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Egipto: El Estado contra los Hermanos Musulmanes

Por Julio De La Guardia*

El régimen autocrático de Hosni Mubarak fue uno de los primeros en caer sacudido por las revueltas de las sociedades árabes acaecidas a partir de principios de 2011. A diferencia de otros casos (Libia), la caída de Mubarak no conllevó la del aparato del Estado que le había mantenido en el poder durante treinta años.

Sin embargo, la crisis del régimen sí permitió el acceso a la Presidencia del candidato islamista Mohamed Morsi y el control del poder legislativo por el Partido Libertad y Justicia (PLJ, Hurría wa Adala), la marca electoral de los Hermanos Musulmanes.

La caída de Mubarak no fue fruto exclusivamente de las llamadas primaveras árabes sino que presentaba unos antecedentes anteriores. El principal de ellos fue las reticencias por parte de la cúpula militar a la sucesión en la persona de su hijo Gamal Mubarak (de forma similar a cómo Bashar había sucedido a su padre Hafez el Assad tanto en el partido Baaz como en la Presidencia de la República Árabe Siria), que coincidió con el rechazo social hacia el personaje. En el caso de las FAS fue el miedo a perder peso en la vida pública y, sobre todo, a que Gamal liberalizara los oligopolios empresariales gestionados por las FAS.

Así a partir de 2004, el Movimiento por el Cambio Kefaya puso en marcha toda una serie de movilizaciones que contaron con la aquiescencia –e incluso connivencia– coyuntural por parte de las FAS. Posteriormente, el Movimiento 6 de Abril a partir de 2008, comienza su campaña para la modernización institucional y democrática de Egipto.

Otros dos factores a tener en cuenta fueron la irrupción de las cadenas de televisión panárabes que emitían por satélite –Al Yazira, Al Arabiya, LBC, Al Manar– que rompió el monopolio informativo de la TV pública egipcia y del diario Al Ahram para abrir un universo mediático nuevo (en el que la segunda Intifada palestina y el rechazo a la guerra de Irak llevaron a la movilización social), y la propagación del uso de las redes sociales, que multiplicaron esa capacidad de organización y movilización.

A partir de ahí, ¿por qué ganan las elecciones de 2012 los Hermanos Musulmanes?

  • Porque antes no había un sistema multipartidista sino un monopolio parlamentario por parte del Partido Nacional Democrático (PND), contra el que se produce un voto de rechazo al ser percibido como una fuerza esclerotizada, nepotista y corrupta. Kefaya y el Movimiento 6 de Abril eran movimientos que habían nacido hace pocos años mientras que los Hermanos Musulmanes les llevaban décadas de ventaja.
  • Porque los Hermanos Musulmanes disponían de una estructura política (sindicatos, colegios profesionales, universidades), estaban bien organizados y además inspirados por la victoria de su hermano pequeño Hamas en las legislativas palestinas de 2006 (que ganaron contra pronóstico porque los palestinos veían en Al Fatah las mismas disfunciones que los egipcios en el PND).
  • Porque el candidato del PND Ahmed Shafik era percibido como perpetuación del antiguo régimen y en nivel de participación electoral fue bajo. Además hay que tener en cuenta que Egipto presenta una sociedad eminentemente rural (de 85 millones 25 pueden vivir en El Cairo y alrededores, pero otros 60 –más de 2/3– viven del campo).

Aunque en un primer momento, el aparato del Estado –con la preeminencia de las fuerzas armadas– pareció aceptar el cambio de gobierno dictado por las urnas en 2012, poco a poco se fue distanciando de él a medida que emergía una nueva ola de movilizaciones. La revuelta contra el Ejecutivo y el Legislativo islamistas se consolidó a partir de la reforma constitucional impulsada por Morsi en noviembre de 2012, que además coincidió con la operación “Pilar Defensivo” llevada a cabo por el Ejército israelí (war of choice destinada a drenar las reservas de cohetes que estaba acumulando Hamás) que se convierte en el comienzo de la cuenta atrás.

Al malestar general provocado por la forma un tanto sectaria de gobernar y de legislar de Morsi y del PLJ –en su afán por islamizar la sociedad– se unió su mala gestión económica y financiera. En los días previos a su derrocamiento, el crecimiento había bajado hasta el 2% del Producto Interior Bruto, el desempleo afectaba al 15% de la población activa y, sobre todo, un déficit público que crecía a razón de unos 2.000 millones de euros al mes.

