Sin pretender ser exhaustivos, por las limitaciones lógicas de espacio, y a riesgo de dejarnos por el camino tecnologías o desarrollos que se puedan considerar relevantes, intentamos en estas páginas hacer un repaso a la gran evolución de la tecnología militar de las últimas cuatro décadas y los cambios que ésta ha propiciado.
En 1978 comenzó la Guerra de Afganistán, el conocido como Vietnam ruso, donde una fuerza militar abiertamente superior se enfrentaría a lo que ahora denominaríamos enemigo irregular en el marco de un conflicto asimétrico. Hasta su finalización en 1992 sería un escenario clave en que diversos sistemas de armas cobrarían relevancia. Baste recordar el efecto demoledor del que podría considerarse el primer helicóptero de ataque, el Mil Mi-24 Hind (en la concepción rusa más bien helicóptero de asalto artillado), cuya velocidad y potencia de fuego supuso un antes y un después en el escenario. Que se trata de un concepto exitoso lo demuestra el hecho que hoy se sigue fabricando, empleando y comercializando en versiones más modernas.
Otra aeronave especializada que operó allí fue el avión de apoyo próximo, o CAS (Close Air Support), Sukhoi Su-25 que entró en producción precisamente en 1978 y entraría en servicio tres años después, completando su desarrollo en el conflicto afgano. Paradójicamente, 1978 es también el año en el que comienza la producción el misil aire-superficie de guiado infrarrojo portátil estadounidense FIM-92 Stinger, que entró también en servicio en 1981 y supuso un duro revés para la superioridad aérea de los medios rusos, al ser introducido por Estados Unidos en el conflicto.
Foto: La 1ª Guerra del Golfo retransmitida en directo por primera vez (foto CNN).
En la Guerra de Afganistán entró también en acción el descendiente modernizado del AK-47, el AK-74, que siguiendo la línea de lo adoptado por la OTAN y Estados Unidos, redujo su calibre hasta el 5,45x39, sin perder demasiada letalidad, sobre todo por su bala envenenada, que provocaba importantes lesiones internas. Se trata de sistemas de armas que, con las debidas mejoras, siguen en servicio en la actualidad. El carro de combate de referencia en Estados Unidos y gran parte de sus aliados era hace cuarenta años el M-1 Abrams, que entró en producción en 1979 y en servicio en 1980.
Su diseño comenzó en 1972 y se basaba en gran medida en el proyecto conjunto MBT-70 con Alemania, desarrollado en los sesenta. Igual que sucede con otros sistemas de armas principales, la continua aplicación de mejoras lo mantiene en servicio. Uno de sus enemigos conocidos era el ruso T-72, cuya versión A entraba en producción precisamente en 1978. Igual que el Abrams, permanece en servicio activo en gran número de países y es empleado actualmente en combate, por ejemplo, en el conflicto sirio o en Irak.
Foto: Desde que comenzaron a fabricarse en 1979, el “Abrams” han sido continuamente puesto al día y siguen al pie del cañón (foto USMC).
Otros sistemas de armas desaparecerían por el camino, como hemos visto, por una vieja concepción o por mostrarse poco efectivos en el escenario táctico o estratégico, véase el caso del que fuera protagonista de las marinas de guerra, como el acorazado. En 1991, el USS Wisonsin fue el último en entrar en combate y actualmente no hay ninguno en servicio, ya que aviones de combate y misiles se hicieron con el protagonismo del entorno naval, con el portaviones y sus alas embarcadas como principal aspiración de cualquier marina de guerra importante.
Evolución reciente
En contraposición a la dilatada Guerra de Afganistán, la breve del Yom Kippur de 1973 fue el escenario donde los aviones israelíes sufrieron bajas debido a las baterías de misiles de Egipto y Siria. Esto sirvió a Tel Aviv para desarrollar sistemas aéreos no tripulados, o UAV (Unmanned Aerial Vehicle), diseñados tanto para realizar misiones de vigilancia, como para actuar como señuelos para los sistemas de misiles enemigos y poder así conocer mediante medios de guerra electrónica sus características y hacerlos así menos efectivos, tarea que realizaron con éxito en la Guerra de Líbano de 1982, dejando fuera de combate los sistemas sirios.
