Hay un dicho ampliamente extendido sobre con cuánta antelación deben anunciarse los compromisos. Cuando éstos son fuertes suelen aplicarse periodos relativamente cortos y cuando lo que se pretende es esbozar unas líneas genéricas podemos pensar en los próximos veinte años. Pero en este caso, los objetivos deben ser tremendamente, flexibles porque no sabemos en qué escenarios podemos movernos en veinte años en este mundo tan inestable. Durante décadas nos preparamos para una guerra simétrica de grandes fuerzas y, de pronto, en 2001, los países occidentales debieron adaptar de forma apresurada sus pesadas estructuras y equipos para una guerra asimétrica, para la que solo un país en el mundo estaba suficientemente preparado, como era Israel.
De pronto se comenzaron a artillar los C-130, utilizar los B-52 en bombardeos de precisión, poner pesados blindajes contra artefactos improvisados y luchar contra un enemigo disperso y escasamente tecnificado, pero perfectamente adaptado al terreno; y, además, todo estos había que hacerlo minimizando a las víctimas. Con los criterios actuales nunca se hubiera producido el desembarco de Normandía ni la batalla de Stalingrado. Pero como siempre ocurre con los asuntos militares, cuando la supervivencia está en juego, los técnicos, los científicos y las industrias se unieron para, en pocos años, ser capaces de adaptar los medios a los nuevos conflictos, y los militares fueron capaces de diseñar nuevas doctrinas.
Pero ni siquiera este escenario de guerra asimétrica está asegurado. En 2035 la guerra puede producirse sólo en el ciberespacio, causando un daño económico que difícilmente podrá ser contrarrestado con un ataque militar. Nadie en su sano juicio va a evidenciar un equilibrio entre el ataque y la respuesta y esto puede llevarnos a un conflicto en esta nueva dimensión, si muertos directos, pero llevando a la ruina a los enemigos e incluso a todo el mundo. De hecho, debemos considerar como plausible el fenómeno del holocausto cibernético. Es decir, el fin de la humanidad, o llevarla dos siglos atrás como consecuencia de una oleada universal de ciberataques que colapsen comunicaciones, acometidas de energía, gasoductos, tráfico aéreo etc.
Pero no parece muy plausible que dentro de veinte años los grupos terroristas que hoy controlan algunas partes del Sahel sigan estando en operación. El destino del terrorismo como amenaza estratégica ha desaparecido una vez que las fuerzas armadas han aprendido a combatir en Irak, Afganistán, Mali o Siria. La coordinación de los sistemas de armas de nueva generación con los medios de información terminarán por disolver estos grupos, en cuanto constituyen amenazas de control de estados fallidos.
Pero las grandes amenazas continúan subsistiendo y tienden a crecer. Las grandes potencias no solo continúan en una escalada tecnológica y de equipos militares, sino que los enfrentamientos cada vez son más evidentes. La frontera entre Paquistán e India sigue siendo un hervidero y el Mar de China va a camino del próximo gran campo de batalla, ante el expansionismo chino que amenaza la seguridad y estabilidad de toda la región. Muchos países musulmanes mantienen una gran inestabilidad y en algunos de ellos, como Argelia, la ausencia de una sucesión puede terminar con la estabilidad de un país clave para España y todo el Oeste del Mediterráneo y verdadero muro de contención del terrorismo que opera en Libia y al Sur del país. Esta inestabilidad podría trasladarse a Marruecos y Túnez.
Por tanto, desde el punto de vista militar, no considerar que estos escenarios son plausibles y que hay que estar preparados para ellos sería un tremendo error. En términos de ventaja comparativa, nuestro país ha perdido muchas posiciones en la región, especialmente en los últimos veinte años. La carrera de armamento entre Marruecos y Argelia continúa siendo un punto de atención, que mientras sirva para mantener la estabilidad interna es un puntal, pero que en manos de gobiernos extremistas podría devenir en una catástrofe a nuestros intereses. No corresponde a la estrategia militar mitigar esta amenaza, que sin duda debe ser una combinación de factores políticos y económicos, pero la disuasión militar continúa siendo un activo importantísimo en la generación de seguridad.
En mi opinión, pensar en mayores reducciones de capacidades o medios humanos es una temeridad. Mantener las capacidades a medias debido a la escasez de los créditos de mantenimiento nos lleva a escenarios de respuesta inasumibles en un mundo donde un conflicto militar puede armarse en tres meses. Por eso es absolutamente imprescindible un aumento sustancial del presupuesto de Defensa, que permita mantener un ciclo inversor a largo plazo, que incremente la disponibilidad de los equipos, mantenga la superioridad tecnológica regional y siga participando en los grandes proyectos industriales y tecnológicos internacionales. Disponiendo de mejores capacidades tendremos la flexibilidad de adaptarnos mejor a los diferentes entornos y poder dar una respuesta más rápida.
Si pensamos que en cinco años desde la invasión de Polonia en 1939 se había recuperado un territorio igual al Continente europeo y se han movilizados 5 millones de combatientes aliados, y lo comparamos con los 18 años de guerra contra el terror, nos daremos cuenta de que la pérdida de capacidades y la falta de previsión nos lleva a escenarios de conflictos casi permanentes. Esto en guerras asimétricas es asumible, pero en un panorama de confrontación abierta es asumir la derrota. Entiendo que son escenarios que nos parecen tan lejanos, frente a tantas necesidades del día a día que la mayoría de los ciudadanos perciben, que es difícil justificar estas inversiones, pero esta opción es mucho mejor que no lamentarse después en la derrota. (Enrique Navarro, Presidente MQGloNet)