ajax, Orion, Agamennon, Minotaur, Spartiate y Britannia, y Collingwood la de sotav ento, con el Royal Sovereign, Mars, Belle-Isle, Tonnant, Bellepheron, Colossus, Achile, Polip hemus, Revenge, Swiftsure, Defence, Thunderer, Defiance, Prince y Dreadnought para cortar por el centro, la larga línea de fila que esperaba Villeneuve formase con sus 33 navíos, aislando así la vanguardia del enemigo, destrozando su centro y entablando combate con la retaguardia. Collingwood atravesaría la línea a partir del undécimo navío a partir de la cola y Nelson cortaría la formación enemiga entre tres y cuatro buques a partir del centro hacia la vanguardia. Esta audaz maniobra fue inmediatamente bautizada con el nombre Nelson‘s touch o toque de Nelson, por sus oficiales.

foto: La Batalla de Trafalgar supuso el fin de la hegemonía española en el mundo.

Villeneuve, por el contrario supuso que Nelson formaría sus buques en la clásica línea de fila para combatir a la del enemigo, por eso ordenó “si los buques ingleses están a sotavento, caeremos sobre ellos, combatiendo cada navío nuestro con el que le corresponda en la línea, sin dudar en abordarle si las circunstancias lo permiten. Si por el contrario el enemigo aparece por barlovento, cerraremos nuestra línea de batalla impidiendo que la atraviese”. Además de esta línea de batalla, el almirante francés decidió contar con una Escuadra de Observación, de doce navíos mandada por Gravina, secundado por Magon, que intervendría allí donde fuese necesario.
Así, los buques inicialmente formaron en una larga fila con el San Juan Nepomuceno del brigadier Churruca en cabeza y el Neptuno cerrando la formación. La Escuadra de Gravina tenía que haber ganado barlovento para poder acudir allí donde su ayuda fuese necesaria, pero prefirió colocarse en vanguardia de la formación.
Al amanecer del 19 de octubre, la fragata francesa Hermione avistó 5 velas de la división Blackwood hacia el oeste. Al anochecer del 20, 18 negras siluetas de navíos se perfilaron sobre el horizonte. Villeneuve al avistar enemigo a las 07:00 del día 21 podía haber seguido rumbo a Gibraltar, pero en lugar de eso decidió virar y poner de nuevo proa a Cádiz para tener la retirada asegurada tal y como hizo en Aboukir, así que a las 08:00 de la mañana ordenó virar en redondo a todos los navíos, pesada y complicada maniobra dado el número de buques en la línea, que quedó finalizada a las 10:00. Villeneuve vio entonces que la Escuadra de Gravina quedaba en la cola de la formación, ordenándole situarse a barlovento, viendo como la escuadra británica se aproximaba peligrosamente en dos columnas sobre su centro. El brigadier Churruca se dio cuenta instantáneamente del peligro, comunicando a su segundo comandante “nuestra vanguardia va a quedar aislada del centro, y la retaguardia va a ser arrasada. La mitad de nuestra escuadra no va a poder combatir, ¿porqué no les ordena virar?.”
A bordo del Victory, Nelson ordenó al lleutenant Pasco, su oficial de comunicaciones, izar la señal Inglaterra confía que cada hombre cumpla con su deber, Pasco pidió permiso a Nelson para cambiar confía por espera, ya que la primera palabra había que deletrearla, mientras que la segunda era una sola bandera. Nelson asintió por lo que la señal izada fue England expects that evey man will rio his duty. Una segunda señal se encontraba a continuación lista para ser izada Combatir al enemigo más de cerca.
El role del viento al WNW le había dado a Nelson la suerte de los audaces, ubicándolo a barlovento de la escuadra combinada que, penosa y lentamente, navegaba hacia el norte intentando formar una línea de fila, con la Tercera Escuadra de Dumanoir a bordo del Formidable, en vanguardia, con el español Neptuno en cabeza, seguido del Scipion, Intrepide, Formidable, Duguay-Trouin, MontBlanc y San Francisco de Asís, con el viejo Rayo descolocado. Seguía la Primera Escuadra en el centro y en total desorden: el matalote de proa, Herós, que debería seguir al San Francisco español, a 200 yardas, se encontraba muy retrasado, el español San Agustín, está desventado por el través del Herós en lugar de por su popa. A continuación de éste último va el inmenso Santísima Trinidad de Hidalgo de Cisneros, y por su popa el Bucentaure, insignia de Villeneuve. A éste le sigue el Redoutable a una distancia considerable para permitir que los desventados Neptune y San Leandro, ocupen sus puestos.
Los buques de la Segunda Escuadra, en la retaguardia, también han maniobrado mal. Muy caídos a sotavento se encuentran el San Justo, el Indoptable y el Monarca y sólo se encuentra en la línea el maniobrero Santa Ana del teniente general Álava, el Fougueux y el Plutón. Finalmente se encuentra la Escuadra de Observación de Gravina con el Algésiras en cabeza, insignia del contralmirante Magon, seguido por los Bahama, Aigle y Swiftsure. Montañés y Argonauta, que se encuentran caídos a sotavento, y por último en buen orden y dentro de la línea de batalla, siguen el Argonaute, San ildefonso, Achile, el magnífico tres cubiertas Príncipe de Asturias, insignia de Gravina, Berwick y, cerrando, el San Juan Nepomuceno de Churruca. Las fragatas y demás buques menores se encuentran por el través de la línea, pronto a combatir y remolcar a los navíos desarbolados.
Según los buques británicos se aproximaban a la flota combinada, Hardy, comandante del Victory, decidió cortar la línea enemiga entre el Bucentaure y el Santísima Trinidad. A las 11:45 el navío español San Agustín dispara la primera salva seguida de otra del Monarca, mientras los buques enemigos continúan aproximándose. El Royal Sovereign, de Collingwood, descubre el hueco entre el Santa Ana y el Fougueux, disparando sobre ambos navíos por sus dos bandas a las 12:00. Simultáneamente, el Victory que había sufrido un duro castigo por parte del Bucentaure, muriendo el propio secretario de Nelson al igual que parte del destacamento de Infantería de Marina, abrió fuego con sus temibles carronadas sobre la cubierta del buque insignia de Villeneuve, limpiando su cubierta alta de infantes y marineros, al mismo tiempo que sus baterías más bajas disparaban a quemarropa sobre el buque francés, pero nada más librar a éste se encontró por la proa al Neptune, que presentaba todo su costado disparando una salva que dañó el trinquete y el bauprés del insignia de Nelson, por lo que su comandante Hardy cayó a estribor para eludirlo, intentando aproximarse al Redoutable, para arrasarlo con sus baterías de estribor, al mismo tiempo que prácticamente llegaban a la colisión tocándose penoles y masteleros. A las 13:15, Nelson que se encontraba en la toldilla junto con Hardy, observando esta maniobra, se sintió alcanzado por la espalda. Sus brillantes charreteras doradas y sus numerosas condecoraciones no habían pasado desapercibidas para un hábil francotirador del Redoutable, que le había alcanzado en la espina dorsal.
A la cabeza de su columna, el Royal Sovereign había entablado combate con el español Santa Ana de Álava y el Fougueux, penetrando sólo en la línea enemiga por espacio de 30 minutos, muy por delante de su División, mientras los buques de la escuadra combinada iban aproximándose sin llegar a formar nunca una línea cerrada. Como resultas de este audaz ataque en solitario, su navío quedó desarbolado, debiendo traspasar su insignia a la fragata Euyalus.
La batalla continuó mientras el viento iba cayendo y las velas dejaban de portar. El Mars británico había perdido su aparejo e iba a la deriva, habiendo sido su comandante Duff decapitado por una bala de cañón. Dos horas después de comenzar la batalla, la vanguardia de seis navíos bajo el mando del contralmirante Dumanoir por fin había dado la vuelta obedeciendo tardíamente a Villeneuve y se dirigía hacia el combate. Cuatro buques, incluyendo el Formidable de Dumanoir, se cruzaron con algunos navíos británicos con los que intercambiaron algunos disparos para a continuación dirigirse a Cádiz, abandonando la pelea. Tan sólo el Intrepid de lnfernet y el Neptuno del brigadier Valdés desobedecieron a Dumanoir acudiendo en auxilio de Villeneuve, que había izado la señal el que no se baile en el fuego no estará en su puesto. A las 16:30 y antes de que Nelson exhalase su último suspiro, Hardy le comunicó la victoria británica.

