Tras cuatro meses y medio de campaña aérea, y pese a unos resultados iniciales limitados, la intervención rusa parece estar cambiando la marcha del conflicto sirio. La ofensiva de Alepo, que ha desequilibrado totalmente a la oposición al régimen en el Norte del país, puede convertirse en un acontecimiento decisivo.
Pero el avance de las fuerzas del régimen de al-Assad causa también una enorme preocupación en Turquía y las monarquías árabes, que consideran la posibilidad de una intervención militar directa, en lo que sería un paso más en la escalada hacia un conflicto regional abierto.
Se cumplen más de cuatro meses de la intervención rusa en Siria, y parece que sus efectos comienzan a tener un carácter decisivo. Los inicios no fueron prometedores, con incidentes como el atentado terrorista contra un avión de pasajeros ruso sobre el Sinaí, el derribo de un avión ruso por cazas turcos o un progreso muy lento en las operaciones terrestres. Pero con el nuevo año las operaciones de las fuerzas armadas sirias han ganado en impulso, y los ataques de las fuerzas aéreas rusas en eficacia. El resultado ha sido el hundimiento del frente en Alepo, y un retroceso generalizado de la oposición armada al régimen de Bashar al-Assad en todo el país. El cambio en la situación militar se produce en un momento especialmente dramático, con olas de refugiados moviéndose hacia Europa y una implicación cada vez mayor de potencias regionales como Irán, Turquía o Arabia Saudí en el conflicto. Mientras tanto, Estados Unidos y la Unión Europea tratan de hacer lo posible por llegar a una solución negociada, pero con la balanza militar inclinándose hacia uno de los bandos el acuerdo parece muy difícil.
Convertido ya en guerra regional, y con una influencia cada vez mayor en los asuntos globales, el conflicto sirio tiene muchas posibilidades de convertirse en una de esas guerras que cambian el rumbo de la Historia, aunque caben muchas dudas de que tal cambio sea para bien. La guerra se desarrolla en varios niveles y con múltiples actores. El enfrentamiento local entre las facciones sirias e iraquíes, que no es más que la lucha entre la población árabe sunní y el resto de las minorías religiosas y étnicas en ambos países, salta al ámbito regional con el enfrentamiento, entre Irán y las monarquías del Golfo. A eso se suman las ambiciones hegemónicas de Turquía que, desengañada de ser algún día admitida en Europa y exasperada por el problema kurdo, ha decidido retomar un camino propio que inevitablemente pasa por las antiguas áreas de influencia del Imperio Otomano. Y en el escenario global tenemos un creciente enfrentamiento entre la Rusia de Vladimir Putin, que también alberga sueños imperiales, y un Occidente que últimamente solo alberga pesadillas de decadencia.
Sobre toda esta trama de conflictos se sitúa el Daesh, el archienemigo a quién todo el resto del actores en el conflicto atacan teóricamente con la máxima energía, y que paradójicamente sobrevive con relativa comodidad a semejante alarde de potencia militar. El Daesh se convierte cada vez más en el espantajo que todos agitan para justificar su intervención en un conflicto en el que están en juego intereses muy diferentes.
La intervención rusa y la ofensiva de Alepo
Rusia inicio su intervención en Siria para apuntalar al régimen de al-Assad y garantizar su permanencia en el único lugar de Oriente Medio donde Moscú aún mantiene un aliado fiable. La intervención llegó en un momento delicado, cuando el apoyo árabe en fondos y equipo a la oposición al régimen había puesto en serios aprietos a las fuerzas armadas sirias. La caída de la provincia de Idlib en el verano de 2015 llevó la guerra a los baluartes del régimen en la costa mediterránea, y amenazó con provocar un colapso generalizado de las fuerzas leales a al-Assad.
La parte más visible de la intervención de Moscú fue el despliegue de una pequeña fuerza aérea para apoyar las operaciones del régimen sirio, pero hubo otros componentes no menos importantes, desde el abastecimiento de munición al suministro de material pesado, incluyendo artillería y blindados. Una ventaja añadida, y no menor, fue que la presencia rusa en Siria hacía muy improbable que tanto la coalición internacional contra el Daesh como Israel atacasen objetivos del régimen. Y además, el compromiso ruso también proporcionó renovadas energías a Irán y a la milicia libanesa de Hezbolá para continuar su apoyo a al-Assad, pese a las bajas sufridas y los irregulares resultados obtenidos hasta ese momento.
