¿Desea recibir notificaciones de www.defensa.com?
X
Sábado, 30 de noviembre de 2024 Iniciar Sesión Suscríbase

El Armamento nuclear de Estados Unidos: el grueso garrote del “Tío Sam”

En una bomba atómica se liberan diferentes tipos de radiación, entre ellos la ultravioleta
En una bomba atómica se liberan diferentes tipos de radiación, entre ellos la ultravioleta

Hace más de 80 años se inició la Era Atómica, con la detonación de 2 artefactos nucleares sobre Japón a finales de la II Guerra Mundial. A continuación, le siguió la Guerra Fría, en la cual la amenaza de explosiones termonucleares repentinas era el pan nuestro de cada día. Después, han seguido 20 años de paz, que concluyeron con la guerra en Ucrania. Rusos, chinos y estadounidenses compiten ahora por ver quién tiene el más moderno armamento atómico. Hemos tratado las armas rusas y chinas en otros artículos y ahora le toca a los Estados Unidos.

La historia del armamento nuclear estadounidense corre pareja a la historia de las armas nucleares. Mediante el proyecto Manhattan, el país fue el primero en desarrollar, y utilizar, dichas armas, sobre blancos civiles, por cierto. Todo comenzó en los años treinta, cuando se esbozaron las características y medios necesarios para su desarrollo. Era un proceso estimado, y había voces que se oponían, pues la radiación restante tras una detonación nuclear hace la vida imposible, véase, aunque en otro orden de cosas, la fusión del núcleo del reactor de Chernobyl o el caso más reciente de Fukushima. Todo esto tenía lugar en Europa, principalmente, si bien había algún teórico del uso de la energía nuclear, para usos tanto pacíficos como militares, fuera de ella.

No dejaban de ser discusiones de salón, nadie esperaba el uso de un arma tan terrible en el inmediato futuro. Tras el estallido de la II Guerra Mundial, empezó una carrera por ver quién sería el dueño de la nueva y prometedora arma. El Reino Unido se dio de baja por no poder afrontar los costos y llegó a un acuerdo con Estados Unidos, por el cual, ellos enviaban los científicos y los norteamericanos fabricaban La Bomba. Alemania dedicó la mayor parte de sus esfuerzos a la industria bélica y hubo cierto interés, pero la destrucción, por parte de un comando británico, de la principal fábrica de deuterio (agua pesada), sita en Noruega, hizo que se retrasaran.

Los soviéticos tenían en mantillas su industria nuclear y los japoneses invirtieron sus esfuerzos en armas biológicas, por lo que solamente Estados Unidos quedaba en pie de los contendientes para el premio gordo. Pronto demostrarían ser alumnos aventajados. El presidente Theodore Roosevelt no era muy partidario de armas fantásticas, pero, tras recibir una carta de un grupo de científicos encabezada por Einstein, informándole que, o los Aliados conseguían la bomba antes o Alemania sería la ganadora de la guerra, entonces se decidió, dando órdenes inmediatamente para que el proyecto de la formidable arma, que se denominaría Manhattan, se lanzara, poniendo al frente de la misma a un prometedor físico, Oppenheimer.

Tras muchos esfuerzos, se llegó a la conclusión de que sólo había 2 elementos capaces de provocar, mediante una repentina sobrepresión producida por explosivos convencionales, la reacción en cadena necesaria, el uranio y el plutonio. En 1944, el primer artefacto estaba listo para ser probado en el enclave conocido como Trinity Test, en el desierto de Nuevo México. Fue un éxito. Se telegrafió al presidente el mensaje de que todo había ido bien: El niño ha nacido felizmente. Sería el inicio del que, a posteriori, ha sido la espada de Damocles de la humanidad. Y, al año siguiente, el sucesor de Roosevelt, por defunción de éste, Harry S. Truman, ante los informes de una previsible gran mortandad entre las tropas de invasión de Japón (Operación Iceberg), decidió recurrir a el Arma.

