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La odisea de Cabeza de Vaca, desde Florida al golfo de California, el primer europeo que recorrió la franja meridional de Norteamérica

Monumento de Álvar Núñez Cabeza de Vaca erigido en Houston (Texas)
Monumento de Álvar Núñez Cabeza de Vaca erigido en Houston (Texas)

La historia de Álvar Núñez Cabeza de Vaca es una de las más apasionantes del Nuevo Mundo; se mueve entre la leyenda y la realidad, la fantasía y el descubrimiento de vastas tierras de Florida a California, y desde la isla de Santa Catalina (Brasil) hasta Asunción (Paraguay). En esos recorridos, el conquistador vivió duras y ricas experiencias: a ratos de mercader y esclavo de indios hostiles, a ratos sufriendo miserias y a ratos de curandero, adorado por los nativos como si de un dios se tratara.

Ese explorador singular, de familia hidalga, nació en Jerez de la Frontera (Cádiz) hacia 1492 y pronto se alistó en el ejército y participó en conflictos bélicos con la Liga Santa contra los franceses y los italianos en la batalla de Rávena. Intervino, además, en la Guerra de las Comunidades de Castilla con la toma de Tordesillas y la batalla de Villalar (Valladolid). El apellido Cabeza de Vaca lo tomó de su madre y tiene su origen, según la leyenda, en sus ascendientes maternos del siglo XIII, cuando el pastor Martín Alhaja colocó una cabeza de bovino devorada por los lobos en un paso secreto de las montañas. Esa señal contribuyó a que en la Reconquista los cristianos ganaran la batalla de las Navas de Tolosa en 1212.

Rumbo al Nuevo Mundo

Con el cargo de tesorero y alguacil mayor, Álvar Núñez partió de Sanlúcar de Barrameda a las órdenes del gobernador Pánfilo de Narváez el 17 de julio de 1527 con la misión de conquistar Florida. Llegó a Tampa el 12 de abril del año siguiente y acompañó al gobernador por la península de Florida hasta que este falleció; luego, prosiguió su marcha a pie por la costa del golfo de México. En la isla de «Malhado», hoy Galveston (estado de Texas), Cabeza de Vaca se unió al grupo formado por el esclavo Esteban el Negro –llamado Estebanico– y los capitanes Andrés Dorantes y Alonso del Castillo, supervivientes asimismo de la expedición de Narváez. 

Los cuatro exploradores, en su etapa de mercaderes, se dedicaron a hacer trueque con los indios: entregaban conchas de caracoles, que eran utilizadas para cortar frutas y plantas, y recogían pieles y sílex empleado en las puntas de flecha; o bien preparaban cañas para su uso como saetas. También confeccionaron objetos domésticos, tipo peines y baratijas, y útiles para la guerra como arcos y flechas.

Ese comercio con los indios les permitió sobrevivir unos años, aunque su aspecto físico se fue deteriorando. Sus luengos cabellos y barbas, los cuerpos desnudos y los exiguos pedazos de tela y pieles que portaban les conferían un aspecto casi diabólico, peculiar y extraño, en cualquier caso. Su comida básica consistía en raíces, hierbas silvestres, frutas y tunas (nopales en México, su principal alimento). En su etapa como esclavos, eran obligados a raer pieles de animales y muchas veces tuvieron que comer raeduras para no morir de hambre.

Milagros y curaciones

Un día llegaron a la tierra de los indios avavares, más amables y hospitalarios que otros anteriores, pues les ofrecieron sus casas para alojarse. La primera noche de su estancia algunos nativos se quejaron de dolores de cabeza y se lo comentaron a Alonso del Castillo. Le pidieron que curase su enfermedad y el español, sin dudarlo, les santiguó y rezó una avemaría. El dolor desapareció. Otro caso ocurrió con un supuesto fallecido presentado por la familia ante Álvar Núñez.

El español comenzó el ritual: hizo la señal de la cruz encima del cuerpo yacente, exhaló el aliento sobre él, a semejanza de como lo hacían los indígenas, y rezó unas oraciones. Al día siguiente, el muerto estaba vivo, caminaba, comía y charlaba sin problema alguno. Un milagro. Otro ejemplo notable del mismo explorador fue cuando extrajo con éxito la flecha que un indio tenía alojada cerca del corazón.

Escultura de Álvar Núñez Cabeza de Vaca en su cuna, Jerez de la Frontera (Cádiz)

A partir de esos hechos, tanto Alonso como Cabeza de Vaca se convirtieron en supuestos médicos y se ganaron la admiración de las tribus indias. Eran honrados como dioses y a ellos pedían socorro los indios de tierras próximas y lejanas; familias enteras se acercaban a visitarlos para que curasen a mayores y pequeños. Una marea de peregrinos se formaba en torno a los españoles.

Los curanderos recibían regalos de los parientes, variados regalos que recogían y guardaban, y les robaban con frecuencia. Algunos indios se encargaban de ese menester, de forma que al tiempo que Álvar Núñez y sus compañeros recogían presentes por su trabajo, otros se beneficiaban de ellos. Se creó una espiral de entregas y robos, y las mismas personas que los regalaban seguían a los curanderos en su marcha y se encargaban de sustraer otros regalos.

