Allá por los años 70, José Ramón Alonso, uno de los más veteranos e ilustres tratadistas militares españoles que dirigió grandes medios de comunicación de masas, desde Radio Nacional de España al diario “Pueblo”, de Madrid, y autor de multitud de artículos de temática militar, así como de varios volúmenes sobre la historia política del Ejército español, dejó caer esta expresión en un coloquio sobre altos estudios militares, y fue como si una descomunal culebra hubiese penetrado en un charco de ranas.
Hubo más silencios que voces en contra, y, sólo al final, el teniente general director, uno de los militares más cultos y liberales que ha dado España en este siglo, se acercó para decirme:
—En el fondo tiene usted razón, y la definición podría ser exacta. Pero vamos a no desarrollarla porque podría caer muy mal donde usted sabe.
En efecto, podría caer muy mal, pero quedó escrita y hasta ahora no me ha convencido nadie de que estuviese equivocado. ¿Qué es eso de la prostitución estratégica?. Precisamente aquella que consiste en dar el cuerpo de la nación, o parte de él, a un tercero, alquilándolo mediante dinero u otras especies, que pueden consistir en créditos, en armas, en ayudas técnicas o en otros socorros internos o internacionales. En el origen está un tratado desigual .—como los aplicados a China en el siglo XIX, pero sin violencia previa—, en el cual un país necesitado y sin potencia entrega a otro lo que éste precisa para aumentar su seguridad o su propia defensa. Una prostitución estratégica fue la impuesta a Cuba al comenzar este siglo, con el arriendo de la base de Guantánamo. Caso aún más duro fue el de Panamá en 1903, condición sine que non para que este país, entonces provincia colombiana, se hiciese independiente. A Finlandia le ha sucedido algo de lo mismo con su mejor base naval, despues de la última guerra.
—Entonces, ¿en todas partes cuecen habas, y eso de la “prostitución estratégica” le puede suceder a cualquiera?
Sólo acontece en instantes de desfallecimiento nacional, o de postración diplomática plena. A España esto le ocurrió en 1953, aunque fijando plazo a la entrega, y, por tanto, fue una prostitución pactada, limitada en el tiempo, sin vocación verdadera porque pobres hemos sido, pero voluntad cipaya jamás la ha tenido nuestro pueblo. Conste que quien esto escribe defendió ardientemente la renovación de los Pactos con los Estados Unidos en 1976, precisamente cuando se había logrado que Norteamérica retirase de Rota sus cohetes Polaris, que hacían de toda una comarca española un candidato para la muerte. Se llevaron los “Polaris“ y desapareció todo el armamento nuclear que había en España, ha dicho Gutiérrez Mellado. ¡Uf! Pero quedaba la gran locura de Torrejón de Ardoz, a veinte kilómetros de la capital de España.
—El general Juan Vigón fue un militar muy inteligente —dije un día a un general español. Dejó fama de ello.
—Lo dirá usted —me respondió—. ¿Cree usted muy inteligente a quien permitió una base extranjera a tiro de cañón de la plaza de la Cibeles? Por lo menos pudo haberla aceptado en un páramo manchego.
Quiero comprender que hay situaciones de urgencia, en las cuales no se hace lo que se quiere sino lo que se puede. En 1953, la España de Franco estaba con el agua al cuello, y los pactos con Norteamérica le sirvieron en instantes de tensión internacional extrema. Era cuando, según Juan Ansaldo, los demás estaban inventando el avión sin piloto y nosotros el piloto sin avión, porque sólo se volaba en algunos Junkers o Heinkel de museo, con piezas compradas en los almacenes de chatarra de la última gran guerra. La curva de la ayuda militar americana fue descendente —dice ahora Gutiérrez Mellado— hasta que se llegó al extremo de que no nos interesaba. Ahora por lo menos podemos permitirnos pagar los Harrier ingleses a 3.000 millones pieza.
—Entonces, ¿es que además la “prostitución estratégica” nos cuesta dinero? No afirmaré tanto, pero toda la ayuda derivada de las bases cabe en un puchero. En tiempos de Franco, cuando decir las cosas podía pagarse caro, pude escribir que la ayuda americana era poco más del equivalente de un cepillo de dientes por español y año. Luego mejoraron las cosas, pero la prostitución no se compensaba con el riesgo, porque la paliza atómica estaba latente. Dice un viejo refrán que Dios aprieta, pero no ahoga, y así no llegamos a tal extremo. Madrid pudo haberse convertido, por error de tiro, en un Hiroshima inmenso, con cuatro millones de muertos. ¡Nos libramos de milagro!
De haber estallado la guerra atómica, Madrid sería ceniza, polvo, nada...
Ahora se dice que la neutralidad es imposible, y no niego que esto sea cierto con la neutralidad boba, con la neutralidad simplona, con la neutralidad a secas. Pero la neutralidad armada es otra cosa, y siempre es buen momento para intentarla, aunque desde luego cueste muchísimo dinero. La ha conseguido Suecia, un país con sólo diez millones de habitantes, y está por probar que no pueda lograrla España, con cuarenta. Lo que sucede es que no hemos salido de la rutina, del mimetismo, del beni-oui-oui, que dicen los franceses. Estos nos han marcado el camino, asociándose al Pacto del Atlántico, pero no a la integración armada. Es decir, siendo atlantista, pero neutral es a medias.
¿Que Francia tiene armamento atómico? ¡Pues eso es lo bueno! Entre el Este y nuestro Extremo Oeste se encuentra la muralla atómica francesa. Menos da una piedra. Lo que sucede es que, gústenos o no, Gibraltar irremediablemente nos compromete. Estamos en medio de la parrilla atómica, como un San Lorenzo: en el Este los SS rusos, al Sur la cohetería británica. En tanto Gibraltar sea inglés, estratégicamente sólo somos independientes a medias. ¿Neutralizar el Mediterráneo? Ahí estaría una clave eventual, pero imagino el griterío de la cipayería, siempre inmensa. Pesan más que la losa de una tumba las ideas viejas y las estrategias apolilladas.
Se requiere que nos pongamos a pensar muy en serio, y que admitamos que la defensa propia es algo que cuesta muchísimo dinero, pero desarrolla al tiempo la técnica y la mente. Lo que no desarrolla nada es la prostitución estratégica, a cambio de material viejo. Muchas veces lo he escrito: ahora se trata de ser una Suecia del Sur o una Liberia del Norte. Sin escándalo, pero sin pausa, hay que profundizar en estos temas. Pensémoslo, porque hoy es otro día que se pierde. Mañana siempre es tarde.
foto: El general Franco y el secretario de Estado Foster Dulles se saludan en el curso de una entrevista mantenida por ambos estadistas durante una de la visitas a España del político norteamericano.