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La organización terrorista ETA y la “victoria del Estado”

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(Revista Defensa nº 214, febrero 1996) Si la organización terrorista vasca, tuviese algún parecido con su vecina norpirenaica, lparretarrak, o con otras como las que existen o han existido en Argentina (Montoneros), en Uruguay (Tupamaros), en Perú (Sendero Luminoso), en Chipre (EOKA), en Francia (Acción Directa y separatistas corsos), en Alemania Federal (Baader-Meinhoff), en Italia (Nuevo Orden, Brigadas Rojas y Brigadas Negras) o en otros muchos lugares, podría pensarse —a la larga— en una victoria del Estado. Es decir, si ETA fuese la expresión armada de una determinada ideología o simplemente de un proyecto nacionalista radical, volcado sobre sí mismo, sin apoyos de ninguna clase (políticos, periodísticos, institucionales), con la enemiga absoluta de los centros de decisión (legislativos, judiciales, policiales) del Estado al que combaten. Pero ETA no se encuentra, ni mucho menos, en esas circunstancias.

Grupo terrorista con las características propias de una banda de este tipo y figurando, inclusive, entre las más despiadadas puesto que no vaciló en acudir a los magnicidios (asesinato del almirante Carrero Blanco y atentados frustrados a José María Aznar y al Rey), a las matanzas indiscriminadas (Hypercor, en Barcelona, fue un buen ejemplo de ello), a los asesinatos en masa (como ocurriera con las víctimas de un autobús que transportaba jóvenes guardias civiles en la Plaza de la República Dominicana, de Madrid) o buscando específicamente la muerte de niños (cuarteles de la Guardia Civil de Zaragoza y de Vich), ETA cuenta con una derivación política, Herri Batasuna, representada por sus diputados, alcaldes, junteros y concejales en el Parlamento nacional y en dos regionales, así como en Diputaciones, Municipios y otros órganos de poder. Dispone de un periódico diario, “Egin” y de una emisora de radio moviendo, a la vez, un frente cultural omnipresente en las provincias vascas y en Navarra.

EL PNV Y “ESOS CHICOS”

Todo lo dicho tan sucintamente hasta aquí, ya señala a ETA y a su entorno como algo sin homologación posible con ninguno de los grupos terroristas existentes, ahora mismo o en el pasado, no sólo en Europa sino en cualquier lugar del mundo. Pero lo peor es que esa es una parte de un cuadro general mucho más insólito. Para comenzar, en el propio País Vasco, la organización terrorista cuenta con apoyos más que ciertos en estamentos que deberían de figurar, e incluso a veces figuran a los efectos formales, en el campo opuesto. Este es el caso, sin ir más lejos, del Partido Nacionalista Vasco (PNV) que acude a cuantas elecciones se convocan en reñida competición con los candidatos de Herri Batasuna pero que, una y otra vez, utilizando los pretextos más variados, les lanza balones de oxígeno a los terroristas no sólo entendiéndose con algunas de las ramas repentinamente brotadas del tronco etarra, por ejemplo con el grupo ecologista que se hizo cargo de la reivindicación —apoyada con bombas y muertos— para el desvío de la carretera de Leizarán, u otorgándole una suculenta lotería —vía Gobierno vasco— al movimiento pacifista Elkarri, emanado de la banda criminal para erosionar al prestigio y la popularidad de Gesto por la Paz, sino también poniéndose al frente de la manifestación por lo que hace a la reinserción de terroristas.
Para los máximos dirigentes del PNV los pistoleros etarras son esos chicos. Unos chicos a los que les deben mucho pues sin su presión no habrían conseguido, de los Gobiernos de Madrid de turno, la inacabable serie de concesiones de las que se vienen nutriendo desde los albores de la Transición. Sólo hace unos meses, por ejemplo, que el consejero del Interior del Gobierno vasco e importantísimo burukide peneuvista, Atutxa, dijo refiriéndose a unos individuos responsables de un millar de asesinatos y de cientos de heridos y de estragos, que la reinserción es la recuperación para la sociedad de un hermano que se alejó del respeto mutuo y los cauces democráticos. Así de sencillo. Como comentó Alvaro Pombo, a este respecto:
Estamos ante un caso donde cualquier falso sentimiento es ofensivo y delictivo. Sólo la víctima tiene la facultad de perdonar y, ni siquiera la víctima, sólo Dios tendría, si existiera, la facultad de reintegrar a un asesino a la fraternidad absoluta de su gracia.

foto: El almirante Carrero Blanco con sus hijos. Su asesinato por ETA influyó en el desarrollo de la Historia de España.

