Diciembre de 2008, faltaban escasos tres años para el centenario de este emblemático Cuerpo de las Fuerzas Armadas Españolas. El por entonces, Coronel de Infantería José Acevedo Espejo, nos brindaba este artículo en el que hacía un recorrido por su historia:
Las Fuerzas Regulares, creadas el 30 de junio de 1911, y consideradas como fuerzas de choque, además de su probada eficacia, estaban envueltas en una leyenda, una aureola especial que pronto hizo que llegaran a ser meta soñada de muchos militares que, con su esfuerzo, entrega y sacrificio, lograron en poco tiempo convertirlas en la unidad más eficaz y distinguida del Ejército. Tras 97 años sirviendo a España, los Regulares de hoy, orgullosos de su glorioso pasado, cumplen con su deber con la misma entrega, seriedad y dedicación que aquellos que les precedieron.
Escasa es la bibliografía relativa a estas fuerzas, salvo algún esbozo o episodio publicado aisladamente. En lo poco existente, es fácil encontrar información sobre las Fuerzas Regulares en lo referente a uniformidad, historial de guerra y condecoraciones y, cuando se habla de su creación, se cita directamente la Real Orden y el nombramiento del primer jefe, sin profundizar en el porqué de estas fuerzas. Próximo el centenario de su creación, se pretende con este artículo dar a conocer algo más de las Fuerzas Regulares: las razones de la creación, su pasado, presente y futuro.
En los inicios del siglo XX, Marruecos, uno de los pocos países africanos independientes, está en franca descomposición interna. El Sultán de Fez apenas era capaz de imponer su autoridad sobre las vastas regiones teóricamente sujetas a su soberanía. Esto lo convertía en objetivo de las principales potencias europeas, Inglaterra, Francia y Alemania. El Norte era la zona más atractiva desde el punto de vista estratégico: su dominio permitía el control del Estrecho y ningún país podía permitir que otro adquiriese esta ventaja.
En 1904 y en virtud del acuerdo conocido como la Entente Cordiale, Inglaterra se desentiende de Marruecos en favor de Francia, y ésta hace lo propio en Egipto. España, para evitar la presencia de los galos a las puertas de Ceuta y Melilla, firma en 1906 el protocolo de la Conferencia Internacional de Algeciras, cuyo objetivo era el reparto colonial de Marruecos en dos zonas de influencia. Alemania, con intereses mineros en el Rif, no puede permitir, sin contrapartidas, una nueva expansión francesa en África. Tras varios incidentes diplomáticos, París y Berlín pactan que Alemania reciba compensaciones coloniales en la región del Congo y Francia amplíe su zona de Protectorado a la costa de España, hasta abarcar la práctica totalidad del Marruecos útil.
España recibía una zona desértica, inmediatamente al Norte de nuestra colonia del Sahara y la franja septentrional, montañosa, pobre y difícil, poblada en parte por cabilas belicosas con cierta autonomía con respecto a la autoridad del Sultán, celosas de su independencia y propensas a la lucha armada, con una sola ciudad importante: Tetuán. Así comienza la acción de España en Marruecos, misión encomendada al Ejército, que veía la ocasión de recuperar el prestigio perdido tras su derrota en la guerra de Cuba. Nos enfrentábamos a esta empresa sin un conocimiento profundo de lo fundamental, del terreno, del indígena, sus costumbres, su forma de vivir y su forma de combatir. Este desconocimiento costó, hasta la llegada de la paz, un elevado precio en vidas humanas… y económico.