Las consecuencias del combate

Los tres almirantes protagonistas de esta batalla murieron como resultado de ella. Nelson, en el puente de su navío, convertido en héroe nacional. Su cuerpo seria conservado en un barril de ron, inmerso en este líquido, hasta que una vez reparado el Victory en Gibraltar, pudo regresar a Inglaterra, donde sería enterrado con todos los honores en la catedral de San Pablo de Londres, el 6 de enero de 1806. La Trafalgar Square, tiene la misma altura que el palo mayor del Victozy.
Villeneuve tuvo bastante peor suerte. Apresado su buque el Bucentaure, sufrió el deshonor de ser hecho prisionero y llevado a Londres. Liberado por los ingleses el 11 de abril de 1805, regresó a Francia, ordenándosele que permaneciese en Rennes y que no pisase París. Pero temiendo ser juzgado por un consejo de guerra al haber desobedecido las órdenes de Napoleón y, en consecuencia, perdido los barcos, se suicidó el 21 de abril en su cuarto del Hotel Brasil, con cinco heridas hechas con un afilado estilete, aunque sus amigos defendieron la teoría de un asesinato.
Gravina resultó gravemente herido a bordo del Príncipe de Asturias, pero consiguió salvar al buque y regresar a Cádiz. Los médicos dictaminaron que habría que amputar el brazo herido por la metralla. El intento de salvar el miembro se tradujo en una gangrena que produjo la muerte del ya ascendido a capitán general el 9 de marzo de 1806. Hoy día, una placa en la plaza de la catedral de Cádiz recuerda al heroico marino, cuya tumba guarda celosamente el Panteón de Marinos Ilustres en la población naval de San Carlos.