Personal de tierra cargando un Su-34 con bombas guiadas por satélite KAB 500 S-L
Como era de esperar, el motivo oficial de la intervención rusa era luchar contra la amenaza del Daesh, pero la milicia islamista fue blanco de solo una pequeña proporción de los ataques. El esfuerzo principal de las fuerzas sirias y rusas se orientó desde el primer momento hacia la ciudad de Alepo y su conexión con la frontera turca, identificados como el centro de gravedad de la resistencia contra el régimen. El plan consistía en reforzar y consolidar el cerco parcial a la parte del casco urbano en poder de los rebeldes, y ampliar el control de los accesos para poder concentrar fuerzas y lanzar ofensivas en diferentes direcciones.
Entre octubre y enero de 2015 (Mapa A) las fuerzas sirias y sus aliados libaneses, iraníes e iraquíes avanzaron trabajosamente hacia el Oeste, empujando a las fuerzas de la oposición hacia la autopista Alepo-Damasco, el eje principal de comunicaciones entre las zonas rebeldes en torno a Alepo y las unidades que combaten en Idlib y el Norte de Hama. En el Este, y tras varios intentos fallidos, las fuerzas de Al-Assad lograron finalmente romper el asedio que el Daesh mantenía sobre la base aérea de Kweires. El enlace con las fuerzas sitiadas desequilibró a las fuerzas islamistas en la zona, y abrió paso a acciones ofensivas sobre las localidades que conectan con la cada vez más limitada porción de la frontera turca bajo control del Daesh. Una amenaza reforzada por el avance de las fuerzas kurdas aliadas del régimen, pero con apoyo norteamericano, desde la presa de Tishrin, sobre el río Éufrates, hacia el Norte.
Aunque gran parte de los esfuerzos se concentraron en las operaciones en Alepo, también se lanzaron operaciones secundarias en otros frentes. Una de las más importantes fue la ofensiva en la provincia de Latakia, para empujar a los rebeldes hacia las montañas y alejar su artillería de los núcleos de población en la costa. Aquí fue donde la fuerza aérea rusa se empleó a fondo inicialmente, y donde se perdió el Sukhoi 24 derribado por Turquía tras penetrar brevemente en el espacio aéreo turco. Sin embargo los avances fueron limitados, debido a la naturaleza montañosa del terreno, y probablemente también a los problemas de adaptación de la fuerza aérea rusa, que hace casi tres décadas que no opera fuera de su territorio. En enero las operaciones tomaron impulso y las tropas de al-Assad rompieron el frente en el Sur y el Oeste arrinconando a las fuerzas de la oposición en Latakia contra la frontera turca.
En Hama las fuerzas del régimen lograron que las fuerzas que defendían el único barrio todavía en poder de los rebeldes aceptasen un alto el fuego, y su traslado a la zona de Idlib, con lo que se consolidó el dominio gubernamental sobre la ciudad. En Damasco y en la frontera jordana las fuerzas de Assad lograron mantener posiciones e incluso realizar pequeños avances locales. El combate contra el Daesh obtuvo resultados más irregulares. La liberación del cerco a la base aérea de Kweires fue un éxito notable, pero los islamistas asestaron un duro golpe en Deir ez-Zor, una base militar aislada en el Este del país donde un asalto por sorpresa iniciado por una ola de suicidas causó cientos de bajas en enero. No obstante, el apoyo aéreo y los suministros por aire permitieron salvar la situación.
El golpe decisivo se lanzó en febrero (mapa B). Avanzando desde el Este de Alepo las tropas del régimen rompieron el frente enemigo al norte de la ciudad, y girando hacia el Oeste consiguieron enlazar con una bolsa de combatientes aislados en Zahraa, que combatían apoyados en la zona de control kurdo en el Noroeste del país. Con ello partieron en dos la zona bajo control rebelde en torno a Alepo e Idlib y cortaron la principal ruta de suministros que desde la ciudad turca de Kilis abastecía a los combatientes rebeldes en el Norte. El corte de comunicaciones ha tenido una efecto inmediato, con decenas de miles de civiles huyendo hacia las fronteras de Turquía , mientras desde Ankara y los estados del Golfo Pérsico se habla abiertamente de la necesidad de una intervención militar directa (de nuevo contra el Daesh, por supuesto).