Tras la campaña de 1909, en la que cada avance que las fuerzas españolas realizaban era contestado con una sublevación de las tribus colindantes, se certifica que el pueblo español está cansado de guerra y de sacrificios económicos y personales. El Gobierno, presionado por la oposición y sectores de la prensa, limitaba los avances en Marruecos a fin de evitar al máximo las bajas en las tropas. Nuestro Ejército contaba con unidades peninsulares, constituyendo a partir de 1906, en virtud del acuerdo firmado en la Conferencia Internacional de Algeciras, unidades de Policía con personal procedente de las cábilas ocupadas, con la misión de mantenimiento del orden en el interior de ellas. A estas fuerzas seguirían otras pequeñas unidades indígenas, mandadas normalmente por oficiales españoles, cuya misión principal, además de ejercer de guías e intérpretes, era hacer frente a las bandas levantiscas. Estas unidades auxiliares, denominadas Gums, Idalas, Harkas, etc., según su entidad, tenían carácter irregular y se constituían para una determinada acción, disolviéndose a la conclusión de la misma.
Dada la eficacia de estas unidades en la campaña de 1909, sin olvidar los excelentes resultados de los Mogataces, Tiradores del Rif y Milicia Voluntaria de Ceuta, el Gobierno decide la creación de unas fuerzas parecidas pero de tipo regular, permanentes, que combatiesen al lado de las españolas y que fuesen, por estar nutridas de personal indígena, las que llevasen el esfuerzo principal en las acciones que se iban a desarrollar en nuestra zona de influencia en Marruecos, aliviando a las tropas peninsulares en las misiones de vanguardia y combate, llegando al convencimiento de la necesidad de contar con efectivos adaptados por naturaleza al terreno, clima y forma de hacer la guerra del adversario, dado lo ineficaz que estaba resultando, como se demostró en 1909, la organización y táctica a la europea. No se querían bajas peninsulares y, por tanto, el soldado indígena se empeñaría en todo lo que pudiera conllevar riesgo: flanqueos, emboscadas, la vanguardia en los ataques, escoltas de convoyes, etc. El peninsular se limitaría a observar la actuación de la Policía Indígena y de los Regulares, teniendo una misión secundaria de apoyo en los trabajos y de guarnición de las posiciones.
foto: 1921: Soldados Regulares posan junto a un cañón capturado al enemigo en la Guerra de Marruecos.
Por tales motivos y con el objeto de formar unidades indígenas con cohesión y disciplina, y capaces de cooperar en las operaciones tácticas con las tropas del Ejército… y, en su día, constituir la parte principal del mismo en nuestras posesiones y territorios ocupados por nuestras tropas en el Continente africano, se publica la Real Orden Circular de 30 de junio de 1911 (Diario Oficial nº 142) en la que se crea un Batallón de Infantería con cuatro compañías y un Escuadrón de Caballería, indígenas, dependientes de la Capitanía General de Melilla. Los oficiales, a excepción de los moros de 2ª clase, serán del Ejército y de las armas de Infantería y Caballería, respectivamente, y la tropa indígena. A esta nueva unidad se la denominó Fuerzas Regulares Indígenas de Melilla, por ser en esta ciudad donde se organizan.
Por la importancia de las misiones que se le iban a encomendar, su jefe debía ser un hombre con demostrada capacidad en combate, excelentes dotes de mando y gran capacidad de organización, conocedor del indígena, de sus costumbres, que hablase su idioma y, sobre todo, que estuviese imbuido de la importancia de la labor que España desarrollaba en Marruecos. El 23 de julio de 1911 es designado para el mando de las Fuerzas Regulares Indígenas de Melilla el teniente coronel de Caballería Dámaso Berenguer Fusté, que alcanzaría con ellas los mayores éxitos de su carrera militar, ascendiendo por méritos de guerra a los empleos de coronel y general de brigada, permaneciendo al mando de las mismas hasta 1916, cuando es nombrado gobernador militar de Málaga.
Inmediatamente tras su nombramiento, el teniente coronel Berenguer se presenta al capitán general de Melilla, general García Aldave, y le expone su intención de ser él mismo quien seleccione a los jefes y oficiales con los que organizar, instruir y poner en marcha la nueva unidad. La gran mayoría de los oficiales de Caballería, al igual que él, procederían del Regimiento de Txadir y los de Infantería del Regimiento Melilla nº 59. El acuartelamiento elegido sería el fuerte de la Purísima Concepción, también llamado Sidi Guariach, por estar situado próximo del santuario del mismo nombre, en las afueras de Melilla. Aquí se ubica la Plana Mayor y se forja el temple de los Regulares.