Se decidió bombardear dos ciudades que estuvieran intactas y no hubieran sufrido bombardeos por dos motivos: el primero, ver la efectividad de los artefactos y comparar uranio con plutonio; y el segundo, mostrar a los dirigentes japoneses que serían implacables y que continuarían hasta el final, aunque hubiera que destruir Japón en el proceso. Por amargo que sea, funcionó y las 2 bombas en las tristemente célebres hoy día Hiroshima y Nagasaki llevó a la rendición de Japón, dando así fin a la II Guerra Mundial, la más cruenta que recuerdan los anales. A día de hoy no se sabe cuántos murieron en dicho conflicto, pero, con toda seguridad, pasan de los 100 millones de seres humanos, incluyendo jóvenes en la flor de la vida, mujeres, niños y ancianos.

Un “Peacekeeper” estadounidense lanzado desde un silo.

Después de la guerra

Entre los científicos que participaron en el proyecto Manhattan había cierta ingenuidad. Pensaban que, tras la guerra no se construirían más artefactos y, por tanto, no volvería a haber una carrera de armamento. La Unión Soviética, el defensor del comunismo, había luchado codo con codo junto a norteamericanos y británicos y, desde ese punto de vista, no parecía un futuro enemigo. Craso error: Pronto, vendría el bloqueo de Berlín en 1948 y la división de Europa en dos campos, por un lado, las democracias y, por otro, el régimen comunista instalado tras lo que Churchill apodó melodramáticamente El Telón de Acero (Iron Courtain).

Entonces apareció en escena un personaje que había previsto todo esto, uno de los gestores del proyecto del arma atómica, apellidado Teller. Él estuvo siempre convencido de que el arma nuclear era un arma más, y que pronto sería necesaria en el previsible conflicto de intereses entre los recién formados bloques. Había que fabricar más armas y más potentes. Era el comienzo de la carrera de armamento nuclear. Por parte soviética, su líder, Stalin, estuvo perfectamente informado de todo el Manhattan gracias a Klaus Fuchs, un convencido comunista que formó parte del núcleo duro del proyecto. Gracias a él, los soviéticos tuvieron planos, cálculos y todo lo necesario para que, en 1947, detonara el primer artefacto nuclear no estadounidense.

Había comenzado la carrera del Apocalipsis y había que ganarla. Ambos bandos sabían que todo ello conduciría a un juego de suma cero, en el que perdían todos. En Estados Unidos comenzó la célebre caza de brujas en Hollywood, gracias al senador Joseph McCarthy, creando, a nivel de país, una sensación de paranoia difícil de igualar: había comunistas por todos lados. Mientras, continuaba la producción, ahora dirigida al plutonio, que era más barato y más fácil de conseguir. Se llegaría al pico de fabricación en los años sesenta, mientras que los soviéticos no llegarían hasta los años ochenta.

La producción de plutonio concluiría a finales de los ochenta, coincidiendo con el pico de la URSS (Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas). Había suficiente plutonio como para varios miles de armas atómicas, y nadie sabía su vida útil. ¿Para qué preocuparse? En 1947, nacen la USAF, como arma aérea independiente, y la CIA. Apenas creada, la Fuerza Aérea pugnó con la Marina para ver quién se convertía en el principal vector (y el que se llevaba la parte del león de los fondos disponibles para ello) para las nuevas armas. La US Navy propuso un portaaviones gigante, de unas 100.000 ton., el United States, desde donde podrían despegar bombarderos adaptados.

La USAF sugirió disponer de una serie de alas de bombardeo intercontinentales dotadas con un avión, entonces el proceso de diseño, el B-36 Peacemaker, con un alcance previsto de 16.000 km. Finalmente ganó la Fuerza Aérea y se canceló el United States, pero de su diseño nacerían todos los portaaviones pesados de la US Navy en años venideros. El Mando Aéreo Estratégico, o SAC (Strategic Air Command), de la USAF, bajo el mando de Le May, el hombre que planchó Japón, sería la punta de lanza de armamento nuclear estratégico del país, contabilizándose, en su momento álgido, de 6 alas de B-36.