El Mastiff desarrollado por Tadiran voló por primera vez en 1973, siendo considerado como el primer UAV de concepción moderna por sus sistemas de comunicaciones, autonomía de vuelo y capacidad para transmitir en tiempo real señales de vídeo. Desde entonces, los UAV se han prodigado entre las Fuerzas Armadas, siendo empleados para multitud de tareas, sobre todo de inteligencia, vigilancia y reconocimiento ISR (Intelligence Surveillance and Reconnaissance).
Foto: El portaviones estadounidense USS “Harry S. Truman” (CVN-75) pasa al lado del acorazado USS Wisconsin (BB-64) en la base naval de Norfolk (foto US Navy).
Desde hace menos años, portan armas como plataformas de ataque de precisión, al igual que cubren misiones de vigilancia naval y, más recientemente, como elementos logísticos para el suministro de provisiones a las líneas del frente. Como reconocían los mandos estadounidenses ya durante la Guerra de Vietnam, la principal ventaja de estos sistemas no tripulados es que, a pesar de su alta tasa de pérdidas, se los puede enviar a misiones peligrosas sin poner en riesgo la vida de los uniformados.
Otra de las tecnologías que ha madurado y evolucionado continuamente es la de misiles, aplicados a todo tipo de tareas, desde el combate aire-aire o aire superficie, la lucha anticarro, el ataque a tierra o como vector para armas nucleares. Un salto interesante se produjo con la denominada Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI) estadounidense, que, entre 1984 y 1993, pretendió desarrollar tecnologías que protegieran a Estados Unidos contra misiles balísticos lanzados desde tierra, mar o aire y que podrían proceder también del espacio, de ahí que recibiera el sobrenombre de Guerra de las Galaxias, al coincidir, además, con el estreno de la homónima película de ciencia ficción en 1977.
Foto: La dupla formada por aeronaves no tripuladas y armas de precisión, una fórmula de éxito (foto USAF).
A menudo denostada, tiene diferentes elementos que la hacen relevante y contribuyó a acabar con la Guerra Fría, al imponer a Rusia un ritmo de inversiones militares y desarrollos tecnológicos que finalmente su economía no pudo soportar. Por otra parte, es el germen de la lucha contra ingenios balísticos, habiéndose planteado el uso de tecnologías por entonces aún inmaduras, como el láser, para la destrucción de misiles, que ahora si está disponible para esta y otras aplicaciones militares.
Aunque se trataba de una apuesta defensiva, supuso la desaparición de la denominada Destrucción Mutua Asegurada (MAD), según la cual la paz en la época nuclear se basaba en el miedo de cualquier potencia a emplear el arma nuclear, al saber que las represalias serían igualmente destructivas. La lucha entre los vectores balísticos de largo alcance portadores de cabezas nucleares sigue, sin embargo, presente hoy, con la irrupción de nuevos agentes como China o Corea del Norte y el interés de Rusia por desarrollar vectores avanzados, como el nuevo misil Sarmat frente, al que, supuestamente, ningún sistema de defensa antimisil desarrollado por Estados Unidos podría hacer frente.
Paradójicamente los sistemas de defensa antimisiles de los Estados Unidos están bajo control de la Agencia de Defensa de Misiles (MDA), conocida antes de 2002 como Organización de Defensa de Misiles Balísticos (BMDO), denominación que se le aplicó en 1993 precisamente a la Organización de la Iniciativa de Defensa Estratégica (SIDO), puesta en marcha en 1984, pasando a encargarse de la defensa táctica contra misiles, en lugar de a la investigación y a la defensa estratégica.
Las nuevas tecnologías
En otro orden de cosas, en los noventa surge en Estados Unidos la denominada Revolución en los Asuntos Militares (RMA), que a grandes rasgos trata cómo deben explotarse las nuevas tecnologías para mejorar la eficacia de las Fuerzas Armadas. Básicamente, se basa en tres áreas tecnológicas: los sensores, los sistemas de comunicaciones y el armamento. Según denominaciones más doctrinales, esta cubre los avances en vigilancia, mando, control, comunicaciones e inteligencia (C3I), municiones inteligentes y precisas.
Foto: El X-51A “Waverider”, un misil hiperveloz (foto USAF)
Bajo esta visión, las nuevas tecnologías han transformado el modo de entender la guerra, ya que los sensores proporcionan una imagen completa o muy amplia del campo de batalla, que, a través de los sistemas de mando y control, es gestionada a través de mecanismos que facilitan la toma de decisiones a los cuarteles generales, que incluso pueden decidir sobre los objetivos más pequeños de las armas inteligentes. Gracias a esta interconexión, las unidades sobre el terreno se convierten tanto en sensores, como en efectors, coordinados por los niveles más altos del escalafón.