Los forjadores de la leyenda
No fue problema para Berenguer elegir a los que iban a forjar la leyenda de Regulares. La posibilidad de una campaña era un fuerte aliciente para los que deseaban servir en vanguardia y existía una excelente cantera donde elegir a aquellos que habían participado en la guerra de Marruecos y tenían mejor hoja de servicios, sin olvidar a los jóvenes deseosos de demostrar su valía y preparación. Muchos son los nombres que podemos leer en los historiales de las Fuerzas Regulares, unos más conocidos que otros, pero todos igual de importantes, pues en igual medida contribuyeron a forjar la leyenda, pero si hay que destacar algunos, sin duda debemos fijarnos en aquellos que, en uno de los periodos más complicados y difíciles de la unidad, su creación y organización, acompañaron al fundador para imprimir carácter a la nueva fuerza y que se hiciera realidad lo que muchos auguraban de aventura, misterio y anticipado fracaso. De las dotes de mando de estos hombres, de su entrega y capacidad, pronto supieron los primeros Regulares, que en justa y recíproca medida se entregaron para, en poco tiempo, formar la Unidad de choque más importante de España, y más tarde, la más condecorada del Ejército.
Estos hombres fueron el comandante de Infantería Leopoldo Ruiz Trillo, organizador y primer jefe de la Plana Mayor de las Fuerzas Regulares Indígenas; el comandante de Infantería Fernando Berenguer Fusté, hermano del fundador y organizador de las Fuerzas Regulares y primer jefe del primer Grupo de compañías de Infantería (I Tabor); el comandante de Caballería Miguel Cabanellas Ferrer, primer jefe del Tabor de Caballería de las Fuerzas Regulares; el capitán de Infantería Francisco Llano de la Encomienda, primer capitán de la primera Compañía del primer Grupo de Compañías (I Tabor), organizador de la misma; y los tenientes de Infantería Manuel Granado Tamajón, Emilio Mola Vidal y Ladislao Ayuso Casamayor, encuadrados en la 1ª Compañía.
La captación de indígenas fue la primera dificultad que tuvieron que superar el teniente coronel Berenguer y sus oficiales. No olvidemos la época en la que se realiza y el país en que se desarrolla. Había que dar la noticia de la recluta en un territorio en gran parte hostil a España y propagarla de zoco en zoco. El empeño y el trabajo de los oficiales dieron sus frutos, aún teniendo que extender sus esfuerzos a la zona francesa y a Argelia. Analizar los motivos que llevaron a los indígenas a alistarse es muy complicado: la soledad, la pobreza, el hambre, la amistad o el parentesco con los ya alistados. No todos eran admitidos, pues un número elevado no reunían las condiciones físicas para aguantar la durísima vida que les esperaba en campaña. Muchos, inicialmente admitidos, eran dados de baja tras un día en campaña, por no considerarles aptos, a pesar de llevar tiempo en la unidad; evitándose dar la imagen de necesitar cualidades excepcionales para estar en Regulares, que hiciera que muchos no se presentasen para no ser rechazados, quedar en ridículo a su regreso a la cábila y arriesgarse a que la nueva unidad resultara antipática al indígena.
La uniformidad fue desde el inicio fundamental para Berenguer. En un primer momento, y hasta no tener la certeza del interés por servir en la unidad, los alistados mantenían sus ropas, poniendo un cuidado extremo en respetar sus usos y costumbres. Conforme se aclimataban y superaban los reconocimientos, se filiaban y se les proporcionaba la uniformidad, entre la que destacaba la prenda de cabeza: el tarbuch para los de Infantería y la rexa para los de Caballería. Fue de él la idea de dotar a la unidad de cierta fantasía en el vestuario, porque iba muy bien para los indígenas y porque sabía que el uniforme hace el espíritu de la tropa, sin olvidar que la estética jugó un papel importante para que los europeos se decidieran a ingresar en sus filas. El tarbuch, la chilaba, el sulham y, más tarde, la gorra de plato de color rojo, ejercerían su atractivo entre los oficiales y suboficiales más jóvenes a la hora de decirse por la aventura de estar encuadrados en una Unidad en la que mandarían a soldados indígenas.