Una situación insostenible que países hostiles a la Hermandad Musulmana como son Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos y Kuwait ayudaron a empeorar reduciendo sus aportes energéticos y provocando desabastecimientos en el suministro de hidrocarburos y de electricidad que acabaron pesando en el debe del Gobierno islamista.

La irrupción en escena del movimiento Tamarod (rebelión) y la recogida masiva de firmas de apoyo a su manifiesto en contra del Gobierno –a la que contribuyeron otras plataformas como el Movimiento 6 de Abril– hicieron que las fuerzas armadas se sintieran lo suficientemente legitimadas y amparadas para tomar el poder el 3 de julio de 2013.

Esta Machtergreifung tuvo como objetivo no sólo derrocar al Gobierno legítimo y poner en su lugar un Gobierno interino designado a dedo por los propios militares en nombre de la democracia, sino también acabar policial y judicialmente con cualquier oposición, pacífica o violenta, que los Hermanos Musulmanes pudieran presentar a su “hoja de ruta” que incluía la reforma de la Constitución y la celebración de elecciones legislativas y presidenciales a principios de 2014.

Entre los islamistas, el derrocamiento de Morsi dio paso a la creación de la “Alianza nacional por la legitimidad y contra el golpe”, a modo de plataforma que reunía a los Hermanos Musulmanes junto con otras corrientes políticas menores que no comulgaban con Morsi pero estaban en contra de la re-militarización del sistema político.

Así como las fuerzas nacionalistas habían tomado previamente el control de la emblemática plaza de Tahrir –principal símbolo de la revolución de 2011– éstas decidieron hacer lo propio acampando en plaza de Rabaa Al Adawiya en Nasr City –la más multitudinaria- junto a otra menor en la plaza de Nahda del barrio de Giza.

Desde el primer momento, el Gobierno interino advirtió que desalojaría las acampadas islamistas en algún momento, incluso por la fuerza, aunque la coincidencia con el Ramadán y las peticiones internacionales hicieron que no cumpliera sus amenazas. Estados Unidos y la UE por razones humanitarias, Turquía y Qatar por razones políticas trataron de evitar el derramamiento de sangre.

Este Cuarteto improvisado –junto a los senadores republicanos John McCain y Lindsey Graham– estuvo negociando una salida pacífica hasta el último momento, llegando aparentemente a un acuerdo con la cúpula de los Hermanos Musulmanes –Jairat el Shater y el propio Mursi– pero que resultó tardío para el ministro de Defensa y principal artífice del golpe del 3 de julio, Abdel Fatah Al Sisi.

El impasse posibilitó que las acampadas se convirtieran en auténticos happenings islamistas, atrayendo a decenas de miles de personas procedentes de todo el país y dotándoles de una gran cohesión de grupo, al ayunar, dormir, rezar, leer el Corán y romper el ayuno todos juntos durante el mes de Ramadán. Pero también al celebrar mítines políticos cada noche, llamando a la abolición del renovado régimen militar, al cese del ministro de Defensa y principal artífice del golpe, el General Al Sisi, y a la restauración de Morsi, al que definían como el Presidente legítimo.

¿Por qué las fuerzas armadas deciden acabar expeditivamente con las acampadas a pesar de las reticencias mostradas por la comunidad internacional?

  • Porque tenían miedo de que antes o después pudieran prender la mecha de una guerra civil como en Siria (con Turquía y Catar apoyando a un lado y Arabia Saudí, EAU y Kuwait al otro).
  • Porque la Península del Sinaí se habían convertido en un nodo neurálgico del tráfico de armas (hacia la Franja de Gaza), de drogas y de personas (hacia Israel), o sea, en un territorio sobre el que comenzaba a perder el control (desarticulación de célula de Hizbolá, grupos yihadistas como el Majlis Al Shura Al Muyahidin Al Quds que actúan aprovechándose de la pobreza de las tribus beduinas).
  • Porque  estas organizaciones yihadistas habían perpetrado ya varios ataques transfronterizos (agosto 2011 contra autobús israelí y patrulla militar – 8 muertos israelíes; agosto 2012 contra el destacamento egipcio en paso fronterizo de Rafah – 16 guardias de fronteras muertos; lanzamientos de cohetes contra Eilat) que hacen que Israel pueda tomar represalias en territorio egipcio, lo que eventualmente podría llevar al colapso de los Acuerdos de Camp David (piedra angular de la seguridad y la estabilidad en Oriente Próximo).
  • Porque el tráfico de armas, munición y explosivos bajo el Corredor de Filadelfia también amenaza con que Israel actué contra la Franja de Gaza de forma similar a la operación “Pilar Defensivo” en noviembre de 2012 y la calle egipcia demande al Gobierno que reaccione en ayuda de los palestinos, contribuyendo a la desestabilización social.

