Breve historia de las relaciones chino-japonesas desde la Segunda Guerra Mundial: del optimismo a la desconfianza
Por Adolfo Juan Rodríguez*
El ascenso económico, político y militar de China planteaun reto para el mundo en su conjunto, si bien de manera especial para Japón, en su papel de segunda potencia de la región de Asia Oriental. Recientemente se ha discutido mucho acerca de la reacción política de Tokio en vista a la progresiva acumulación de poder por parte de Pekín en las dos últimas décadas.Simultáneamente, la esporádica incidencia de “brotes de conflicto” entre los dos países no cesa de añadir presión a la relación bilateral, y renueva el gran interés existente en su análisis desde diversos puntos de vista. Por mi parte, en este breve análisis histórico expondré las principales claves que explican el progresivo deterioro de las relaciones sino-japonesas desde el final de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría, cuando pasaron por un periodo de relativa pujanza, hasta su estado calamitoso actual. Así pues, dividiré la exposición entre tres periodos correspondientes con: 1) los años de la Guerra Fría, 2) la década de los 90 y 3) el nuevo siglo.
Las relaciones sino-japonesas durante la Guerra Fría
Las relaciones entre Japón y la República Popular China (RPC) desde la Segunda Guerra Mundial no estuvieron siempre marcadas por la controversia propia de los últimos años. A pesar de que indudablemente surgieron desde entonces numerosos puntos de fricción entre los dos países -que en el pasado habían estado inmersos en una guerra cruenta que segó millones de vidas humanas- las respectivas actitudes de Japón y China a lo largo de la Guerra Fría fueron lo suficientemente constructivas como para permitir la creación y el mantenimiento de una relación en términos positivos.
Durante los años previos al final de la Guerra Fría, Japón “buscó una política cooperativa y conciliatoria hacia China” que incluyó al menos tres características principales: (1) un profundo interés en la reconciliación a través de la mejora de las relaciones económicas y comerciales, (2) una postura generalmente sumisa en relación con los asuntos históricos, y (3) la adaptación a y en alguna medida cooperación con los objetivos estratégicos de los líderes chinos. Todo ello no fue óbice para que el restablecimiento y normalización de las relaciones diplomáticas entre los dos países tuviera que esperar hasta el año 1972 con el primer ministro Tanaka Kakuei, ya después de que los Estados Unidos ya hubieran tomado la iniciativa con su política de normalización de China.
Con todo, durante estos años Japón mostró un profundo interés en la expansión de sus lazos económicos con China. Para ello no dudo en hacer valer su voluntad de cometer actos de verdadera herejía contra las convenciones ideológicas dominantes de la Guerra Fría, actuando autónomamente en pos del desarrollo y la mejora de sus relaciones comerciales con los chinos. Para los japoneses, esta actitud de acercamiento no era algo nuevo surgido después de 1972. Por el contrario, durante los años previos a 1972 Japón había venido siendo pionero en sus intentos marcadamente tempranos de acercamiento a la RPC, si bien principalmente desde un punto de vista comercial. En este sentido es reseñable que tan pronto como en 1952 Japón ya había iniciado relaciones comerciales bilaterales con la RPC, llegando a sustituir a la Unión Soviética como su mayor socio comercial en 1965.
En sintonía con lo precedente, Japón tuvo la ocasión de mostrar su actitud particularmente benevolente para con Pekín de nuevo en 1979, cuando se convirtió en el primer país fuera del bloque comunista en incluir a China en sus programas de ayuda extranjera al desarrollo. Ciertamente abundaba entre las élites japonesas de este periodo la creencia de que el progreso y el desarrollo de China no podrían más que denotar efectos benignos para Asia. La política japonesa en esa época reflejaba pues una actitud asistencial en relación con la RPC, fuertemente anclada en la esperanza de que “con el tiempo los principios del liberalismo comercial triunfarían conforme el comercio y el desarrollo transformara [a la RPC] en un socio cooperativo”.
La actitud de Japón hacia China durante este periodo fue también más lenitiva en lo concerniente a los denominados "problemas históricos". Partiendo del reconocimiento explícito de la “responsabilidad por el serio daño causado por Japón al pueblo chino a través de la guerra en el pasado”, incluido en el comunicado conjunto sino-japonés emanado con motivo del restablecimiento de relaciones diplomáticas en 1972, la sensibilidad del Gobierno japonés con las inquietudes chinas sobre la memoria histórica fue muy alta hasta el final de la Guerra Fría.