Pero el PNV, que considera bueno electoralmente batirse para que los etarras encarcelados salgan tranquilamente a unas calles que no volverán a pisar jamás sus víctimas, sigue con esa línea reivindicativa y así el pasado mes de julio el presidente del Gobierno vasco, José Antonio Ardanza, ponía como no digan dueñas a los que se escandalizaban porque el pistolero José Miguel Latasa, autor entre otras muertes de la del gobernador militar de Guipúzcoa, de su esposa, de uno de sus hijos y de una súbdita portuguesa que en aquellos momentos pasaba por allí, haya recobrado la libertad tras haber cumplido apenas siete de los quinientos años de cárcel a los que fue condenado.

LA LARGA SOMBRA DEL CURA SANTA CRUZ

Sin profundizar más en el tema, que daría para componer un libro, y siempre sin salirnos del lugar de origen, hay otra colaboración con la que el terror ha contado —clara y solapadamente— a lo largo de sus tres decenios de vida: la Iglesia. Desde los titulares de sedes episcopales a desconocidos curas de pueblo, dignos émulos del Cura Santa Cruz, son cientos los clérigos que se significaron de una u otra forma en el apoyo a los etarras. Famoso es, en este aspecto, el vicario de San Sebastián, José Antonio Pagola, para quien la actual unidad del Estado español no es un dogma. Empecinado defensor de las negociaciones entre el Estado y ETA, causó escándalo una plática en el curso de la cual les dijo a un grupo de jóvenes, entre otras cosas, que ETA no es una banda criminal sino un grupo político. Y no menos notoriedad alcanzó el arcipreste de Irún y de Fuenterrabía, José Ramón Treviño, después de que en marzo de 1992 diese cobijo a dos etarras que venían de cometer un sangriento atentado en Santander.
Pero el caso más notorio es el del obispo de San Sebastián, José María Setién. Acabar con ETA sea como sea no está admitido en el Evangelio... Muchos de mis feligreses no entenderían que yo celebrase un funeral por un guardia civil... Hay que alcanzar una paz que permita la excarcelación de los presos y la vuelta de los deportados... Hay formas humanamente superiores de arreglar los conflictos que la mera represión por parte del Estado... Estos dulces florilegios marianos de monseñor Setién revelan perfectamente por donde van las inquietudes del porpurado quien no se privó, en más de una ocasión, de enviar mensajes para que los leyesen en las mismas de corpore insepulto por los etarras muertos desatando, obviamente, el entusiasmo de los allí reunidos.
Con ser malo esto, inaudito y una vez más inhomologable (recordemos que la Iglesia irlandesa ha sido una enemiga radical del IRA pese a la diferencia abismal que separa a la causa reivindicativa del Ulster de la del abertzalismo armado), no es lo peor. No hace mucho que tras presenciar, en San Sebastián, gravísimos alborotos desencadenados por los radicales en un cuadro de tensiones en las que no faltó la inevitable carta de monseñor Setién, el periodista Antonio Guerra dijo: Es imposible continuar en esta dinámica de provocación sin que la Conferencia Episcopal, o cualquiera de las Instituciones de la Iglesia española, manifieste a todos los creyentes que padecen la violencia de ETA que la postura de monseñor Setién y de algunos obispos vascos no es representativa de la Iglesia. De lo contrario, el resto de los obispos y el cuerpo todo de una Iglesia que sigue siendo de gran influencia social en nuestro país, serán responsables de esos comunicados.
La Conferencia Episcopal, la misma que metía a Franco bajo palio en los templos pues para eso era quien en aquel entonces hacía de furriel de los inmoderados apetitos eclesiales, no dijo, ni ha dicho, ni dirá nada salvo la última metedura de pata de su presidente, monseñor Yáñez, abocando confusamente el pasado mes de julio por la negociación con ETA. Y ni tan siquiera el Papa que ha condenado el nacionalismo como uno de los más graves peligros del mundo ahora mismo y de cara al inmediato siglo XXI, pero al que el Espíritu Santo no le ilumina para empezar la poda por su propia —nunca mejor dicho— parroquia.

