Hace un año que comenzó la guerra de Ucrania y el conflicto ya nos deja unas cifras pavorosas y unas consecuencias económicas y estratégicas terribles. Pero también hemos de reconocer que Putin ha hecho más por la OTAN, por la Unión Europea y por la solidaridad de los aliados, que todos estos juntos en toda su historia, que padecía en las últimas décadas de decadencia paulatina.
Todos estos hechos han traído una concienciación en la clase política, pero también en la sociedad, de la necesidad de incrementar los presupuestos militares y de la existencia de una amenaza a nuestros ciudadanos y a nuestro modo de vida, que procede de potencias autoritarias y militaristas.
La amenaza siempre existió, pero el camuflaje nos impedía ver la realidad. Los pasos que ha dado el Gobierno español han sido valientes y su aproximación industrial es correcta. No tendría sentido dejar pasar esta oportunidad sin reforzar nuestras capacidades industriales y tecnológicas y, en consecuencia, ganar en soberanía. Pero la industria no se prepara en seis meses después de años de sequía.
El tamaño de nuestro sector defensa sigue siendo pequeño, las inversiones en I+D casi inexistentes y la ausencia de un horizonte financiero comprometido del Ministerio de Defensa arruina las posibilidades de inversión. Pero si comparamos con lo que han hecho nuestros socios europeos, veremos que nuestra respuesta es tenue. Nos abocamos a un nuevo gran conflicto euro-mediterráneo y asiático, como ocurrió en las dos grandes guerras del siglo XX.
Los pasos que se están dando siguen la misma dinámica: los bandos se van perfilando con sus alianzas, las potencias expansionistas ambicionan un nuevo equilibrio de poder, los factores religiosos y raciales vuelven a tomar impulso; China y Rusia incrementan de forma intensiva sus capacidades militares en un esfuerzo sin precedentes y las consecuencias del cambio climático están alterando los modos tradicionales de vida de muchos países.
Mientras, en Occidente, la crisis moral y económica nos debilita y fomenta a los agresores a considerar la opción de atacarnos, tal como ocurrió a comienzos del siglo XX y en los años treinta. Pero nuestra seguridad no solo se basa en los medios militares. Hay un aspecto todavía mucho más relevante, nuestra independencia estratégica, que contiene tres factores básicos, a mi juicio: energía, alimentación y economía.
España depende cada día para despertarse de una tubería subterránea que viene de un aliado de Rusia y de cuatro puertos de entrada para los buques gaseros; del agua, cada vez más escasa; del viento; de un parque nuclear escaso y del excedente de las centrales nucleares del Sur de Francia.
A menudo, lo deseable no es lo óptimo y debemos asumir que la soberanía energética, visto lo que ha acontecido con la guerra de Ucrania, nos conduce a ser más independientes energéticamente y esto supone un impulso a la nuclear y a las renovables para duplicar su capacidad actual.
Lo contrario es condenar nuestro futuro. La soberanía alimentaria constituye otro factor clave. Nuestro campo languidece, sin mano de obra, con unos costes desorbitados y ya somos importadores netos de materias primas agroalimentarias y el 50 por ciento de nuestras exportaciones en este ámbito se encuentra en el Sur y Levante, amenazadas especialmente por el cambio climático y la sequía.
¿Cómo podríamos subsistir físicamente a una grave crisis de seguridad? La renovación del campo constituye sin duda uno de los principales retos para evitar que la desertificación y el uso intensivo del agua nos conviertan en un par de generaciones en un desierto improductivo. Si no tenemos una visión global de los problemas y no abandonamos los localismos, cuestiones a las que el clima no atiende, España puede perder la mitad de su producción agraria en el Este y en el Sur en menos de veinte años.
Finalmente, está la soberanía económica. De los últimos 150 años, España ha tenido superávit en 30 y todos los acumulados se los comió solo la crisis de 2008. Es decir, que cada año necesitamos ir a los mercados a comprar el dinero que necesita nuestra Administración. Habiendo alcanzado ahora el pico de 1,5 billones de euros de deuda, casi 800.000 millones están en manos extranjeras. La más mínima tensión o desbarajuste, podría llevarnos al default en unas semanas.
Difícilmente podemos planificar ningún horizonte económico y financiero con una amenaza tan grave, y cualquier situación de tensión con unos tipos de interés en tramos del 6 por ciento supondrían triplicar los casi 30.000 millones que pagamos al año de intereses, es decir 100.000 millones de euros, lo que sería inasumible para el Gobierno español. Es decir, esta grave situación, aderezada en un entorno de inseguridad o bélico, nos llevaría a una crisis económica que haría palidecer a la posguerra, especialmente cuando ya hemos alcanzado un tan alto nivel de bienestar.
En definitiva, el país en un entorno de creciente inseguridad y conflictividad, no puede escudarse en ambiciones que, por muy loables que sean, ya son insostenibles. De poco nos servirá preservar principios y valores si estamos muertos o sojuzgados. Cuanto antes reconozcamos nuestras debilidades y asumamos nuestros déficits, antes empezaremos a construir un futuro mejor.
Según mi calendario de la guerra, y teniendo en cuenta que el mundo se mueve mucho más deprisa hoy que hace cien años, no tenemos más de una década o dos para adoptar medidas que nos aseguren una adecuada disuasión y la supervivencia física y como nación en caso de un conflicto global. Así que toca ponerse manos a la obra.
Por Enrique Navarro
Presidente MQGloNet