Boeing B-52A (S-N 52-001) en vuelo.

El B-52

Al B-36 le sustituiría el B-52 Stratofortress, un diseño a reacción más moderno (el B-36 era todavía un avión de propulsión a pistón y con hélices). Se consideró que era más eficaz disponer permanentemente de aviones con capacidad nuclear en vuelo, muy práctico pero peligroso, como en España comprobamos en Palomares, cuando un B-52 con 4 artefactos termonucleares a bordo colisionó con su cisterna de repostaje en el aire, accidente al que se añadió otro similar sobre Groenlandia. Tras estos dos siniestros, se suspendió la orden de mantener permanentemente en vuelo bombarderos de ataque nuclear. Aparentemente, el futuro correspondía al bombardero, pero, en los felices cincuenta, allá por 1957, la URSS lanzaba el Sputnik, el primer satélite artificial del mundo.

Rápidamente, se llegó a la conclusión de que era factible que los soviéticos desarrollaran misiles intercontinentales dotados de cabeza nuclear. Un misil permitiría ahorrar pérdidas en tripulaciones y era imparable, como los ingleses comprobaron durante la II Guerra Mundial con los cohetes V-2 alemanes. De nuevo hubo una competición, esta vez entre el Ejército y la Marina, por ver quién desarrollaba un ICBM (Intercontinental Ballistic Missile), un misil intercontinental con cabeza atómica. Los primeros diseños no llegaban más allá de los 1.800 km. y en eso se basó la US Navy para arrimar el ascua a su sardina. Si no podía (por el momento) llegar al blanco por falta de alcance, bastaba que se lo embarcara en un submarino de propulsión nuclear y acercarlo. Punto para la Marina. El auge del SAC tuvo lugar bajo el mandato de Eisenhower.

Su sucesor en los años sesenta, Kennedy, apostó por el submarino nuclear lanzamisiles balísticos, o SSBN (Submarine Ship Ballistic Nuclear). Rápidamente, se procedió a la construcción de una flota de dichos sumergibles (41), mientras que los B-52, si bien seguían siendo de primera línea, pasaban a un discreto segundo plano. Se dispusieron 3 bases, Guam en el Pacífico, Holy Loch en escocia y Rota (España). Aunque los acuerdos firmados entre Madrid y Washington prohibían la instalación de armamento nuclear en España, para no ser blanco de los misiles rusos en una guerra termonuclear, la realidad es que no fue así y los estadounidenses hicieron lo que quisieron. Desde Rota zarpaban los SSBN que patrullaban por el Mediterráneo y que amenazaban Ucrania, entonces parte de la URSS, y una de las principales zonas agrícolas e industriales.

En los años 70 se introdujeron los misiles lanzados desde silos que sí tenían alcance intercontinental (hubo otros modelos anteriores, pero eran considerados prototipos, prácticamente), los Minuteman III. Se instalaron en zonas desérticas, para que hicieran de blanco de un supuesto ataque nuclear y así se salvaran las costas Este y Oeste de Estados Unidos. Siguen en servicio, situados en Montana, North Dakota y Wyoming. A los misiles embarcados en los SSBN, los Polaris, de 3.000-4.500 km de alcance, les sustituyeron los Trident D-5, embarcados en los enormes submarinos de la Clase Ohio (14), construidos en los ochenta, portando un total de 336 misiles entre todos.

