(defensa.com) El despliegue de un total de 24 “MV-22 Osprey” en las bases militares de Okinawa, a punto de arribar a suelo nipón las 12 unidades que completarían esta flota, marca un punto de inflexión en la política de Tokyo-Washington, en tanto suponen una reorganización de efectivos que se contrapone con una política que, en principio, había de minimizar la presencia militar norteamericana en el país asiático.
La situación de las tropas de EEUU en la isla de Okinawa lleva más de 60 años generando polémica, desde el momento mismo en que la victoria de los aliados tuvo como consecuencia la apropiación del territorio más austral del archipiélago japonés por parte de EEUU. Hoy, y pese a que en 1972 un referéndum devolvió el control de las islas a Japón, la población autóctona sigue en contra de la presencia de EEUU en Okinawa, en cuya prefactura se concentra el 74% del despliegue militar total estadounidense en suelo nipón.Según explica el analista de la Fundación Carnegie, James L. Schoff, la relocalización de las tropas americanas en suelo japonés se presenta como un gran desafío para la alianza Tokyo-Washington: “es la hora de preparar de verdad lo que será un punto de inflexión sobre una huella militar más pequeña y sostenible de EEUU en Japón”. De hecho, y según un acuerdo firmado el pasado mes de abril, Tokio recuperará el control de la base militar de Futenma, y los primeros marines norteamericanos comenzarán a marcharse en 2022. En este proceso, el arribo a Okinawa de los 24 “Osprey”, cuyas últimas unidades se encuentran ya en la base de Iwakuni (cerca de Hiroshima), esperando la orden definitiva de partir hacia Okinawa,
ha suscitado fuertes protestas entre la población. Los accidentes de estas aeronaves en Marruecos y Florida han generado mayor alerta entre la población, pues la base militar de Futenma se encuentra muy próxima a un importante núcleo de población en la ciudad de Ginowan.
Pero el Libro Blanco de la Defensa, elaborado por el Gobierno japonés, no deja dudas sobre los "Osprey" : “fortalecerán la disuasión de las fuerzas japonesas en su conjunto y favorecerán la paz y la estabilidad en la región”. Para EEUU este despliegue supone, además, un aliciente de modernización militar, puesto que sustituirán a los antiguos helicópteros “CH-46” y convertirán este punto en el más dotado de EEUU, en lo que a unidades de helicópteros se refiere, de todo el Pacífico.
James L. Schoff especifica que, en este contexto, la solución adecuada sería trasladar las tropas a una zona menos poblada en el norte de la región, algo que ya se contempla en el plan firmado por ambos países en abril. El primer impacto sería la construcción de una pista aérea en el mar sobre la que pudieran operar los "MV-22", además de un vertedero adicional, recurso planteado por Tokio y Washington. La decisión depende ya del gobernador de Okinawa, que en el transcurso de este año habrá de pronunciarse. Otra de las soluciones, según L. Schoff, sería mitigar las protestas con la reubicación en diversas sedes de los marines a lo largo de todo el país, ya que el plan propuesto es “demasiado lento”, teniendo como horizonte el año 2022.
El Libro Blanco de la Defensa de Japón de 2013, define los acuerdos de seguridad entre Japón y EEUU como “uno de los pilares de la defensa nacional de Japón, indispensable también para la seguridad en la región de Asia-Pacífico”. Sin embargo, el documento reconoce la saturación de Okinawa: "desde el estacionamiento de las fuerzas estadounidenses en Japón, los esfuerzos se han enfocado a la reducción de la presencia militar en regiones como Okinawa”. Hoy, hasta 40.000 soldados estadounidenses se encuentran desplegados en territorio japonés. (Javier Martínez)