foto: Entre la numerosa bibliografía sobre Trafalgar, destaca la obra de Benito Pérez Galdós.

De la flota combinada, los británicos capturaron a los franceses Bucentaure, Algésiras, Swiftsure, Intrepide, Aigle, Beíwick, Achule, Redoutable y Fougueux, los españoles perdieron el Santísima Trinidad, Santa Ana, Argonauta, Bahama, San Agustín, San Ildefonso, San Juan Nepomuceno y Monarca.
El mal estado del Santísima Trinidad, de Hidalgo de Cisneros, tras la durísima pelea, en algunos momentos hasta con siete navíos enemigos, al igual que el Argonauta del capitán de navío Pareja, evitó la vergüenza de ser llevados a Gibraltar, hundiéndose a las pocas horas del combate. El Redoutable del valiente capitán de navío Lucas, muerto en combate, prefirió igualmente hundirse a ser marinado por una dotación extraña. El Achule voló por los aires y el San Agustín e Intrepid, desaparecieron entre las llamas. En el terrible temporal del día siguiente a la batalla, los buques sin aparejo y desmantelados se fueron contra la costa de Cádiz, perdiéndose los Monarca, Fougueux, Aigle y Bewick.
El día 23 de octubre, el capitán de navío Cosmao salió de Cádiz con el Pluton de su mando, seguido por el Indomptable, Neptune, Rayo y San Francisco de Asís, para intentar recuperar alguno de los buques apresados por los británicos, a pesar del temporal. De esta forma el Santa Ana y el Algésiras pudieron ser liberados, pero la dureza del temporal hizo que los infortunados Neptuno, San Francisco de Asís, Indomptable, Aigle, y Bucentaure se perdieran entre las rocas. El Rayo capturado por el Donegal, fue incendiado el 31 de marzo. Así, de todas las presas de los británicos, sólo un buque, el San Juan Nepomuceno, llevaría el pabellón inglés, al abandonar Collingwood al Monarca y Berwick, que se hundieron frente a Sanlúcar, siendo dados de baja por su lamentable estado al llegar a Gibraltar los Swiftsure y San ildefonso, hundiéndose en puerto el Bahama.
Pero no acaban aquí las desdichas de los participantes en el combate, tan sólo 12 días más tarde, una flotilla británica compuesta por cuatro navíos, Caesar, Hero, Courageux y Namur, junto con cuatro fragatas, al mando del contralmirante Strachan, captura a los cuatro navíos que al mando del contralmirante Dumanier, Formidable, Duguay-Trouin, Mont Blanc y Scipion, habían salido indemnes del combate y trataban de ganar un puerto francés. Tres años más tarde, en el mismo escenario, Ruiz de Apodaca se apoderaría en 1808 de los navíos franceses supervivientes de Trafalgar, todavía fondeados en el puerto de Cádiz, Argonaute, Héros, Algésiras, Neptune y Plutón, al invadir Napoleón a España. Con lo que de los 18 navíos franceses participantes en el combate, ninguno volvería a Francia.
En resumen, Trafalgar les supuso a los británicos, seis navíos gravemente averiados, entre ellos el Victory, y una sola presa útil, el San Juan Nepomuceno. Además de su almirante Nelson, la Royal Navy tendría 449 muertos en el combate y 1.214 heridos. La flota combinada perdió al contralmirante francés Magon, y a los brigadieres Churruca y Alcalá Galiano, además de 3.701 muertos y 1.556 heridos los franceses, más 1.056 y 1.385 respectivamente, los españoles.

 La victoria táctica supuso para Inglaterra alejar definitivamente el peligro de invasión del poderoso ejército napoleónico y la gran ventaja estratégica de obtener el dominio del mar hasta la  PGM. Francia, por el contrario, perdió sus posibilidades de ser una potencia naval, contentándose con serlo terrestre, y España sufrió enormes perjuicios económicos que le llevaron a la ruina, al verse obligada por Napoleón a pedir un préstamo de 100 millones de reales para sufragar la construcción de navíos franceses, devaluándose su moneda y sufriendo terriblemente su comercio con América al no poder construir más buques de guerra propios ni pertrechar los Arsenales para su defensa.


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