La supervivencia de la resistencia ucraniana depende de la llegada ininterrumpida de víveres para la población y de armamento, cada vez más sofisticado ante la evolución del conflicto, para sus tropas. Pensemos que Rusia sólo necesita armar y dar de comer en Ucrania a unos 200.000 hombres, mientras que los ucranianos necesitan alimentar a 40 millones de personas y armar a un ejército de unos 300.000 efectivos.
Ucrania, para mantener el pulso defensivo y no caer en la desesperación, necesita tener expeditas líneas de avituallamiento para recibir más de 1.000 camiones diarios de armamento, munición, gasolina y comidas para las tropas y me temo que no llegan a la décima parte los suministros occidentales. Con la campaña iniciada por Rusia en la frontera polaca, estas líneas podrían desaparecer en un par de semanas y entonces los ucranianos tendrán que defenderse a palos. Estamos lejísimos de dotar a su Ejército de capacidad de resistencia y esto mermará mucho la moral.
¿Pero qué pasará después de que Rusia se haya anexionado Ucrania y deba mantener una fuerza de ocupación permanente de unos 200.000 hombres durante años? Putin no tiene mucho tiempo vital para continuar con su beligerancia, que es su único objetivo, pero seguramente cambiará la estrategia. Ya no será Rusia quien se enfrente directamente a la OTAN. Al día siguiente comenzará la guerra híbrida contra Occidente y seguramente nadie estará dispuesto a apretar el botón nuclear por unas cuantas operaciones militares en África o Asia o por unos cuantos ciberataques que colapsen nuestro sistema financiero o electoral.
Las sanciones no comenzarán a hacer mella efectiva en Rusia hasta transcurridos unos tres años. A corto y medio plazo, está mucho mejor preparada que Occidente para resistir el entorno económico; y no sólo por la mayor capacidad de resistencia del pobre pueblo ruso. Rusia exporta bienes por valor de 410.000 millones de dólares, básicamente energía, materias primas y alimentos, siendo su principal destinatario Europa.
Es decir, que Rusia mantendrá un muy alto porcentaje de sus exportaciones con aquellos países neutrales o con China, ya que el propio reordenamiento de las fuentes de suministro llevará a que los incrementos de exportaciones de terceros hacia Europa y Estados Unidos se compensen con mayores exportaciones rusas. Sin embargo, las importaciones de Rusia desde Occidente o China son de maquinaria, bienes de equipo, es decir productos que no tienen un impacto diario en la industria o en el consumo. La guerra puede retrasar comprar un coche o incorporar un taller de mecanizado, pero no se puede ir a trabajar sin gasolina.
Occidente podría importar el gas natural licuado que actualmente Australia exporta a China y que supone el 40 por ciento del total que compra el gigante asiático; y a cambio China comprarlo de Rusia, aunque la operación no es tan fácil, ya que haría falta una infraestructura que ahora no existe. Es decir que Rusia mantendrá un alto porcentaje de sus exportaciones con menor número de importaciones, lo que llevará a que sus reservas en divisas continuarán creciendo a pesar de las sanciones y de esta manera financiarán mejor la guerra y sus programas de armamento.
La economía rusa no es una economía moderna, si exceptuamos las grandes ciudades, en las que vive un 20 por ciento de la población. En amplias zonas rurales existe una economía informal que supera el 50 por ciento. Esto quiere decir que todo este tipo de sanciones no van a demoler los cimientos de la estructura económica rusa, al menos en los próximos cinco años.
Pero ¿cuándo Occidente comenzará a ganar la guerra? Se puede decir que ya hay movimientos muy interesantes. Las alabanzas de Maduro a su nueva alianza con Estados Unidos indican que muchos gobiernos, que apostaron por Rusia, miran sus ojos hacia a aliados que tengan mayor supervivencia. Lo mismo podemos observar en otros países como Angola, Kazajistán, Mongolia e incluso China, que ya están apostando a largo plazo al default económico y político de Rusia. Hoy Moscú ya es un débil aliado cuando no se tiene frontera directa con él.
Occidente pasará unos años de recesión, con subidas muy significativas de precios, especialmente de la energía, pero dispone de muchos instrumentos para soportar la carga. Rusia ha permitido resucitar Bretton Woods, es decir, la acción coordinada de todas las economías occidentales, a la que pronto se unirá China. El régimen de Beijing sobrevivirá si mantiene el crecimiento económico de su población y eso depende de la salud económica de Occidente. Serán años de recesión, pérdidas importantes de empleo, pero una vez se reconduzcan los flujos energéticos en unos cinco años, Occidente recuperará el pulso económico, aunque no será sin sacrificios.
También debemos pensar que, cuando está en juego la supervivencia física, hay que sacrificar otras prioridades. Rusia se empobrecerá de todas maneras, no podrá mantener su industria y comenzará una fuerte recesión que supondrá una caída del PIB del 25 por ciento en dos años. Sus nuevos clientes no serán tan solventes y no buscarán la seguridad de Rusia sino su liquidación. El régimen de Putin se ha mantenido con la ilusión de los oligarcas y su clase media viajando por el mundo.
Los primeros, pronto serán clase media y estos serán la obrera o desempleada y ese será el final del régimen de Putin, con un poco de suerte antes de 2030, siempre y cuando no aflojemos en las sanciones ni en la unidad occidental, cualquiera que sea el movimiento que haga Rusia en beneficio del mundo libre. Ni siquiera habrá un beneficio personal para Putin. Pasará de ser el líder más amado por el pueblo ruso al más denostado. Ya hay suficientes ejemplos en la historia que lo acreditan. Sin embargo, dejará en el camino un reguero de sangre y destrucción inadmisible en el mundo del siglo XXI.
Por Enrique Navarro
Presidente MQGloNet