Supuestamente desaparece así la niebla de la guerra de Clausewitz. Sin embargo, a pesar de las más modernas tecnologías es imposible tener un conocimiento completo todo el tiempo del teatro de operaciones. En esta línea, hasta las unidades más pequeñas pueden dotarse de elementos de alta tecnología que aumenten su eficacia y letalidad, de ahí que se generalice el empleo de las denominadas unidades de operaciones especiales en los conflictos modernos.
Otra característica de la evolución de la tecnología militar es su civilización, es decir, que si originalmente era la tecnología militar la que deparaba avances que luego podían aplicarse al sector civil, ahora es al revés. La caída de los presupuestos de defensa y el desarrollo de las tecnologías civiles ha hecho que se generalice el uso de elemento COTS de procedencia civil o que muchos programas militares se basen antes en desarrollos civiles, véase el caso de aviones especializados derivados de modelos civiles.
Sirva como ejemplo que el programa de cohetes espaciales estadounidense estaba basado en desarrollos militares alemanes, mientras que ahora la propia NASA recurre a cohetes puestos a punto por el sector civil, caso de Space X. Más obvios resultan los avances de los circuitos integrados o dispositivos portátiles, en el que el sector civil ahora absorbe la mayoría de producción y es donde se producen. Mientras que los presupuestos caen, los programas son cada vez más caros, véase por ejemplo el desarrollo del avión de combate F-35, absorbiendo importantes cantidades de recursos nunca vistas hasta ahora.
Foto: El casco de piloto de F-35: Aeronaves de combate son hoy en día complejas máquinas repletas de sensores e interconectadas (foto USAF).
Esto fomenta que haya colaboración, no solo a nivel gubernamental para repartir los costes, sino también a nivel de empresas multinacionales. Cada vez resulta más caro desarrollar tecnologías verdaderamente disruptivas que supongan una clara ventaja sobre el adversario, una de las actuales serían las armas de energía dirigida o la hipervelocidad, apostando las primeras potencias por sistemas de armas de tan alta rapidez, que no pueden usarse sistemas de defensa contra ellas. Es el caso de misiles de crucero y aire-aire de última generación, siendo el protagonista más reciente el ruso Kinzhal, capaz de alcanzar Mach 10.
Mientras se siguen desarrollando tecnologías de aplicación convencional, por ejemplo, aquellas que perpetúan la guerra entre espada y escudo, como los misiles anticarro y los blindajes para vehículos o los proyectiles de artillería de alcance cada vez mayor, o sistemas de generación y almacenamiento de electricidad más capaces, dado el mayor consumo energético incluso, del soldado a pie. Por último, la continua tecnificación de las Fuerzas Armadas es en gran medida responsable del cambio de paradigma actual en la que estas son profesionales. Esto se basa en que sistemas más complejos necesitan períodos de aprendizaje más largos y personal más cualificado y especializado, que sólo puede ser profesional.
Las guerras de internet y la información
Si retrocedemos de nuevo al punto de partida en los años setenta, además de los citados sistemas de armas nos encontraremos con otras novedades bien diferentes. Por ejemplo, en 1981 se diseñó el protocolo TCI/IP para su empleo en la red militar Arpanet, que más tarde daría origen a lo que ahora llamamos Internet. En 1972 se inventa el correo electrónico y en 1973 el protocolo de transferencia de archivos FTP, también para Arpanet. Más tarde, el que fuera secretario de Defensa de Estados Unidos entre 1993 y 1997, William Perry, afirmaba que vivimos en una era dominada por la información. Los descubrimientos tecnológicos están alterando la naturaleza de la guerra y la manera como nos preparamos para enfrentarla.
Son palabras que nos sirven para ilustrar el papel de la tecnología y, sobre todo, de la información en la época actual en lo que a la guerra se refiere. Siempre lo fue, pero ésta se ha convertido en un componente crítico para las fuerzas armadas. Esta circula a través de los sistemas de mando, control, comunicaciones, ordenadores e información (C4I), estructura para la que la tecnología tiene un papel fundamental, puesto que garantiza la eficacia de las actuaciones y facilita la toma de decisiones. La evolución tecnológica en este área se ha definido en conceptos como digitalización del campo de batalla, el citado C4I, la guerra de la información o incluso la ciberguerra.
