La invasión rusa de Ucrania impulsó los mayores presupuestos de Defensa en España y la puesta en marcha de importantes programas de adquisición de capacidades, muchas de ellas largamente esperadas. El sector industrial vive una efervescencia en forma de adquisiciones, fusiones, uniones temporales y demás derivadas de una situación internacional de alta demanda. En paralelo, las principales asociaciones sectoriales incrementan continuamente el número de empresas, outsiders atraídos por el aparente maná del sector y las ferias, nacionales e internacionales, anuncian incrementos sustanciales de metros contratados y nuevos expositores.
Además, no hay semana en que un cluster, asociación o hub regional, histórica o de nuevo cuño, nos recuerde las bondades de la industria de defensa por sus conocidas externalidades en forma de empleo, productividad e integración territorial, aspectos recogidos todos en la última Estrategia Industrial de la Defensa de la Secretaría de Estado de Defensa. Sin embargo, la percepción de fondo en nuestro país es que en este camino hace falta un impulso que consolide. Los presupuestos son boyantes, pero la prórroga de los actuales para el próximo ejercicio y la inexistencia recurrente de una ley de presupuestos de Defensa por las reticencias de los partidos políticos sigue manteniendo la incertidumbre.
Contrasta con la opinión pública, a la que la cercanía de la guerra en Europa parece haber concienciado de la necesidad de la inversión en capacidades de defensa. A la incertidumbre, que va en contra de un sector que necesita previsión y padece largos ciclos de desarrollo, se suman los efectos del escenario de conflicto sobre la acción política y su deriva en defensa y su industria. Recientemente se supo de la cancelación de adquisiciones de nuevo equipamiento de origen israelí, si bien son tecnologías de ese país que se amalgaman en programas que pasan por contratistas principales nacionales y programas industriales ampliamente extendidos en España, con lo que el objetivo de retornos tecnológicos, industriales y de creación de empleo corre riesgo.
A eso se suman las capacidades de los sistemas adquiridos o desarrollados conjuntamente, que las Fuerzas Armadas esperan tener en tiempo y forma, lo que puede desembocar en la puesta en marcha de programas alternativos. A estos factores se añaden programas de desarrollo y adquisición que están sufriendo demoras, tanto nacionales como internacionales, y un continuo debate sobre las bondades de los gigantes nacionales del sector, la idoneidad de fusionarse dentro de nuestro territorio o dejarse absorber con otros de fuera.
Todo ello tiene efectos colaterales sobre proyectos que no terminan de arrancar por no definirse la estructura empresarial que los deberá desarrollar. En el carro de combate del futuro para el Ejército de Tierra, que muy probablemente irá en la línea de los programas europeos en curso, centramos buena parte de esta edición. Como sucedió con el FCAS y ocurrirá cada vez más con los programas de adquisición de capacidades, la tendencia es colaborar con nuestros socios europeos y de la OTAN en proyectos de alta complejidad y largo recorrido.