Antes de reprimir la revuelta, el Gobierno interino difundió todo tipo de rumores sobre supuestas ejecuciones sumarias de ciudadanos inocentes por parte del personal de seguridad de las acampadas –algunas palizas fueron documentadas por las organizaciones de derechos humanos– y la presunta posesión de armas automáticas, rifles de precisión, RPGs e incluso agentes químicos, tales como gases sarín y mostaza –que nunca se llegaron a verificar.

Esta estrategia de criminalización iba encaminada a legitimar el uso de la fuerza ante la sociedad egipcia y ante la comunidad internacional. En la madrugada del 14 de agosto de 2013, la Policía recibió la orden de asalto que ejecutó con un uso excesivo y desproporcionado de la fuera contra quienes permanecieron en los campamentos (sí que dejaron salir a todos aquellos que lo desearon tras las correspondientes llamadas de advertencia).

Las imágenes de video y fotografías del asalto difundidas por los medios de comunicación afines al Gobierno interino demuestran la presencia de algunos individuos armados con pistolas y con fusiles de asalto kalashnikov en las acampadas, cajas llenas de cocteles molotov y todo tipo de artefactos artesanales. Pero ninguna evidencia de los agentes químicos, lanzagranadas o ametralladoras pesadas que habían denunciado las Fuerzas Centrales de Seguridad.

Aún así, éstas no utilizaron los cañones de agua a presión como habían dicho que harían durante los días previos, sino tanquetas y lanzallamas, a modo de elementos de protección de las unidades antidisturbios que progresaban por tierra bajo el fuego de cobertura de numerosos francotiradores policiales (por ejemplo, en el Hotel Sonesta). Esto, unido al uso masivo de gases lacrimógenos y al incendio sistemático de las tiendas provocó casi medio millar de muertos y cientos de heridos. La principal causa del alto número de víctimas fue el uso de medios policiales (el Ejército se mantiene en el perímetro) pero de tácticas militares – los acampados son tratados como enemigos no como ciudadanos. La tanqueta de chorro de agua a presión para desplazar a los manifestantes pasa a ser sustituida por el lanzallamas. Muchos de ellos aparecen incinerados en la morgue.

Los Hermanos Musulmanes descartaron las ofertas previas de evacuación de las plazas de forma pacífica, algo que hubiera evitado la tragedia humana y su posterior persecución policial y judicial. Prefirieron buscar la confrontación con el Estado, quizás con la esperanza de que un alto número de víctimas civiles provocara una intervención internacional o la deslegitimación del nuevo Gobierno y de las FAS que lo sustentaban. Durante estas fechas Ayman Al Zawahiri emite un comunicado diciéndole a los Hermanos Musulmanes que se dejen de reivindicaciones de legitimidad y que actúen para imponer la Sharía.

Esta estrategia se convirtió en un error de cálculo tanto por la indiferencia de la comunidad internacional –salvo las excepciones de indignación política de Turquía y Catar, y las protestas oficiales de los países escandinavos– como por el hecho de que casi el 70% de los egipcios apoyaron el desalojo violento de las acampadas, tal como mostraban los sondeos de opinión locales.

Los Hermanos Musulmanes apostaron a doble o nada en su pulso al Estado y decidieron convocar una semana de movilizaciones masivas e incrementar los disturbios callejeros. La escalada de tensión resultó contraproducente para los intereses islamistas, ya que el Gobierno optó por un modelo de represión total: instauró el estado de emergencia para un período de un mes –limitando así los derechos de reunión y de manifestación, además de otorgando poderes especiales al Ejército– y decretó el uso de munición real para dispersar las manifestaciones.