La necesidad hecha virtud
El idioma y el carácter del indígena fueron los siguientes obstáculos a vencer, una vez hecha la recluta. Berenguer y sus oficiales impusieron desde el primer momento disciplina extrema, instrucción intensa y trato cercano. Con estas tres premisas empezó la andadura de las Fuerzas Regulares para llegar a dar con el verdadero secreto del mando de estas unidades, tan simple como poseer espíritu militar y tener respeto y cariño hacia las costumbres y manera de ser del indígena, inculcándole un estricto sentido del deber. Éste vivía apegado a sus costumbres y era inútil pensar que iba a cambiar su naturaleza. La labor del verdadero líder es conocer a cada uno de sus subordinados para, de esa forma, asegurarse una respuesta afirmativa llegado el momento crítico. Por eso las Fuerzas Regulares alcanzaron el éxito en la mayoría de las ocasiones: sus oficiales y suboficiales eran líderes.
Establecidas las bases de la organización y las premisas para manejar a la unidad, comenzó la labor para culminar con éxito el camino iniciado el 30 de junio de 1911: la instrucción. A los recién llegados se les sometía a una intensísima instrucción, particularmente en orden cerrado, porque el indígena era valiente e incansable, pero individualista. Era necesaria la cohesión para alcanzar los objetivos de la unidad y esto, sin lugar a dudas, fue lo más complicado en la creación de las Fuerzas Regulares, dar cohesión en las evoluciones del combate y conseguir que el valor del soldado indígena fuera en beneficio del conjunto. Esta fue la verdadera labor de los líderes de estas fuerzas y se alcanzó gracias al conocimiento exhaustivo del subordinado, a la estricta disciplina, al tacto con que se aplicaba y exigía la misma y al constante ejemplo de oficiales y suboficiales, de forma que llegara a sentir en todo momento la valía de sus jefes. De esta manera comenzaba a caminar una unidad que hizo que España fuera el primer país de Europa que organizaba unidades de combate formadas por indígenas integradas en su Ejército regular.
El 19 de octubre de 1911, las Fuerzas Regulares tomaron parte en su primer hecho de armas. En esta acción interviene la 1ª Compañía y fueron recompensados el capitán Llano de la Encomienda y los tenientes Sevillano y Ayuso con las cruces de 1ª Clase del Mérito Militar con distintivo rojo, además de dos sargentos y 25 de tropa. No pudo ser más alentadora la primera acción de la nueva unidad, que en sólo tres meses desde su creación había conseguido organizar, instruir y adecuar para el combate al embrión de la que llegaría a ser la más laureada del Ejército. Las primeras bajas de guerra se registran el 16 de noviembre, a los cuatro meses de su creación y a los dos y medio de llegar los primeros voluntarios. Dado el excelente resultado inicial de esta Unidad y en previsión de nuevas campañas, en enero de 1912, el Mando del Ejército decide ampliar su plantilla a seis compañías de fusiles y tres escuadrones. Con esta nueva organización –dos tabores de Infantería y un Grupo de Caballería– entró en combate el 19 de febrero de 1912, obteniendo otro éxito y convenciendo al mando para utilizar estas fuerzas más asiduamente.