Los aventureros se desplazaban de un poblado a otro, siempre hacia el poniente, meses y meses, durante varios años que duró la travesía. Cruzaron los ríos Brazos y Colorado, así como el río Las Palmas, denominado río Bravo por los mexicanos y río Grande por los estadounidenses, frontera de ambos países. Avistaron las Montañas Rocosas y las enormes manadas de bisontes que pacían en las praderas centrales de Norteamérica. Cabeza de Vaca dice en su obra Naufragios, cap. XVIII: «Alcanzan aquí vacas, y yo las he visto tres veces y comido de ellas…».

Hacia el Poniente en busca de cristianos

La situación de los peregrinos que los acompañaban se convertía en peligrosa cuando algunos indios aprovechaban la multitud para saltear propiedades ajenas, que nada tenían que ver con las curaciones de los españoles. Estos siguieron el rumbo de la puesta del sol y un día divisaron unas sierras en el horizonte por las que deseaban pasar. Los indios se mostraron renuentes a seguir, no querían cruzar por allí; al fin, los nativos cedieron. En la ruta murieron ocho indios, lo que justificaron sus compañeros por el enfado de los «mesías», los cuatro aventureros.

Un día encontraron campos de maíz y fríjoles y, más allá, casas de adobe que no eran propias de los indios, sino de otra cultura. Siguieron la ruta del maíz y se adentraron en la tierra de los indios pueblo, actual estado de Nuevo México. La dirección oeste condujo a los curanderos al estado de Arizona, donde encontraron indicios de una civilización más evolucionada. Una hebilla de la vaina de una espada y unas herraduras de caballo confirmaron las sospechas. «Rastro de cristianos», escribió Cabeza de Vaca en su citada obra.

Ruta de Cabeza de Vaca en Norteamérica. Elaboración propia.

El avance continuó. Atravesaron Arizona y, antes de llegar al golfo de California, giraron hacia el mediodía. Cruzaron el río Petatlán, hoy Sinaloa, y en lontananza distinguieron a varios hombres montados a caballo. Eran soldados al mando del capitán Diego de Alcaraz. La sorpresa para los jinetes fue inmensa cuando los náufragos se dirigieron a ellos hablando español. ¡Cuatro muertos vivientes se movían a pie por esa región seguidos por un séquito de 600 indios! Aquello era increíble. El capitán quiso tomar por esclavos a los nativos, a lo que se opusieron frontalmente Cabeza de Vaca y el resto.

Llegada a la capital de México

Corría el año 1536, por ende, habían transcurrido ocho años desde que ellos y el resto de la expedición de Narváez habían arribado a Tampa, en Florida. Los exploradores fueron escoltados desde la zona de Sonora hasta la Ciudad de México, donde fueron recibidos con gran alegría por el virrey Antonio de Mendoza y Hernán Cortés. La odisea que pasaron esos hombres por tierras norteamericanas era asombrosa, al igual que su aspecto después de tantos años de vida errante y mística. Ni el mejor libro de caballerías podría describir algo semejante. Unos santos adorados por fieles adeptos fueron capaces de atravesar dichas tierras de este a oeste, unos 11.000 km, sin otros medios que sus débiles cuerpos y la palabra.

Descubridor de las cataratas del Iguazú   

Álvar Núñez regresó a España cuando se recuperó, mas volvió a América para lograr otro gran éxito en ese continente. Caminó desde su punto de llegada, la isla de Santa Catalina (Brasil), a Asunción (Paraguay) y en su ruta descubrió las cataratas del Iguazú, denominadas por aquel como Saltos de Santa María (frontera actual de Argentina y Brasil), y remontó el río Paraná hasta el Puerto de los Reyes, cerca de la actual laguna de Cáceres y al sur de Cuiabá (capital del estado de Mato Grosso, Brasil).

Su empresa y su genialidad le granjearon enemigos en España, y más todavía cuando él defendió a los nativos, de modo que varios funcionarios conspiraron contra él y lo denunciaron. El Consejo de Indias lo condenó a ocho años de destierro en Orán (Argelia). Fue indultado por el rey Felipe II y nombrado magistrado en Sevilla. El héroe Cabeza de Vaca expiró el año 1559 en un convento sevillano con el cargo de prior.

Resumen

Álvar Núñez Cabeza de Vaca nos dejó dos obras escritas: Naufragios y Relación y comentarios, que constituyen hitos de referencia en la descripción de las tierras y pueblos de América, y tuvo el honor de ser, junto con sus tres compañeros de viaje, el primer europeo que recorrió a pie el sur de Estados Unidos, y desde la isla de Santa Catalina (Brasil) a Asunción (Paraguay), descubriendo la existencia de bisontes, en el primer caso, y las inmensas cataratas del Iguazú, en el segundo. (Jose Garrido Palacios. Teniente coronel del ET (R). Doctor en Filosofía y Letras / AEME)

Bibliografía

CARDELÚS, B.: La huella de España y de la cultura hispana en los Estados Unidos. CCI. Madrid, 2007.

CEBRIÁN, J. A.: La aventura de los conquistadores. Esfera de los Libros. Madrid, 2006.

LUMMINS, CH.: Exploradores españoles del siglo XVI. Editorial Edaf. Madrid, 2017.

NÚÑEZ CABEZA DE VACA, A.: Naufragios y Comentarios. Anaya. Madrid,1992.

ROJO PINILLA, J.: Los invencibles de América. El Gran Capitán Ediciones. Madrid, 2016.

 


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