La alarma ha sido especialmente intensa en Turquía, donde se teme que el flujo de armas y equipos que se enviaba a los rebeldes a través de la frontera de Kilis cambie de dirección, y sean los kurdos sirios, e incluso el régimen de al-Assad, quién apoye abiertamente a los grupos armados kurdos en Turquía. Una consecuencia inmediata del cambio de situación ha sido la intervención de la artillería turca en las operaciones, bombardeando las zonas ocupadas por las fuerzas kurdas en Siria. Evidentemente esto añade un nuevo riesgo de escalada si los proyectiles llegan a alcanzar a las tropas de al-Assad, por no hablar de la posibilidad de que puedan afectar a sus aliados rusos.
Su-24. La espina dorsal de la campaña aérea en Siria
El rendimiento de la fuerza aérea rusa ha sido bastante aceptable teniendo en cuenta su escaso tamaño, aunque es bastante probable que haya contado con un apoyo bastante estimable de la fuerza aérea siria, especialmente de la veintena de aviones de ataque Su-24 que fueron modernizados en Rusia justo antes del inicio del conflicto, y que pueden operar conjuntamente con los 12 aviones de este tipo desplegados por Moscú. Esta treintena de Su-24 ha llevado probablemente el peso de las operaciones aéreas, aunque la estrella de la campaña ha sido el nuevo Su-34 de los que se han desplegado sólo 8 aparatos. Los 12 Su-25 rusos también desplegados en Siria, junto a un número difícil de determinar de Su-22 sirios todavía operativos, completan la pequeña fuerza de aviones de ataque (no más de 80) que llevan a cabo la campaña aérea. Pero Moscú ha utilizado también con cierta frecuencia bombarderos estratégicos como los Tupolev 22 y 160. E incluso misiles de crucero Kalibrdesde buques de superficie y submarinos tanto en el Mar Mediterráneo como en el Caspio.
Los procedimientos de la fuerza aérea rusa son todavía anticuados. La mayoría de las imágenes muestran aviones cargando bombas de gravedad KAB 500, que parecen el armamento habitual incluso de los muy avanzados Su-34. No obstante, también se han visto bombas guiadas por satélite KAB S-E, por láser KAB L y por televisión KAB Kr y diferentes tipos de misiles aire-tierra, aunque la proporción de municiones guiadas en el total lanzado sea probablemente muy baja. Hay que tener en cuenta que, ante la escasez de armas guiadas, los pilotos rusos han perfeccionado apreciablemente los procedimientos de ataque con municiones sin guía, y en Siria se han visto beneficiados por la ausencia de una mínima defensa aérea en las áreas rebeldes. Así como Estados Unidos, Turquía o las monarquías del Golfo no han tenido problema en suministrar a los opositores a Assad miles de misiles contracarro TOW2, nadie se ha atrevido a proporcionar misiles antiaéreos portátiles, que con mucha probabilidad terminarían en manos de grupos terroristas.
Uno de los T-90 en servicio con las fuerzas armadas sirias
En todo caso, las tácticas rusas de ataque con municiones no guiadas tienen un alto riesgo de producir bajas civiles, sobre todo si se tiene en cuenta que la mayor parte de los combates tienen lugar en áreas urbanas. El Observatorio Sirio para los Derechos Humanos atribuye un millar de civiles muertos a los bombardeos rusos, contra unas dos mil bajas mortales causadas a los grupos combatientes rebeldes. Las cifras del Observatorio son habitualmente difíciles de confirmar, pero parece una proporción muy probable.