Pero la razón de ser de estas unidades, que se fundamentaban en la vocación de choque, que era para lo que estaban destinadas, llegará el 14 de mayo con la ocupación del Aduar de Haddu Al-Lal u Kaddur. En estas operaciones muere el cabecilla rebelde Mizzian, dándose por terminada la Campaña del Kert, iniciada en 1911. De la acción salió muy fortalecido el prestigio de la Unidad. En la misma cae heroicamente el teniente Samaniego, que fue ascendido a capitán sobre el campo de batalla y recompensado con la Cruz Laureada de San Fernando, siendo el primer soldado regular en alcanzar tan alta recompensa. Berenguer ordenó que su retrato figurase en lo sucesivo en la Sala de Oficiales [...para que su ejemplo sirva de estímulo a los que vengan en lo sucesivo a compartir con nosotros la dura labor de conquistar un pueblo para España (texto que se recoge en el retrato del teniente Samaniego colocado en la actual Sala de Mandos del Grupo de Regulares de Ceuta número 54)]. Sus palabras no cayeron en saco roto.
Es en el último combate de la Campaña del Kert donde los Regulares demostraron sus inmejorables condiciones para batirse y confirmaron su extraordinaria eficacia, acabando la leyenda de Mizzian, y empezó la leyenda de valor de los Regulares. Dado su éxito, las unidades peninsulares irán asumiendo papeles secundarios frente a las indígenas, que día a día aumentaban su moral y comenzaban a sentirse superiores. Se puede decir que el éxito de la creación de las Fuerzas Regulares se materializó en hacer de la necesidad virtud, como señala el viejo refrán castellano. Partiendo de la necesidad de cubrir los puestos de los soldados peninsulares, se formó una excelente Unidad de combate, cuya esencia queda reflejada en un dicho cuartelero de la época El soldado de Regulares vale por tres: el soldado que tienes, el peninsular que te ahorras, y el combatiente que le estás quitando al enemigo.
Los grupos históricos
Formando una Brigada con personal indígena al mando de Berenguer, los Regulares combaten sin descanso en las acciones de mayor riesgo, destacando la operación sobre Beni-Salem, al Norte de Tetuán. La acción fue tan resolutiva que animó a la ampliación de las fuerzas, pasando en 1914 a constituir cuatro Grupos de Fuerzas Regulares Indígenas (GFRI), cada uno con 3 Tabores de Infantería y un Tabor de Caballería, tomando los nombres de Tetuán nº 1, Melilla nº 2, Ceuta nº 3 y Larache nº 4. En 1922 se crea el Grupo de Alhucemas nº 5, constituyendo estos los llamados grupos históricos.
El inicial GFRI de Melilla nº 1 se convertiría en Tetuán nº 1 el 7 de diciembre de 1916, ubicándose en Tetuán, siendo su primer jefe el teniente coronel Dámaso Berenguer. El GFRI de Melilla nº 2 se organiza con personal del Tabor de Policía de Alhucemas y del III Tabor de Regulares de Melilla nº 1. Se ubicó en Melilla y Nador bajo el mando del teniente coronel Antonio Espinosa. El GFRI de Ceuta nº 3, con personal de la Milicia Voluntaria de Ceuta, el Tabor Xerifiano de Tetuán y la sección local de Policía Indígena de esa ciudad, se ubicó en Ceuta y su jefe fue el teniente coronel Manuel de las Heras Jiménez. El GFRI de Larache nº 4, organizado con personal de los Tabores de Policía de Arcila, Larache y Alcazarquivir y del Gum Hamda se ubica en Larache y posteriormente en Alcazarquivir, siendo su primer jefe el teniente coronel Federico Berenguer. A raíz del desastre de Annual (1921) el Gobierno accede en julio de 1922 a la creación del último de los grupos históricos, el GFRI de Alhucemas nº 5, que aunque no es unidad fundadora de las Fuerzas Regulares, dada su antigüedad, su intensa vida castrense y el hecho de que llegara a ser el Grupo más condecorado, lo sitúa como una de las unidades de más sólido prestigio del Ejército. Se ubicó en Segangan, al mando del teniente coronel Rafael Valenzuela Urzáiz.
foto: 2006: El Tabor "Tetuán" en la Academia de Infantería, con el Alcazar de Toledo al fondo.