UN PERSONAJE PECULIAR

Pero si con esto no bastase para hacer excepcional el papel que el terrorismo vasco desempeña en la sociedad española, hay que hablar de la actitud del propio Gobierno que, en tiempos de UCD, negoció con la banda excarcelando a un cierto número de pistoleros teñidos de sangre a cambio de la liberación de uno de sus diputados que había sido secuestrado. En Alemania y en Italia se dieron casos de secuestros de muchísima más altura —el presidente de la Patronal y uno de los máximos políticos del país apenino—, sus respectivos Gobiernos no pactaron con los extorsionadores y los dos rehenes fueron asesinados pero el Estado de Derecho prevaleció y las organizaciones criminales protagonistas de ambos asesinatos acabaron siendo aniquiladas. Esto por citar un sólo caso, eso sí muy notorio, del periodo ucedeo.
Los socialistas, al llegar al poder, cometieron dos errores de partida. Por un lado sentarse a la mesa de Argel poniéndose al mismo nivel de los criminales e introduciendo la palabra negociación política en el último comunicado que salió de la misma, antes de su fracaso. Por otro, crear el GAL. Luego, con los años, se produjo un hecho asombroso: el nombramiento de Juan Alberto Belloch como ministro de Justicia, primero, y acto seguido, además, como ministro del Interior. Belloch, que no es vasco, venía de Bilbao y si por algo se había distinguido es por ser un azote de las Fuerzas de Seguridad del Estado, en especial de la Guardia Civil, a la que colocaba bajo una severísima lupa en su lucha contra ETA y, a la vez, por asumir en público gestos tan polémicos como figurar en la cabeza de la manifestación convocada en la capital para protestar contra la extradición de etarras llevada a cabo, en aquellas fechas, por el Gobierno francés, o presentarse indignadísimo en el Gobierno Civil de Vizcaya cuando era titular del mismo el luego tristemente famoso Julián San Cristóbal para protestar por haber sido disuelta, por la Policía Nacional, una manifestación cuyos componentes se apartaron de los motivos por los que había sido autorizada para proferir gritos en favor de ETA.

foto: Este soldado, que tuvo un heróico comportamiento durante un atentado en el que resultó muerto un general y un soldado, en Barcelona, recibe una condecoración.