Foto: Un guerrillero “muyahidin” usa un FIM-92 “Stinger” en 1988 en Afganistán (foto rarehistoricalphotos).
No hace falta retrotraerse a los trabajos de Alvin y Heidi Tofler, como La tercera ola, en la que los autores afirmaban que las guerras denominadas así estaban basadas en la información. Estos conflictos futuros (o ya presentes) están caracterizados por el control de la información y el conocimiento y las tecnologías en este ámbito. Sirva como ejemplo la reconocida como primera guerra de la información, como fue la 1ª Guerra del Golfo de 1991, donde los medios de comunicación estadounidenses estaban en primera línea transmitiendo en tiempo real la acción de las fuerzas de la coalición, actuando a su vez como medio de influencia en las opiniones públicas de la comunidad internacional.
En este sentido, guerra de información puede definirse como el uso de ésta y sus equipos asociados como herramientas o armas contra los adversarios. Sin embargo, hay voces que afirman que la elevada dependencia de las tecnologías y la información por parte de las fuerzas armadas modernas las hace vulnerables. Cualquier problema con los sistemas tecnológicos o el flujo de información afectará muy negativamente a su usuario, dejando fuera de combate no solo los sistemas de mando y control, sino incluso las armas de precisión, como el caso de la dependencia de los sistemas de posicionamiento por satélite (GPS) y la proliferación de medios para perturbarlos (jamming).
Igualmente, estas estructuras permiten la toma de decisiones por parte de estamentos cada vez más elevados del escalafón, incluso en cuestiones tácticas en tiempo real, por lo que también se considera que las unidades sobre el terreno pueden estar perdiendo la iniciativa. Por el contrario, fuerzas menos tecnificadas, desgraciadamente más acostumbradas a las bajas propias y habituadas a actuar en entornos asimétricos y con gran incertidumbre presentan memos vulnerabilidades a este tipo de problemas de la guerra moderna, caso de los grupos terroristas, que operan como actores no estatales en conflictos recientes. Otro salto más de esta evolución tecnológica la tendríamos en la llamada ciberguerra, que no sería más que la llegada de la guerra a otro entorno nuevo, como es en este caso el ciberespacio.
Foto: Una columna de blindados rusos abandonando Afganistán (foto Ria Novosti).
Igual que lo hizo en la tierra, luego el mar, el aire y el espacio, se emplearán herramientas o armas para operar en este entorno y perjudicar las operaciones del enemigo. Se busca destruir, inutilizar o espiar los sistemas electrónicos y de comunicaciones del adversario y proteger los propios tratándose de una nueva herramienta que está cobrando relevancia, entre otros motivos, por su baja visibilidad entre la opinión pública frente al enfrentamiento bélico tradicional. Además de actores no estatales, potencias como Rusia, China o Corea del Norte han realizado ya acciones de este tipo en el marco de conflictos recientes, no solo militares, sino también políticos.
Anacronismos
La tecnología militar tiene a menudo un largo recorrido desde la fase de desarrollo, hasta el tiempo que un sistema de armas deja de estar en servicio, bien por obsolescencia o porque otra tecnología lo hace inservible. Sin embargo, hay sistemas de armas que no solo han seguido vivos durante estos cuarenta años, sino que comenzaron su ciclo vital mucho antes y, lo que es más sorprendente, parece que van a quedarse durante mucho tiempo con nosotros. El caso de las armas de fuego y el armamento individual del soldado es quizá el que en comparación ofrece una evolución más lenta.
Baste recordar que armas en servicio actualmente, como la ametralladora pesada M-2, tienen su origen en los años treinta, que la pistola M-1911 (que entró en servicio en 1911) sigue siendo idolatrada hoy, habiendo estado en servicio en el Ejército estadounidense hasta 1985. Otro ejemplo lo tenemos en el concepto de fusil de asalto actual, que gira en torno al diseño del M-16/M-4 que concibió Eugene Stoner y que entró en servicio en los Estados Unidos en 1964. Los parámetros de ergonomía e ingeniería de este siguen presentes en la actualidad, siendo el referente en cuanto a diseño y funcionalidad. A pesar de que hay nuevos diseños en marcha, el veterano bombardero estratégico estadounidense B-52 estará en servicio previsiblemente hasta 2040 acumulando nada menos que ochenta años de servicio, lo que constituye un período sin precedentes para una aeronave militar.