La brutal represión de las marchas convocadas durante los tres días inmediatamente posteriores –en que policías con pasamontañas dispararon a matar a manifestantes que en su inmensa mayoría sólo lanzaban piedras (Puente 25 de Mayo, Hotel 4 Seasons en la Cornisa del Nilo)– hizo que el número total de víctimas mortales en 72 horas superara el millar. Entre ellas, también se encontraban un centenar de soldados y de policías, aunque más de la mitad de éstos no murieron consecuencia de los desalojos y disturbios urbanos, sino en el transcurso de operaciones militares en la Península del Sinaí contra los grupos yihadistas y contrabandistas.

La represión también afectó a medios de comunicación que cubrían las manifestaciones. Los desalojos de las acampadas de Rabaa y Nahda se cobraron la vida de tres periodistas, entre ellos un operador de cámara británico de la cadena Sky News. A los pocos días un jefe local del diario Al Ahram –que pertenece al grupo de comunicación más fuerte del país– fallecía tras ser tiroteado cuando aparentemente intentó saltarse un control militar durante el toque de queda nocturno.

A partir de ahí el Gobierno interino dio orden de ejercer un control total sobre los medios, especialmente los extranjeros. La cobertura del sitio a la mezquita de Al Fatah –en la que se habían atrincherado cientos de islamistas por miedo a ser linchados por la turba del mercado de Ramsés– se saldó con las detenciones arbitrarias de numerosos periodistas foráneos, que pasaron varias horas retenidos en los furgones de la Policía. Además, a partir del día 14 de agosto el Ministerio de Información prolongó indefinidamente los procedimientos de expedición de carnés de prensa, obligando a los periodistas a trabajar sin acreditación oficial y, por lo tanto, bajo su propia responsabilidad.

El Gobierno interino no tardó en asociar a los islamistas que tiraban piedras y cócteles molotoven las ciudades con los yihadistas que disparaban y empleaban artefactos explosivos contra las Fuerzas de Seguridad en el Sinaí, presentando a unos y a otros como caras de una misma moneda a las que había que combatir con la fuerza que fuera necesaria. Desde entonces, el lema de: “Egipto luchando contra el terrorismo” apareció superpuesto en la esquina superior izquierda de los principales canales de televisión egipcios justificando el uso excesivo de la fuerza militar y policial durante las 72 horas posteriores al desalojo de las acampadas.

A partir de ahí el Estado egipcio comienza una ofensiva integral contra los Hermanos Musulmanes en todos los frentes: policial (detenciones masivas de sus dirigentes y cuadros intermedios), legal (la Hermandad es declarada organización terrorista e ilegalizada), judicial (procesos no acordes a derecho donde no se respetan las garantías jurídicas y se vulnera el principio de presunción de inocencia) y penitenciario (prisiones masificadas cuyas condiciones no cumplen con los estándares internacionales mínimos), cuyo paroxismo llega con la reciente condena a muerte del líder espiritual Mohammed Badía y otros 183 miembros de la Hermandad.

El problema es que además de perseguir a los Hermanos Musulmanes comienzan a perseguir cualquier tipo de disidencia:

  • Cierre del canal de TV Al Yazira Mubasher y procesamiento de sus periodistas (condena de cárcel para un periodista australiano)
  • Candidato presidencial Mohammed Al Baradei es procesado in absentia y declarado persona non grata después de dimitir como ministro del Gobierno interino de Adly Mansour
  • Dimisión posterior del Primer Ministro interino Hazem Beblawi del Partido Socialdemócrata (PSD), que tras ser utilizado por el Gobierno interino comienza a ser desplazado
  • Diputados liberales como Amer Hamzawy y académicos liberales como Eimad Shahin son procesados por criticar la nueva Constitución (Nathan Brown del CEIP da la señal de alarma)
  • En junio de 2014 Alá Abdel Fatah y otros 24 activistas sociales vinculados a Tahrir reciben condenas de 15 años de cárcel por convocar una manifestación sin el permiso correspondiente, mientras que los Tribunales ponían en libertad al agente de policía que en agosto de 2013 mató a 37 presos al tirar gas lacrimógeno dentro de un furgón policial (alerta roja – involución hacia un sistema autocrático de doble rasero legal y judicial similar al de Mubarak – back to square one!)