Lo primero que hizo Belloch fue demostrar su especial sensibilidad hacia la banda criminal tomando, como jefe de Prensa, a un ex miembro de la misma, José Luis Zalbide. Antiguo ideólogo de ETA, autor de la famosa canción “jQue se vayan!” con la que acosaron a las Fuerzas destacadas en el País Vasco y a cuyo son acompañaron, provocativamente, los funerales de muchos de los policías y militares asesinados, Zalbide, que había iniciado su brillante carrera política atracando al cobrador de un banco donostriarra, se vio de pronto, gracias a estos apoyos, nombrado para un puesto, magníficamente retribuido con el dinero de todos los españoles, en el Banco Hipotecario.
Belloch, a quien el ex concejal de Herri Batasuna y actual coordinador del grupo Elkarri, antes mencionado, Jonatan Fernández, alabó en septiembre de 1994 sus coincidencias con ciertos exponentes del mundo abertzale, empezando por Juan Cruz Idígoras, de Herri Batasuna, y con el dirigente etarra Etxebeste, se ha hecho reo de acusaciones como la de que atiende mejor a los que asesinaron y extorsionaron que a los que fueron sus víctimas. Algo de eso podría haber desde el momento que a ninguno de los afectados por la violencia, o a sus familiares, les ha obsequiado con cargos y prebendas habiéndose permitido, eso sí, acciones tan miserables como la de quitarle a la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT) el medio millón de pesetas que el Ministerio le daba como subvención, o la de negarle recientemente a la viuda de un militar asesinado por ETA la indemnización que le fue reconocida —trece años después del crimen!— por una sentencia judicial firme, o la de condenar al silencio administrativo muchos más recursos de la especie, etc., etc.
Otra decisión, no menos clamorosa, de Belloch consistió en demoler una de las afirmaciones más campanudas de Felipe González: Los terroristas verán lo que queda de este siglo y buena parte del siglo XXI en la cárcel. El sensible Belloch, desde que entró en el Ministerio de Justicia, se ha venido preocupando de que, a ser posible, todos lo etarras presos se vayan pero con letra, música e intención muy diferentes a la cancioncita de marras inventada por su antiguo jefe de Prensa y terrorista redimido. ¿Cómo lo ha hecho?. Por cauces propios o utilizando, como fue denunciado, a aquellos jueces de vigilancia penitenciaria que le son afectos para otorgar sin ningún recato el tercer grado a terroristas condenados a cientos de años de cárcel, sin que éstos cumplan ni mínimamente los requisitos previstos por la Ley. Para esos jueces, lo importante es la evolución del preso, no lo que les llevó a la cárcel. Y los liberan, por lo general como arrepentidos, sin que ni uno sólo de ellos se haya arrepentido jamás de nada, ni pedido perdón a sus víctimas, ni colaborado con la Justicia en la erradicación de la banda, etc. Algo que concede un inmenso balón de oxígeno a sus compañeros en activo que saben que, en el peregrino caso de que sean detenidos, podrán recuperar la libertad con sólo chasquear los dedos.
Con razón escribió el pasado verano D. Ricardo Querol Giner, antiguo fiscal de Sala del Tribunal Supremo, que con la simple aplicación de los medios legales con los que cuenta la sociedad —Constitución, Código Penal, Ley de Enjuiciamiento...— se podría ganar la batalla al terrorismo. Para añadir a continuación: Lo que ocurre es que no se los ha utilizado hasta los límites máximos que autorizan las leyes; al contrario, se los ha forzado a la baja. Y si no ahí están las condenas por varios asesinatos de 300 ó 700 años de prisión que, quede claro, tienen un máximo cumplimiento de 30, pero que “por pase de grado”, indultos enmascarados e inicuas “reinserciones”, se han visto rebajadas a 7 y hasta 4. Y, naturalmente, así las cosas las penas ningún efecto producen sobre los condenados (prevención especial) y tampoco tienen capacidad de disuasión (prevención general) sobre potenciales terroristas.
Por no entrar en profundidad en el tema, realmente inimaginable en cualquier país que no sea España, me limitaré a reproducir algunos titulares de periódicos y revistas nacionales de los años 1994 y 1995, es decir, de la era Belloch: “Jueces de vigilancia penitenciaria reinsertan a etarras con penas centenarias”. “Resoluciones judiciales sostienen que la gravedad de las condenas impuestas es claramente secundaria”, “El Gobierno reconoce la reinserción de 284 etarras”, “Siete de cada ocho etarras en régimen abierto deben el favor al Gobierno”, “La AVT acusa a Justicia de ocultar los nombres de 63 etarras excarcelados”... Entre todos suman miles de años de cárcel que no han cumplido y miles de millones de pesetas de indemnización a sus víctimas que no pagaron. Hay casos tan ejempIares como el de E. Navarro Cañada, condenado a 55 años y en régimen abierto 4 años después; J. Artola Goicoechea (30 de condena y cinco de cárcel efectiva), J. Trocaola Bascarán (80/5), 1. Apiláñez Olalde (215/13), R. Zapiraín Tellechea (224/9), F. J. Burguete Gallego (105/7), J. J. Iradi Lizarazu (160/7), 5. Alava García (70/7), M. González Fernández (75/6), A. Hernández Tiemblo (103/6), 1. Echave Urrestrilla (105/1 1), J. M. Larzábal Bastarrica (233/13), J. A. Rezola Sanvicente (209/6)...
Podría añadirse, a este panorama, el hecho de que Belloch, cuando desembarcó en el Ministerio del Interior, lo primero que hizo fue dinamitar la cúpula policial que desde muchos años atrás venía luchando contra ETA. Posiblemente, había en ella bastante corrupción y mucho beneficio del saqueo de los fondos reservados, pero ni aún así se concibe destruirla sin respetar unos plazos mínimos de relevo. Y menos habida cuenta de la anchísima manga del ministro para con otros personajes como, por ejemplo, con el que venía de cesar como director general de la Policía, un militante del PSOE que ya estaba acomodado en el jugoso pesebre de delegado del Gobierno en Castilla-León. A este individuo la Prensa le descubrió un enorme patrimonio inmobiliario, nada acorde con el sueldo que había venido cobrando, Belloch lo llamó a su despacho y saldó el escándalo con una nota en la que aseguraba haberle convencido del inmaculado origen de sus adquisiciones. Posiblemente es que también tenía un suegro riquísimo pero que, como el de Vera, lo disimulaba regentando un chamizo de mala suerte.