En los ochenta hubo un cierto revival de los bombarderos, con la introducción del B-1 Lancer, la modernización de los B-52 y los misiles de crucero de largo alcance, que permitían atacar la URSS desde más allá de sus defensas antiaéreas, pero ahora el arma estratégica por excelencia lo constituían los submarinos, no la USAF. Se consideró que, en caso de ataque nuclear por sorpresa, buena parte de los misiles ICBM soviéticos se destinarían a destruir los silos de Minuteman y las bases aéreas de los bombarderos, mientras que los sumergibles, prácticamente indetectables, podrían llevar a cabo un contraataque nuclear. Se realizó un esfuerzo para disminuir o controlar el número de cabezas nucleares de ambos y ello se plasmó en los tratados START (Strategic Arms Reduction Treaty) y SALT (Strategic Arms Limitation Talk) de control de armamento.

Se fijó un número de bombarderos, misiles ICBM y embarcados, así como de ojivas nucleares de que se disponía, llegándose a un total de unas 1.550 ojivas operativas (sin contar cabezas nucleares tácticas). Para los soviéticos, y después los rusos, la base de su tríada (vectores aéreos, embarcados en misiles y SSBN, tierra, mar y aire) eran los silos de misiles estratégicos dispuestos en Siberia. Para Estados Unidos eran los SSBN, también conocidos coloquialmente como boomers. En los acuerdos ambas partes se comprometieron a abrir las tapas de los silos y los submarinos SSBN en puerto, para que los satélites espía de ambas partes comprobaran que el acuerdo se cumplía.

Reentrada de múltiples ojivas guiadas por láser provenientes de un misil “Peacekeeper” de Estados Unidos.

Y llegaron los 90

En los años noventa se dieron 2 circunstancias, la primera, la caída de la URSS, que permitió destinar el dinero a otras cosas, principalmente gasto social, con la consiguiente disminución del dedicado a armamento. La segunda fue la Guerra del Golfo (1991), que marcó un cenit en el gasto en armamento convencional. Se decidió dejar el nuclear sin modernizar (¿sobre quién se iba a utilizar, si el principal enemigo no existía ya?) y destinar los escasos recursos a armamento convencional. Luego llegó el 11-S y vinieron las subsiguientes campañas en Irak y Afganistán, por todo lo cual el armamento estratégico pasó a un segundo plano.

China, India, Israel, el Reino Unido y Francia, tenían un arsenal combinado muy inferior al de Estados Unidos y la nueva Rusia apenas sí fabricó 20 carros de combate T-90 y 2 submarinos en quince años, pese a que, por número de cabezas nucleares, podía competir de tú a tú con Estados Unidos. Por todo ello, era lógico no gastar un céntimo más allá del necesario en bombas termonucleares. Pero el tiempo pasó, el abandono de Afganistán selló el fracaso estratégico de los estadounidenses y, mientras, un mundo unipolar pasó a ser multipolar, con el ascenso de China y la relativa recuperación de Rusia.

En los treinta años que han pasado, aparte de desarrollar nuevos misiles de crucero para la fuerza de bombarderos, lo único reseñable ha sido la construcción y puesta en servicio de 20 B-2 invisibles (1 se accidentó en Guam). Entre tanto, y con sordina, rusos y chinos han modernizado su aparato estratégico, por lo que actualmente tienen una cierta ventaja. Rápidamente, comenzando en 2020, se ha decidido renovar completamente el componente nuclear. Se va a construir una nueva serie de submarinos SSBN, la Clase Columbus, se incorporará al servicio un desarrollo del B-2, el B-21 Raider, en número de 100 bombarderos, y se van a sustituir los Minuteman III ocultos en los silos de Nuevo México por otros tantos Sentinel, fabricados por Northrop-Grumman.

En las dos instalaciones de fabricación de cabezas nucleares, situadas en Los Alamos (el lugar original) y Carolina del Sur, se van a producir 30 y 50 núcleos de plutonio al año, pues hay que recuperar el tiempo perdido. El B-21 ya está en la forma de prototipo, y el diseño del ICBM Sentinel, basado en el Minuteman III y con un alcance similar, está ya bien encarrilado. Aparentemente todo sonríe nuevamente a la tríada estadounidense. La diferencia es que ahora, en vez de en el Atlántico y el Este, el nuevo armamento apunta hacia el Pacífico y el Oeste, China. Los chinos cuentan, en el peor de los casos, que su numerosa población los mantiene relativamente a salvo, y empiezan a fabricar más plutonio (hay noticias, de que en la isla de Hainan se ha detectado la presencia de una emisión de gases relacionados con este elemento, aunque no se sabe nada más).