Desde su creación participaron, sin apenas descanso, en la Campaña de Marruecos. Con su excelente comportamiento, especialmente en la zona de Melilla, después del desastre de Annual, se ganaron el derecho a tener Bandera y al apelativo Mis Fieles Regulares, otorgado por el SM Alfonso XIII. La vida en estos grupos se desarrollaba en condiciones duras, normalmente fuera de las ciudades del Protectorado. Sin embargo, el servicio en estas Fuerzas era demandado por aquellos oficiales que aspiraban a una brillante carrera militar, constituyendo una auténtica escuela de mandos, siendo además pioneras en la adopción de las más modernas técnicas de aplicación militar. Estarán en todos los combates, en las victorias y en las derrotas, formando la vanguardia en el avance y la retaguardia en el repliegue, el flanqueo en los convoyes, la reserva y el núcleo de reacción.
El prestigio adquirido es tal que, al crearse el Tercio de extranjeros, un elevado número de oficiales y suboficiales de Regulares fueron los encargados de organizar e instruir a la nueva Unidad. En sus primeras acciones, el Tercio combatirá flanqueado por Regulares, buscando que la eficacia de estos compensase la inexperiencia de los legionarios. Un antiguo oficial de Regulares, primer jefe de la I Bandera del Tercio de extranjeros, el comandante Franco, en su Diario de una Bandera, reflejó la envidia que les producía ver a los regulares en los puestos de mayor riesgo y fatiga. Con el tiempo, ésta fue la norma de empleo de ambas fuerzas, regulares y legionarios marchando juntos. Muchos ilustres Regulares se encuadrarían en las filas de la Legión, aportando lo mejor de cada uno a la nueva Unidad, como el comandante Millán Astrai, jefe del II Tabor del GFRI de Larache nº 4, fundador del Tercio de extranjeros; el capitán Franco Bahamonde del GFRI de Tetuán nº 1; el teniente coronel Valenzuela Urzaiz, organizador y jefe del GFRI de Alhucemas nº 5, posteriormente sustituiría a Millán Astray en el mando de La Legión, Unidad al frente de la cual encontraría la muerte en combate; sin olvidar al teniente coronel Varela Iglesias, jefe del GFRI de Ceuta nº 3, que, siendo teniente en los Regulares de Larache, consiguió dos laureadas individuales, uno de los tres bilaureados del Ejército español en el siglo XX, llegando a ser Inspector de la Legión.
Finalizada la Campaña de Marruecos, el 10 de agosto 1927, los grupos se establecieron en diferentes posiciones y acuartelamientos. En la zona occidental, el GFRI nº 1 en Tetuán, el GFRI nº 3 en Ceuta y el GFRI nº 4 en Larache; en la oriental, El GFRI nº 2 en Nador y el GFRI nº 5 en Segangan. Llegada la ansiada paz, la misión encomendada a los Regulares es desarmar a las cábilas y asegurar el mantenimiento de la misma en los 23.000 km2. de extensión del Protectorado, facilitando la labor que España realiza en las infraestructuras de ciudades y comunicaciones.
De la II República al fin del Protectorado
Instaurada la II República, y hasta la independencia de Marruecos, los grupos continúan realizando las misiones que se les encomiendan. Restableciendo el orden en la revuelta de Asturias de octubre de 1934 o en la Guerra Civil, desde los primeros momentos, los Grupos son protagonistas de los principales hechos y combates. Finalizada la contienda, regresan a sus plazas de origen en África, aunque algunos Tabores permanecieron en la península, incorporándose el último en 1951 desde su destacamento de Sama de Langreo.