foto: Un vehículo desarrollado en base a una experiencia de guerrilla urbana, la del Ulster

ENCEFALOGRAMA PLANO

No quisiera olvidar, dentro de este apresuradisimo cuadro de situación, el triste caso del jefe de la lucha antiterrorista en Guipúzcoa, el inspector Enrique Nieto. Este hombre —objetivo número uno de los violentos— no sólo vivía como un ciudadano más, en una casa cualquiera, sin escolta, sino que el gobernador civil de la citada provincia, un militante del PSOE, le obligó a comparecer, pese a su oposición, en una rueda de Prensa. A ETA le fue facilísimo entonces identificarle, averiguar dónde vivía, esperarle a la puerta de su domicilio y descerrajarle un tiro en la cabeza. Falleció tras una agonía de varios meses mientras que el gobernador civil de Guipúzcoa sigue tan ricamente en su sillón y disfrutando de la nómina. Mis disquisiciones, puesto que ya no dispongo de más espacio, las cerraré aludiendo a la total desmovilización de la ciudadanía frente al terrorismo, sus inductores, cómplices, desentendidos y colaboradores necesarios. Un botón de muestra en la población de España que más ha sufrido —en sus habitantes, calles y edificios— el zarpazo de estos criminales: Telemadrid, dos semanas antes del atentado contra José María Aznar, y en el programa “El Semanal” que presentaba Rafael Luque, proyectó un gran reportaje dedicado a una mujer que había amparado a unos etarras responsables de una espeluznante matanza en un local público de la capital. Esa mujer alardeó de sus ideas, paseándose por la pantalla a sus anchas, sin el menor contraste de opinión por parte de nadie. Siete días después, y en vísperas del atentado al que acabo de hacer mención, en el mismo espacio un nuevo reportaje. Ahora sobre Lasa y Zabala interviniendo en el mismo numerosos de sus correligionarios y amigos, con las tesis que les son propias, y una vez más sin una sola voz que pusiese los puntos sobre las íes.

P.D.— He tardado unas semanas en mandarle estos folios y casi podría añadir varios más con las cosas que han ocurrido mientras tanto, todas trascendentes. Ahí está el caso de los etarras del comando “Matalaz” que por una desidia burocrática se fugaron el 17 de julio y la Audiencia Nacional no ordenó su busca y captura hasta el 5 de septiembre!. O la manifestación que tuvo lugar en Vitoria, el pasado mes de noviembre, y a la que asistieron 8.000 militantes de este brazo juvenil y cantera de ETA!. O las nuevas negociaciones abiertas por el PNV con HB, sin que los pistoleros dejen de actuar como lo demostró el atentado de Salamanca contra un capitán del Ejército. O las declaraciones de los máximos exponentes peneuvistas en el sentido de que los terroristas entre rejas son presos políticos. O las sospechosísimas reuniones a puerta cerrada de Arzalluz con Belloch para estudiar las “vías de pacificación”, etc.

Revista Defensa nº 214, febrero 1996, Javier Mendata


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