Un “Minuteman II” en su silo en 1980.

Política nuclear estadounidense

Al margen de las capacidades nucleares del país, hay que tener en cuenta de que la mayoría de los que poseen dicha capacidad son neutrales o aliados, por lo que, en realidad, el margen es mayor. Todos ellos se basan en la política NFU (No First Use), que no serán los primeros en utilizarla, sobre sobre la que Estados Unidos e Israel, no dice nada al respecto, guardándose así el as en la manga de ser el primero en atacar. Junto con Israel, y, en menor medida, la India, dispone de interceptadores anti ICBM, lo cual le da una gran ventaja, pudiendo así atacar nuclearmente a cualquier nación-objetivo, mientras mantiene una relativa invulnerabilidad.

Dichos interceptadores están situados principalmente en el Pacífico, en Alaska y California, y eso por no mencionar los cruceros de la Clase Ticonderoga (a punto de ser retirados del servicio) y los destructores Arleigh Burke, que, como han comprobado los houthies de Yemen, también disponen de dicha capacidad antimisil. Por otra parte, aún en el peor de los casos, sufrir un ataque sin alerta previa, parte de los misiles atacantes tendrían que caer sobre los silos de los Minuteman III, las bases navales de los SSBN (Bangor y Georgia) y los aeródromos en los que están basada la fuerza de bombarderos nucleares, para evitar la represalia, que tomarían los submarinos con misiles Trident D-5. Pese a la aparente debilidad de Estados Unidos, la realidad es que está armado hasta los dientes y en situación de fuerza en este espectro frente a China y Rusia.

Vista esquemática de un sistema de misiles nucleares “Trident II D5”.

Súmese que China tiene problemas con la India, también potencia nuclear, y que Rusia debería hacer frente también a los británicos y los franceses, y está claro que el mundo no es tan multipolar como parece. Durante los próximos veinte años, a no ser que se invente algún arma secreta que disminuya el poder del armamento atómico como disuasor, los gringos tienen la sartén por el mango. Continuarán extendiendo su paraguas de misiles antimisiles balísticos (Guam) y, al amparo de éstos, modernizarán su panoplia nuclear. Los esfuerzos de rusos y chinos por superar esta barrera, son mínimos en relación a los obstáculos que tendrían que superar en una eventual guerra del Apocalipsis. A no ser que surjan conflictos internos serios, que lleven a la desintegración del Tío Sam, como le pasó a Rusia, es prácticamente invulnerable.

El collar de perlas de bases Estados Unidos en torno a China y los problemas que tiene Rusia para superar y vencer a los ucranianos, que luchando bravamente y con cierto éxito (menos del que desea Washington, pero más que los iniciales y optimistas cálculos del Kremlim, llevan a cierta tranquilidad en los cálculos estratégicos norteameicanos. El único punto crítico es la balanza comercial con China y el hecho de que éste país sea el principal tenedor de bonos del tesoro estadounidenses, lo que, sumado al déficit del Gobierno de Washington (un 77 por ciento del Producto Interior Bruto), es lo único que quita el sueño a los planificadores estratégicos, huérfanos de Kissinger, el maestro que dirigió en la sombra la política exterior de los sucesivos gobernantes de la Casa Blanca desde Nixon en adelante. Ésta es su obra. (Juan de la Cosa)

 

 

 

 

 

 


Copyright © Grupo Edefa S.A. defensa.com ISSN: 3045-5170. Prohibida la reproducción total o parcial de este artículo sin permiso y autorización previa por parte de la empresa editora.