Durante la Guerra Civil el número de efectivos de los grupos se incrementó considerablemente hasta llegar a unos 70.000 hombres, el 90 por ciento indígenas, y los acontecimientos que se desarrollaban en Europa aconsejaron mantener un potente Ejército en el Norte de África con experiencia en combate. Por ello, en 1940 el Gobierno decidió crear nuevas unidades indígenas, separando las armas de Infantería y Caballería y desdoblando los grupos existentes, creándose cinco nuevos de Regulares Indígenas de Infantería y 2 de Caballería. Ésta reorganización licenció a 15.000 hombres y, desde 1950 hasta la finalización del Protectorado, existió una Subinspección de Fuerzas Regulares, al mando de un General y con sede en Ceuta.
A las Armas de Infantería y Caballería se unieron las especialidades que la situación requería: en Tizzi Azza se ubicará una Compañía de Esquiadores indígenas, dependiente del GFRI Melilla nº 2. En Alhucemas formarán parte de las columnas que desembarcaron en septiembre de 1925 en la playa de la Cebadilla; y se trasladaron en agosto de 1936, mediante puente aéreo, desde Tetuán a Sevilla, constituyendo la primera acción aerotransportada en guerra del Ejército español. En 1940, debido al hundimiento del frente occidental y la rendición de Francia ante Alemania, España recibe el mandato de la Sociedad de Naciones de salvaguardar el estatus internacional de Tánger y serán los Regulares de Ceuta los elegidos para ello, desfilando ante el representante de la Sociedad de Naciones y permaneciendo en ese territorio hasta la finalización de las operaciones en el Norte de África, cuando las potencias aliadas asumen dicha garantía, siendo la primera unidad de nuestro Ejército en participar en misión de Paz bajo mandato internacional.
Presente
Con la independencia de Marruecos y el fin del Protectorado, los grupos de Regulares modifican su orgánica y despliegue, circunscribiéndose a Ceuta y Melilla y perdiendo la mayor parte del personal indígena, sustituidos por soldados de reemplazo. En 1957, los grupos de Caballería se convierten en Tabores, pasando el Tetuán nº 1 a Melilla e integrándose en 1959, junto al Tabor de Melilla nº 2, en el Regimiento de Caballería Alcántara nº 15 (hoy Alcántara nº 10).
Con las sucesivas transformaciones del Ejército, el 31 de julio de 1985 se disuelven los grupos de Ceuta nº 3 y Alhucemas nº 5, pasando el GFRI de Melilla nº 2 a constituir el Regimiento de Infantería Motorizado Regulares de Melilla nº 52, recogiendo los historiales de los Grupos de Alhucemas nº 5, Llano Amarillo nº 7, Rif nº 8 y Regimiento de Infantería Melilla nº 52, y el GFRI de Tetuán nº 1 constituye el Regimiento de Infantería Motorizado Regulares de Ceuta nº 54, asumiendo los de los grupos de Ceuta nº 3, Larache nº 4, Xauen nº 6, Arcila nº 9, Bab-Tza nº 10 y del Regimiento de Infantería Ceuta nº 54.
¿Cuándo empieza el presente de estas fuerzas? Considero que el presente se inicia en la década de los noventa, cuando diversas transformaciones hacen peligrar la esencia de estas unidades y, por tanto, su futuro como fuerzas de élite del Ejército. Se inicia con la pérdida de la uniformidad y sus más entrañables costumbres. La instrucción y el adiestramiento se ciñen a las necesidades de las guarniciones de Ceuta, Melilla y los peñones. La operatividad se resiente, aunque no se pierde el espíritu regular, es decir el ser regular. El 30 de junio de 1996 reciben la denominación de regimientos de Infantería Ligera Regulares de Melilla nº 52 y de Ceuta nº 54.
En 1999 se recupera la uniformidad de Regulares para actos solemnes y, en febrero de 2000, la denominación de Grupo, pasando a denominarse grupos de Regulares de Melilla nº 52 y de Ceuta nº 54. En ese momento se produce un giro radical en ellos, herederos de los grupos históricos y conscientes del historial que custodian, simbolizado en las corbatas que ostentan sus banderas. Comienza una nueva y prometedora andadura que les hace mirar hacia el futuro con fundada ilusión.
