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Mali… más difícil todavía

Por Josep Baqués*

Quienes nos dedicamos a la geopolítica tenemos trabajo a raudales. Aunque eso no sea necesariamente una buena noticia. Y es que las aguas bajan revueltas. El África subsahariana está adquiriendo un protagonismo inusitado y Mali se lleva la palma. Las razones son, en parte, conocidas y, por otra parte, algo más opacas. Pero si Afganistán era (y aún es) el equivalente a la “tormenta perfecta” en la que incluso un buen pilotaje de la nave podía ser insuficiente para salir del atolladero, en el caso de Mali se pueden agotar los calificativos.

 

Mali es un país rico en recursos naturales y materias primas, muchos de ellos subexplotados o, simplemente, incluidos en el apartado de reservas. La lista es dilatada. En el convulso norte del Azawad, petróleo, en el este, rayano en la frontera con Níger, uranio. Pero también podemos encontrar oro, bauxita, litio o cobre, entre otros minerales apreciados. ¿Apreciados por quién, por cierto? Por todos. Por Francia, desde luego. Por ejemplo, su empresa AREVA ha venido actuando en régimen cuasi monopólico (hasta hace poco) en la región –por sí misma o bien participando de empresas formalmente nigerinas-. Pero ese discurso “neo-colonialista” clásico se queda muy corto cuando se trata de explicar la realidad de Mali.

No es casual, sin ir más lejos, que a los tuareg les haya dado por el independentismo en este momento, aglutinados en torno al Movimiento Nacional para la Liberación de Azawad (MNLA), pues son la etnia dominante en dicha región norteña que, de hecho, declaró su independencia unilateralmente sin apenas receptividad en la sociedad internacional. Tampoco lo es la entrada en escena de China, ese actor que bajo palio de un discurso “sur-sur” y de “no injerencia en los asuntos internos” de otros Estados revestido de ideología (empleo aquí este vocablo en su acepción más despectiva, que es la considerada por Marx –paradojas de la vida, tratándose del gigante asiático-) ha penetrado con fuerza en África para hacerse con esos y otros recursos. China juega sus propias cartas, mediante una política crediticia que aspira a ocupar el lugar del FMI/Banco Mundial, que pasa por construir infraestructuras –sobre todo de comunicaciones- en dichos Estados y que también conlleva el desembarco de súbditos chinos en esos lares (más de 1.5 millones de chinos en diversos Estados africanos a día de hoy). En particular, a China le interesa sobremanera la extracción de crudo, del que es altamente dependiente desde hace más de 20 años (Angola es su principal proveedor en la zona). Pero también de uranio. De hecho, la empresa pública China Guangdong Nuclear Power Holding Company (CGNPC) firmó contratos con AREVA en 2010. Pero, lógicamente, trata de tomar posiciones en varios Estados africanos motu proprio. De esta forma, ya explota minas en Níger y en Namibia –en este caso, el cuarto yacimiento de uranio más grande del mundo, ubicado en Hurab- ya que este recurso es imprescindible para su plan de dotarse de al menos 60 centrales nucleares hacia el año 2020.

El problema, como siempre, es que a perro flaco todo son pulgas. Si nuestro análisis se circunscribiera a lo anteriormente descrito, aún podríamos afirmar que sería de gestión relativamente fácil. Sin embargo, algunos de los más dramas más difundidos de la posguerra fría se reproducen de nuevo -y con especial virulencia- en Mali: un Estado fallido, con gobiernos (pro-chinos, por cierto) derrocados por golpes de Estado, con unas fuerzas armadas débiles y divididas, con una sociedad civil virtualmente inexistente, con la penetración de grupos islamistas radicales que podríamos considerar satélites de Al Qaida o, al menos de AQMI (con matices y en diversos grados) como es el caso del Movimiento para la Unicidad del Islam y la Yihad en África Occidental (MUYAO) y de Ansar Dine. La guerra civil Libia tampoco ha ayudado, en la medida en que ha propiciado la llegada de hombres y armas. En conjunto, se trata de un cóctel explosivo que contribuye a convertir el Sahel en una de las zonas más inestables del orbe.

Por lo demás, hay que tener en cuenta que los actores reseñados mantienen relaciones complicadas entre sí, pese a algunas tentativas de aunar esfuerzos. Incluyo aquí al propio MNLA, al que mueven intereses bien diferentes de aquellos que nominalmente defienden los herederos más o menos putativos del discurso de Bin Laden en estas latitudes (para otra ocasión habrá que dejar el asunto de los intereses crematísticos que los mueven). Todo lo cual propició enfrentamientos armados en Tumbuctú entre el MNLA y los milicianos de Ansar Dine. Situación que podría repetirse dada la incompatibilidad de los discursos de corte nacionalista con el internacionalismo religioso de la yihad, más allá –claro- de lo puramente táctico.

Por si este totum revolutum no fuese suficiente, los Estados vecinos de Mali tampoco sostienen posturas unívocas en torno a las mejores soluciones para esa situación. Mientras que Nigeria podría ver en esa situación otra oportunidad para ganar terreno en la región, a través en su caso de la CEDEAO, la verdad es que desde el norte de Mali no lo ven tan claro. Los recelos de los que han dado muestra reiteradamente Estados como Mauritania y, sobre todo, Argelia, son muy significativos en este sentido.

El drama que subyace, como siempre, es el de miles y miles de malienses que no pueden desarrollar una vida digna (ni siquiera para los estándares de la región) ni forjarse un futuro. El drama que subyace es también el de la pobreza latente en Estados ricos en recursos así como la inseguridad que no cesa en el seno de Estados supuestamente libres. A la postre, pues, hambrunas, desesperanza y desplazamientos masivos de población. El reto que este escenario plantea es términos de una sociedad internacional que quiera dignificar ese apelativo es enorme. Pero, como suele suceder en estos casos, nada fácil de resolver. Ni que decir tiene que la casa no se puede comenzar por el tejado. Lo importante en este momento es robustecer las estructuras malienses, tanto políticas como económicas. El problema es que no todos los actores están por la labor. Y, como se ha visto, eso no sólo acontece con los actores exteriores.

 

Josep Baqués es Profesor de Ciencia Política en la Universidad de Barcelona y miembro del Grupo de Estudios en Seguridad Internacional (GESI).


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