La llegada de Trump a la Casa Blanca ha levantado todas las alarmas, basadas en declaraciones en campaña, en los países europeos sobre el posible abandono de los esquemas de defensa occidentales por parte de nuestro socio del otro lado del Atlántico. La preocupación iría en aumento si Trump quisiera forzar una rendición ucraniana, que en todo caso significaría que América no es grande de nuevo, sino más pequeña. Esta aproximación es errónea a mi juicio, y no creo que la aislacionista legislatura norteamericana pretenda independizarse de sus aliados en Europa o en el Pacífico, salvo que la apuesta fuera abandonar el sistema político occidental para caer en el nacionalismo de Putin o el comunismo chino.
Estados Unidos gastará 850.000 millones de dólares en 2025 en Defensa, lo que equivale al 2,93 por ciento del PIB (Producto Interior Bruto). Si la Unión Europea se planteara un gasto en ese campo en la actualidad del 2 por ciento, alcanzaría los 400.000 millones de dólares, muy lejos de Estados Unidos, pero el 75 por ciento del esfuerzo militar norteamericano se destina a atender dos focos no europeos, el Pacífico y Oriente Medio. La Unión Europea con ese 2 por ciento, más el presupuesto del Reino Unido, se iría a los 500.000 millones de dólares para hacer frente realmente a una amenaza estratégica que es Rusia, que ha sido incapaz en tres años de derrotar a uno de los países europeos más pobres y con menores recursos militares.
El presupuesto de la Unión Europea más Reino Unido quintuplicaría al de Rusia. Es cierto que Rusia tiene armas nucleares, pero ante un mayor aislamiento norteamericano, Europa tiene suficiente capacidad para dotarse de bastantes cabezas nucleares para alcanzar un nivel adecuado de disuasión frente a Moscú. Se ha argumentado muchas veces en el pasado que la fragmentación nos perjudica, pero la realidad es otra distinta. Veintisiete países con capacidades militares propias suman más que un solo presupuesto de 500.000 millones de dólares, que tendría numerosas ineficiencias, como ocurre con el de Estados Unidos.
A nivel tecnológico, Europa ya va por delante en muchos campos y solo necesita de razones estratégicas para incrementar notablemente sus capacidades en inteligencia artificial, sensores y armamento, más que suficiente para hacer frente a nuestra amenaza estratégica. Muy diferente es el caso de China, cuyas tecnologías ya están equiparadas con la de Estados Unidos. Uno de los mayores miedos que padecemos los europeos es nuestra falta de liderazgo global, nuestros disensos internos entre los países, incluso algunos de ellos ven con simpatía el neonacionalismo norteamericano o ruso, pero, si quedaran abandonados a su suerte, serían los primeros en caer en las garras del autoritarismo nacionalista ruso.
Precisamente Trump y su aislacionismo es lo que necesita Europa para tomar conciencia de sus necesidades y dotarse de una defensa fuerte, que tendrá ambiciones globales en la manera en que Estados Unidos mantenga sus intereses de seguridad en Europa. La siguiente cuestión tiene mucho más que ver con la industria de Defensa. No creo que Trump esté interesado en limitar las exportaciones de sistemas de armas a Europa, porque, sin ellas, sus industrias sufrirían un retroceso enorme, lo que afectaría a largo plazo a su liderazgo tecnológico. La industria europea tiene una fuerte huella industrial en Estados Unidos, que Trump debe preservar para no deteriorar la posible reindustrialización del país desde el exterior.
Si se ponen trabas a la presencia de capital extranjero en Estados Unidos en sectores claves, perderá liderazgo industrial y tecnológico. La industria europea lo que necesita es más inversión, y ya estamos en ello, y sobre todo, planeación a largo plazo. Sus capacidades actuales podrían multiplicarse de forma exponencial si existiera en cada país un plan de inversiones aseguradas legislativamente a largo plazo. Pongamos el caso de España. Con un presupuesto de Defensa de 24.000 millones de euros, las inversiones podrían alcanzar los 10.000 millones anuales. Un plan a ocho años dotado con 80.000 millones permitiría diseñar una política industrial muy ambiciosa, fortalecer a nuestras empresas en terceros mercados y, lo que es más importante, redundaría en una mejora muy notable de nuestras capacidades militares.
El tercer aspecto a considerar es si Europa puede mantener por si sola a Ucrania frente a Rusia. La respuesta la ofrecen los propios números. Aunque Rusia se encuentre en una economía de guerra, lo que está muy lejos de la situación en Europa, apenas puede movilizar unos 120.000 millones de euros al año para la guerra y su seguridad. Una apuesta decidida de Europa a Ucrania multiplicando por 5 la ayuda actual, lo que es posible si nos tomamos en serio las potenciales consecuencias de una derrota en Ucrania, sería ganadora al cien por cien. Disponemos de aviones Rafale, Eurofighter, F-35, F-18 y F-16 que dominarían el espacio aéreo ucraniano y miles de carros y vehículos.
Es decir, Europa puede ayudar a Ucrania a ganar la guerra, mientras Estados Unidos se dedica a sus necesidades estratégicas en el Pacífico. Esto sería perjudicial para Estados Unidos en dos sentidos. Si se desentiende de la guerra en Ucrania y los europeos ayudamos a ganar la guerra, habrá quedado en muy mal lugar y Europa habrá demostrado a la ex colonia que nosotros seguimos siendo grandes, como lo fuimos en el pasado. Lo segundo, y más relevante, es que, al ritmo actual, China superará militarmente a Estados Unidos en quince años y se convertirá en el gran dominador del continente asiático, mientras que Estados Unidos será incapaz de hacer nada a 8.000 km. de sus costas.
Estados Unidos cometería errores de bulto si se desentiende de Europa y nosotros hacemos los deberes. Incluso una Europa liderada por los grandes países, con presupuestos de defensa en el entorno del 2 por ciento, lanzaría un claro mensaje a todos los socios que tengan devaneos con los autoritarios. Nada mejor le podría pasar a Europa que verse en la necesidad de poner la máquina de la defensa a funcionar, y no solo por nuestra seguridad, sino porque sería un cambio de paradigma en las prioridades económicas y sociales de la Unión Europea, que necesita sacudirse de algunos mantras que nos han llevado a esta situación de debilidad. (Enrique Navarro. Presidente MQGloNet)