Futuro
Es con el nuevo siglo cuando estas unidades, conjugando sus mejores tradiciones con la moderna Infantería del siglo XXI, comienzan el despegue para llegar al nivel del resto de las fuerzas ligeras del Ejército. Las nuevas directivas y medidas tomadas en las Fuerzas Armadas para disponer de unidades adiestradas y preparadas que participen en operaciones y ejercicios con el resto de ejércitos de la OTAN han hecho resurgir a los Regulares y hoy se encuentran en plenas condiciones operativas para responder a los requerimientos del Mando donde fuera necesario.
Los Grupos de Regulares, como unidades de Infantería ligera que son, combaten por lo general a pie, aunque se desplazan haciendo uso de cualquier medio desde el que podrán combatir. De ahí que la instrucción individual se enfatice en la preparación física, buscando un adecuado nivel de resistencia, endurecimiento, agilidad y fuerza. El soldado regular del siglo XXI sigue siendo duro, resistente y ágil. Continúa trabajando cada día para ser en todo momento el soldado que España necesita, con ese modo de actuación peculiar de la milicia que constituye la seña de identidad de su oficio: con disciplina, que hace que los regulares sigan cohesionados como antaño y con espíritu de sacrificio, compañerismo, lealtad, austeridad… en suma, dando más importancia a los valores morales que a los materiales, mediante el ejercicio diario de estas virtudes, necesarias en cualquier militar independientemente de su graduación, y superando las dificultades que surgen en el camino diario, los regulares continúan con la moral alta, vital para aceptar y cumplir lo que el mando les encomiende.
Sus unidades han participado en misiones internacionales en Kosovo en 2002-03 y 2007-08, dejando patente las virtudes del infante español. En la llevada a cabo en 2007-08, la operación Sierra Kilo (SK) XXI, el Grupo de Regulares de Ceuta nº 54 constituyó el núcleo principal de la Agrupación Táctica Ceuta, aportando el jefe de la Agrupación, así como una Compañía, gran parte de los apoyos y servicios y la base de la PLMM. Entre las misiones llevadas a cabo destaca la realizada en la ciudad de Mitrovica, en la zona Norte de Kosovo, durante los días de mayor tensión vividos como consecuencia de la declaración unilateral de independencia y con la misión de proteger el punto más caliente de Europa en esos momentos, los juzgados de la citada ciudad. Como se podía esperar, el resultado fue magnífico y se demostró una vez más la calidad del soldado regular, llevando a cabo una misión en el lugar más exigente y en un ambiente hostil.
Los grupos de Fuerzas Regulares Indígenas fueron un ejemplo de creación de un ejército profesional en otra época y con otra misión, pero nacidos de una necesidad no muy distinta de las circunstancias que se han dado en las últimas transformaciones llevadas a cabo en nuestras Fuerzas Armadas. El propósito que originó su creación se cumplió sin lugar a dudas y lo corroboran las condecoraciones obtenidas por estas fuerzas: 18 cruces laureadas de San Fernando (colectivas), 61 medallas militares (colectivas), 55 cruces laureadas de San Fernando (individuales) y 208 medallas militares (individuales). Ninguna otra fuerza de nuestro Ejército puede presentar semejante palmarés. En conclusión, podemos resumir la situación actual diciendo que el cumplimiento de sus misiones exige de éstas unidades de Infantería ligera personal cualificado, duro, resistente y disciplinado, siendo imperativo un alto grado de cohesión, que no se alcanza sin una sólida base, base que fue la esencia que caracterizó a los soldados de Regulares y que hoy en día se ha heredado y se mantiene mirando con ilusión al futuro y con la seguridad que aporta el trabajo diario realizado con entusiasmo y profesionalidad.
Foto de portada: 2007: Componente del equipo de tiradores de precisión del Grupo de Regulares de Ceuta nº 54 preparado para hacer fuego con el fusil Barret M-95.
Revista Defensa nº 368, Diciembre 2008, Coronel de Infantería José Acevedo Espejo