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Lunes, 7 de octubre de 2024 Iniciar Sesión Suscríbase

80 años del desembarco de Normandía

En 1944, la Guerra Mundial se desarrollaba en un frente que abarcaba desde Hawai hasta la costa Este de Estados Unidos, unos 30.000 km. Apenas cuatro años después de la Batalla de Inglaterra, los aliados se aprestaban para el asalto definitivo a Europa, no a un villorrio del Donetsk, sino a todo un Continente. Las cifras de la operación son irrepetibles: 160.000 hombres cruzaron el Canal en una noche, 1.000 bombarderos, 10 millones de imágenes analizadas, cientos de buques. En unas pocas semanas más de 1 millón de hombres habían puesto su pie en Europa.

Miles murieron en las playas y muchos más en los siguientes días. Todo obedecía a la irreductible voluntad de no fenecer, de no dejar que Europa cayera en las manos del nazismo, el más abominable régimen político de la historia, basado en un nacionalismo germánico exacerbado y en un supremacismo racial al que se sumaron millones de jóvenes alemanes, que se dejaron seducir por cantos de sirena ante la incapacidad de la política de solucionar los problemas reales. Las consecuencias fueron devastadoras.

El tamaño de las decisiones y de sus consecuencias, las dotes de mando de sus líderes políticos y militares, la asunción de grandes riesgos y la disposición a morir por una justa causa hacen que los problemas de alcoba o cotidianos de un gobierno actual parezcan irrisorios. Churchill tuvo que dirigir un gabinete de guerra con la oposición. Si hubiera estado rodeado de palmeros, tampoco habría habido liberación de Europa, se hubieran conformado con la pírrica victoria de seguir urdiendo tácticas diversivas y echando balones fuera.

No cabe duda de que, ante retos de la envergadura a los que nos enfrentamos, es tiempo de buscar entre las recónditas esquinas de la política a mujeres y hombres de una estatura moral a la altura de los retos y no depender de tahúres, que cuando pierden le echan la culpa a las cartas o al contrario, o que juegan con cartas marcadas. Pero regresando a lo mayúsculo del acontecimiento, y ante las pasadas elecciones europeas, conviene hacer una reflexión histórica de qué pasó el 6 de junio de 1944 en las bellas playas de Normandía y sus lecciones.

Europa había caído en las redes de la intolerancia, del odio al diferente, de la violencia gratuita como instrumento justificado de la política. La alianza occidental no era contra un régimen u otro, sino contra aquellos que despreciaban la dignidad humana y la libertad de los pueblos. Muchos en Francia, que veían con disgusto la deriva socialista del Frente Popular, se echaron en manos del invasor. El precio que pagaron fue inimaginable.

Por eso debemos aprender que, cuando los acontecimientos nos parecen difíciles, cuando creemos que todo se desmorona, caer en las garras de los salvapatrias, es la peor decisión. El comunismo era una terrible amenaza totalitaria que se cernía contra Europa, pero Hitler no terminó con ella. Si no hubiera sido por el desembarco de Normandía, toda Europa habría caído en las garras comunistas. Así actúan estas dos fuerzas supuestamente contrapuestas, son incapaces de destruir a la otra definitivamente, porque comparten la misma y enferma raíz.

Si bien la disciplina fue importante, no era menor en los distintos bandos. Si la tecnología fue importante no era muy diferente entre ellos. La diferencia fundamental entre los aliados y las tropas de Eje era que se sabían investidos de la autoridad moral de defender lo que es correcto, lo que es justo y beneficia a todas las personas, sin exclusiones y por eso estaban dispuestos a tan duro y extremo sacrificio. En el desembarco de Normandía se cimentó asimismo otro aspecto fundamental de la historia de Occidente: la solidez de la relación transatlántica.

Ahora que otro aislacionista puede ocupar la Casa Blanca, debemos recordar que ambas orillas se necesitan y complementan. Todo lo que dice Trump sobre Europa es capcioso y malintencionado. Él no quiere una Europa fuerte que invierta en Defensa, lo que desea es poner en evidencia una vez más el supremacismo norteamericano, aquel que señala que los europeos están enfermos por los mismos males que aquejan a los estados de California o Nueva York, que son la defensa de los valores que fueron proclamados en las Declaraciones de Derechos, de la libertad, de la dignidad humana.

Es una sociedad que ellos consideran decadente porque contiene en sus gérmenes de tolerancia, multiculturalidad y solidaridad, el fin de Occidente. Nada más lejano de la realidad, porque si algo caracteriza a la sociedad occidental y a su progreso es la tolerancia, la multiculturalidad y el espíritu de solidaridad con los más necesitados.

Regresar al esoterismo, a la violencia y a la intolerancia como principios de la política, no nos hace más libres sino más súbditos del poder corrupto. Ante un mundo en el que Asia toma un protagonismo renovado en lo económico y en lo social, nunca en la historia Estados Unidos ha necesitado más de Europa que ahora.

Nunca quisieron los gobiernos americanos sacrificar el gasto en Defensa por un estado social avanzado, así que acusar a los europeos de no seguirles es no reconocer la necesidad de contener todas las tensiones nacionales, sociales, políticas que existían en Europa en 1945 y que, sin el estado de bienestar, habrían sido detonantes de una guerra final, ya que la única solución para los millones de personas que quedaron sin nada era recibir con los brazos abiertos a Stalin.

Nada ha sido más relevante para la seguridad y existencia de una Europa libre que el estado de bienestar. Todos estamos comprometidos con Ucrania por la misma razón que los estuvimos contra el nazismo y no podemos hacer cálculos de oportunidades. Normandía le importaba a un ciudadano de Montana lo mismo que Ucrania y, sin embargo, cientos de miles de jóvenes murieron por defender los valores que nos hacen mejores y diferentes.

Por eso debemos hacer todo lo posible para fortalecer esta entente y no para debilitarla, por eso debemos acabar con Putin como lo hicimos con Hitler, no nos queda otra opción. Aquel ejemplo de valor y compromiso, hoy con tanto ruido interno y tanta polarización, nos resulta lejano, pero no olvidemos que los acontecimientos que condujeron al auge de los extremismos en los treinta no son muy diferentes de los actuales y las sociedades no solo los superaron, no importaba el coste, sino que fueron capaces de crear el mundo moderno, que, con todas sus imperfecciones, ha sido el mejor de la historia. (Enrique Navarro)

Presidente MQGloNet


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