Donald Trump ha iniciado su segundo mandato como presidente de Estados Unidos intensificado su postura respecto a la OTAN. Retomando el argumento de evitar que su país cargue con una parte desproporcionada del gasto militar de la Alianza y el resto se aproveche de su paraguas protector, exige cambios significativos en la contribución de los países miembros.
Las pretensiones, al alza, pasan ahora por exigir incrementar no ya hasta el 2 por ciento sino al 5 del PIB (Producto Interior Bruto) el gasto en defensa. En Europa, amenazada con la imposición de aranceles comerciales, las exigencias del nuevo inquilino de la Casa Blanca generan inquietud. El tono y formas de Trump son ya conocidos y que pida el 5 para llegar al 3 bien podría ser la argucia de quien toda su vida ha ejercido como duro negociador.
Ninguno de los 32 miembros de la Alianza gasta hoy el 5 por ciento del PIB en Defensa, ni si quiera Estados Unidos, que ocupa el tercer lugar, con un 3,38 por ciento, según datos de la OTAN. Polonia es quien más destina, un 4,12, seguido por Estonia, con un 3,43. En la cola está España, con el 1,28 y el compromiso de alcanzar el 2 por ciento en 2029.
Para el sector europeo de la defensa y para el, no por manido logrado, deseo de Europa de tener una fuerza militar potente, cohesionada en su desempeño y en sus planes de adquisición, la presión de Trump, respaldada por el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, podría estimular el camino hacia los parámetros que se persiguen en la ansiada defensa común, pero también aumentar las tensiones internas entre los que no pueden o no quieran cumplir con ese objetivo presupuestario.
Kaja Kallas, Alta Representante de la Unión Europea de Asuntos Exteriores, ha sido clara apoyando, no tanto en cifras como en intención, la exigencia de Trump a los países miembros de la Alianza y, por ende, a Europa: Debemos hacer más por nuestra propia defensa y cargar una parte justa de la responsabilidad por la seguridad de Europa, aseguró durante su intervención en la conferencia anual de la Agencia Europea de Defensa.
En España, como en el resto de la UE, la invasión rusa de Ucrania y el compromiso de los países de la OTAN para elevar el gasto militar al 2 por ciento del PIB en 2030 han sido un fuerte revulsivo en los últimos años para la inversión en sistemas de armas.
Aun cuando, si nada se tuerce, se logre poner fin a la guerra, el objetivo de apostar por una defensa potente, lo que pasa por aupar los programas de adquisición de armamento, seguirá siendo una necesidad. Lo será porque Europa debe ser fuerte y lo más autosuficiente posible para garantizar su seguridad y habrá de serlo en un clima de opinión pública que, finalizado el conflicto, tenderá a olvidar que las Fuerzas Armadas necesitan medios y acaparan recursos.
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