Conclusiones:

Las acampadas islamistas se podían –y se debían– haber desalojado de otra forma

La decisión de romper la columna vertebral de los Hermanos Musulmanes puede haber evitado una guerra civil (doctrina del mal menor) pero la persecución sistemática de toda oposición política y la ejecución de las condenas a muerte de Mohammed Badía y cía podría provocar una nueva ola de terrorismo islamista (atentados de la semana pasada en El Cairo)

Una vez que el nuevo Presidente Abdel Fatah Al Sisi (que dijo en una entrevista con TWP a principios de agosto de 2013 que no tenía intención alguna de presentarse candidato) solidifique su poder debería mediar ante los Tribunales o articular alguna medida de gracias para condonar las penas de muerte por otras de privación de libertad.

Nuevos mártires como Sayyid Qutob pueden conducir a una mayor radicalización de los Hermanos Musulmanes en una nueva campaña de violencia y terrorismo que impida a Egipto salir de la gravísima crisis económica y financiera en la que se encuentra sumido, además de poner en peligro la inversión extranjera (ej. Repsol) y la seguridad personal de los turistas.

Después de debilitar hasta el extremo a los Hermanos Musulmanes, Abdel Fatah Al Sisi debería buscar una fórmula creativa que permita su participación política e institucional (sindicatos, colegios profesionales) so pena de coadyuvar a una mayor radicalización de éstos en la línea de la Gama Islamiya, además de la posible asociación de sus elementos más radicales con células de Al Qaida y del Estado Islámico en Egipto.

La comunidad internacional –representada por Estados Unidos, la UE, Israel y Turquía (quizás también las Naciones Unidas, la Liga Árabe, Qatar y el Consejo de Cooperación del Golfo)– deberían concertar una estrategia de apoyo a Egipto, basada en una condicionalidad de la ayuda al respeto de los DDHH, los derechos fundamentales y las libertades públicas de todos los egipcios.

Dicha estrategia debe estar basada en incentivos y aplicarse a través de la persuasión, que no de la imposición, pues los egipcios son extremadamente orgullosos y podrían optar por rechazar la ayuda y ponerse en manos de Rusia en lo político y militar, y de China en los económico y financiero, que saben no les van a imponer condiciones ni cortapisas.

La UE podría articular una misión PESD del tipo EUPOL AFG o EUPOL COPPS para equipar y asesorar a las FSE, jueces, fiscales, abogados e instituciones penitenciarias de Egipto. Estados Unidos lo puede hacer a través de contratistas privados como por ejemplo The Emergence Group.

Last but not least, además de encontrar alguna fórmula que permita la reintegración de los Hermanos Musulmanes en la vida política el Presidente Abdel Fatah Al Sisi tiene que “civilizar” el Estado y dejar de otorgar los cargos públicos más importantes tales como los Gobernadores provinciales a militares. Igualmente tiene que liberalizar la economía y romper los oligopolios de empresas públicas en manos de las FAS. Quizás no según un modelo similar al europeo pero si al israelí, donde gran parte de los dirigentes políticos proceden de las FAS (en Egipto son sin duda la institución mejor valorada, por lo que seguirán proporcionando dirigentes y cuadros políticos) pero éstas no controlan ni la política ni la economía del país.

La celebración del curso de este año ha coincidido en el tiempo con el comienzo de la operación militar israelí “Margen Protector”, que en parte es una derivada de todos estos cambios estratégicos experimentados por Egipto. Si los Hermanos Musulmanes hubieran continuado en el poder, los acontecimientos en la Franja de Gaza hubieran sido muy diferentes.

Presentada ante su opinión pública como si se tratara de una operación anti-terrorista el Ejército israelí ha puesto en marcha una campaña militar inconclusa que podría evolucionar hacia un conflicto de baja intensidad pero de larga duración. Las virtudes (debilitamiento de Hamás y el resto de milicias en todos los órdenes: militar, político, social) y las disfunciones (altísimo porcentaje de bajas civiles – superior al 80% según Naciones Unidas) implica que todo el planteamiento de lucha contra guerrilla urbana del Ejército israelí se desvaneciera, que no fuera llevado a la práctica. En el momento que sus tropas sufrieron bajas las unidades especiales dejaron paso a la artillería y a la aviación, provocando un gran número de bajas colaterales. Este podría ser un tema de estudio para futuros análisis.

 

*Julio De La Guardia es periodista freelance especializado en Seguridad y Defensa en Oriente Medio. Reside en Jerusalén y colabora con el Grupo de Estudios en Seguridad Internacional (GESI) de la Universidad de Granada (España).


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