Europa se reunía hace escasas semanas para dar un empujón a la construcción de una Defensa común en un escenario marcado, en un corto intervalo de tiempo, primero por el susto del Brexit y, aún sin recuperar el aliento, por el efecto Trump. La elección del próximo presidente de Estados Unidos ha terminado de convulsionar los cimientos de la estrategia global para la política exterior y de seguridad de la Unión Europea.
Aquello de sólo sé que no sé nada se aviene perfectamente al momento presente, de pura conjetura respecto a qué ocurrirá en una multitud de cuestiones una vez Trump asuma las riendas del país más poderoso del mundo. Desde lo económico a la defensa, las quinielas están echadas y no dejan de correr ríos de tinta, pues la campaña electoral del ayer candidato fue más un recopilatorio de mensajes de calado rápido y facilón entre el electorado, el manido populismo, que una verdadera y clara exposición de objetivos que permitan aventurar realmente qué pasos dará a partir de enero.
En el ámbito de la Defensa se deduce el deseo de incrementar el presupuesto de Estados Unidos, para alegría y alborozo de la industria militar nacional, de lo que da buena cuenta la cotización en bolsa. Pero esta apuesta por reforzar los medios de las Fuerzas Armadas contrasta en quien ha defendido un rol más aislacionista para Estados Unidos, con la salvedad manifiesta de querer barrer, y rápido, al terrorismo islámico de la faz de la tierra. Así pues, con la escasa capacidad de deducción que los datos en la mano permiten, conseguir este objetivo debe ser lo que sostenga per se el deseo de incrementar el actual poder militar norteamericano.
Pero ha sido el amago de espantada respecto de la OTAN lo que ha encendido todas las alarmas. Trump la ha cuestionado y mostrado en paralelo su simpatía por quien hoy es, en el actual revival de guerra fría al que asistimos, atendiendo a la temperatura más fresca que fría, su simpatía por Putin. Así pues, el próximo inquilino de la Casa Blanca podría poner en cuestión la estrategia y esfuerzos militares de la Alianza en los últimos años, desde el estallido de la crisis de Ucrania y aún antes. En común con los socios de la OTAN está el deseo de acabar con el Estado Islámico, lo que asegura podrá acometer en un número de días record.
Confiemos en que esa estrategia se asiente en algo más que en el prometido incremento presupuestario y el que, de una vez por todas, los colegas europeos arrimen el hombro elevando el presupuesto de Defensa al famoso 2 por ciento, lo que venía siendo una reiterada exigencia de la OTAN a sus miembros. Así que ahí tenemos ese palo que no quiere aguantar más velas que la propia y a una Europa cuya Defensa se asienta en la cooperación con la OTAN y que quiere avanzar en sus estructuras comunes en este ámbito. A ver cómo resuelve España la papeleta si, por un lado, se le pide que incremente el gasto en Defensa y, por otro, que mantenga a raya sus gastos bajo la negra espesura de la nube del déficit. Paradojas.