Un BTR 82A proporcionado por Rusia en combate
La contribución rusa no se ha limitado a los ataques aéreos. El ejército sirio ha recibido un número indeterminado de carros de combate T-90, que con sus sistema de defensa activa antimisil Shtora-1 tienen posibilidades de sobrevivir al ataque de los temidos misiles TOW en manos de la oposición al régimen. También se han visto modernos vehículos blindados BTR-82A suministrados a Siria el verano pasado, mientras la artillería del régimen parece haber resucitado de sus cenizas, especialmente en lo que se refiere a lanzacohetes múltiples. Existen informaciones sobre el empleo directo de artillería rusa en las operaciones, aunque la versión de Moscú es que sus tropas no participan en enfrentamientos terrestres. Sin embargo, un número de lanzadores BM-30 Smerch rusos ha sido desplegado como parte de la fuerza de protección rusa en Latakia, y dado su largo alcance (hasta 90 km) podrían intervenir fácilmente en las operaciones sin apenas moverse de sus bases. Con todo, el mayor apoyo militar que Rusia puede estar prestando al régimen es el suministro de munición, piezas de repuesto y entrenamiento para especialistas. Después de cinco años de guerra el ejército de al-Assad se había visto reducido a utilizar municiones improvisadas y canibalizar sus vehículos para mantenerse en combate.
Un futuro incierto y cada vez más preocupante
La ofensiva en Alepo ha supuesto un duro golpe a la oposición al régimen. Las posiciones rebeldes en el corredor de Alepo hasta la frontera turca están cayendo una tras otra ante el empuje de las fuerzas regulares y las milicias kurdas, en lo que parece un colapso difícil de revertir. Con la ruta del Norte cortada, y bajo ataques aéreos sistemáticos, las posiciones rebeldes en Alepo e Idlib corren el riesgo de sufrir la misma suerte. Pero Turquía puede que no se resigne a la situación, y que intente recuperar su viejo proyecto de una zona colchón en la frontera, al menos en la parte que todavía controla la oposición. De momento la reacción ha sido simplemente fuego de artillería, pero hay también noticias de que Ankara está facilitando el movimiento de combatientes de la oposición siria desde el frente de Idlib hasta la frontera al norte de Alepo, utilizando territorio turco a través del único paso fronterizo todavía en manos de los rebeldes. La peor opción sería la entrada de tropas turcas en Siria, lo que daría un nuevo giro, y no precisamente positivo, al conflicto.
Una noticia ha pasado relativamente desapercibida estos días. Coincidiendo con la ofensiva de Alepo, una columna blindada del régimen sirio ha avanzado hasta unos 30 km de Raqqa, amenazando directamente la capital del Daesh. El movimiento posiblemente tenga mucho de mediático, y se haga para demostrar que Damasco con el apoyo ruso, es el candidato más fiable para acabar con el protoestado islamista. Esto tiene bastante sentido para desmontar el argumento saudí de que no se puede derrotar al Daesh sin acabar previamente con el régimen de al-Assad. Y también para neutralizar el posible y anunciado despliegue de tropas del Golfo Pérsico en Turquía con el objetivo de combatir a los islamistas. Un despliegue en todo caso poco probable dados los muchos problemas que Arabia Saudí y sus aliados están encontrando actualmente en Yemen, pero que arroja otra sombra más sobre la posible evolución del conflicto.
Mientras tanto Europa y EE.UU se debaten entre la desesperación de sus aliados turcos y saudíes y la evidencia de que Damasco es cada vez más una parte indispensable en la solución del conflicto y la futura eliminación del Daesh. La estrategia de Putin de poner a Occidente en el dilema de elegir entre al-Assad o al-Baghdadi se está materializando ya sobre el terreno, pese las numerosas dificultades, sobre todo económicas, a las que se enfrenta el presidente ruso. En todo caso, las guerras civiles en Siria e Iraq parecen encaminarse irremediablemente a cambiar el orden establecido en la región, no ya durante la Guerra Fría, sino después de la I Guerra Mundial. Y no está siendo, desde luego, un cambio incruento.
José Luis Calvo es Coronel de Infantería del Ejército de Tierra, diplomado en Estado Mayor. Destinado actualmente como Profesor de Estrategia y Seguridad Nacional en la Escuela de Guerra del Ejército norteamericano (USAWC) en Carlisle (Pensilvania). Es también profesor del Máster en Estudios Estratégicos y Seguridad Internacional de la Universidad de Granada.
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