Otro aspecto donde Japón también mostró su suavidad frente a China tiene que ver con lo que se podría denominar como la acomodación y cooperación de Japón con la estrategia conjunta a largo plazo de la RPC en los años previos al final de la Guerra Fría. Antes de la normalización de 1972, es un hecho aceptado que el primer ministro japonés Eisaku Sato solamente accedió a incluir la denominada “Taiwan clause” (cláusula Taiwán) en el acuerdo conjunto EEUU-Japón de 1969, al verse bajo la presión de Washington. Esta cláusula, que establecía que “el mantenimiento de la paz y la seguridad en el área de Taiwán es también relevante para la paz y seguridad de Japón”, y que por consiguiente resaltaba la importancia estratégica de Taiwán frente a las reivindicaciones de la RPC, fue puesunicamente aceptada por los japoneses bajo presión norteamericana y con el objetivo de facilitar la devolución del archipiélago de Okinawa, que todavía obraba en poder de los EEUU.Esta receptividad por parte de Tokio puede además apreciarse examinando la manera en que las disputas históricas fueron gestionadas por el Gobierno japonés durante esta época. Un ejemplo de ello es la disputa surgida en 1982 cuando la RPC protestó por el cambio en el contenido de unos libros de texto escolares autorizados por el Ministerio de Educación japonés. Los chinos se quejaron porque, según se informó, en la nueva redacción la actuación de Japón durante la guerra era explicada en una luz más positiva que anteriormente. Inmediatamente después de que se presentasen las quejas por parte de la RPC, y a pesar de que como se demostró posteriormente los hechos eran falsos, y la información había sido un error de la prensa japonesa, el Gobierno de Japón no tardó en disculparse a sus vecinos asiáticos, prometiendo revocar la –en realidad inexistente– revisión de los libros de texto y promulgando nuevas regulaciones destinadas a limitar el contenido de los libros de texto en el futuro. Por otro lado, incluso un primer ministro considerado de línea dura como Yasuhiro Nakasone, fue obligado a abstenerse de visitar el controvertido Santuario Yasukuni, que consagra a los caídos de Japón, incluyendo a catorce criminales de guerra declarados en los Juicios de Tokio, a consecuencia de vehementes protestas procedentes de Pekín. Nakasone visitó Yasukuni el 15 de agosto de 1985 en el cuadragésimo aniversario de la rendición de Japón en la Guerra del Pacífico, afirmando que era de “sentido común en todo el mundo que un jefe de estado pueda visitar y honrar el lugar donde el país conmemora a aquellos que dieron sus vidas por él”. Sin embargo, a pesar de su previa insistencia en la normalidad de la visita, las fuertes protestas procedentes de China –que decía temer la remilitarización de Japón– provocaron la cancelación sine die de los planes de visita a Yasukuni del primer ministro Nakasone en el futuro.
El proceso de inclusión de la “cláusula Taiwán” es un buen indicador de las reticencias de los japoneses para secundar la estrategia de EEUU hacia China durante los años previos a la normalización. En todo caso, las pruebas sugieren que en ese momento Japón no veía a China como un enemigo de la guerra fría y no aceptó fácilmente la visión geopolítica que consideraba a China como un enemigo comunista, tan influyente en los Estados Unidos de la época. Hay asimismo pruebas de que el primer ministro Shigeru Yoshida (el gran arquitecto del Japón de la posguerra) se resistió vigorosamente a las peticiones del negociador americano del tratado de paz, John Foster Dulles, conducentes a aceptar al Gobierno de Taipei como legítimo, en lugar del de Pekín como prefería Tokio. Y ello porque Yoshida, que finalmente tuvo que sucumbir, creía firmemente en que el comunismo chino tenía un origen eminentemente nacionalista y que por ello la relación con los soviéticos sería inestable y estaría destinada a colapsar. Este es un punto de vista que Chalmers Johnson afirma que no sólo perteneció a Yoshida, sino que era compartida por una miríada de políticos conservadores japoneses próximos a lo que el denomina la “Escuela Yoshida”. Esta predisposición en el seno de la clase dirigente fue determinante cuando en 1971 la República Popular China sustituyó a Taiwán en la Organización de Naciones Unidas, haciendo a Japón actuar más rápido que EEUU a la hora de reconocer a Pekín.
La inclinación positiva hacia los intereses y preocupaciones fundamentales de la RPC se pudo apreciar también durante el proceso de normalización. En el comunicado conjunto que concluyó las negociaciones para la normalización de las relaciones diplomáticas, Japón se comprometió a prestar un reconocimiento diplomático pleno a la RPC, declarando su respeto y entendimiento de la posición china según la cual “Taiwán es una parte inalienable del territorio de la República Popular China”, y extinguiendo sus relaciones oficiales con el gobierno de la isla. Incluso en medio de la conmoción internacional provocada por el incidente de Tiananmen en 1989, cuando el Ejército Popular de Liberación chino llevó a cabo una represión brutal de unas protestas masivas, Japón mostró una repuesta mucho más suave a los hechos que el resto de países, miembros del G-7 o no. Así, Japón no solamente fue el primer país en levantar las sanciones a China en 1990, apenas un año después del incidente sino que además jugó un papel activo trabajando para “ayudar a China a salir de su aislamiento”, y tomando el “liderazgo diplomático en favor de la reintegración [de Pekín]” en el orden internacional. Ciertamente, con el objetivo de conseguir un rápido levantamiento de las sanciones impuestas por otras naciones y por instituciones internacionales “Japón usó su influencia en el Banco Asiático de Desarrollo y en otros lugares”, en beneficio de los intereses chinos. Por otro lado, en un gesto destinado a reafirmar el compromiso japonés con la continuación del acercamiento económico con China, un grupo representativo de líderes del mundo de los negocios japonés realizó una visita a China poco tiempo después con el objetivo de “reafirmar la relación comercial”.
Las relaciones sino-japonesas en la primera década de la posguerra fría (1990-2000)
La década de los 90 empezó lo que más tarde se llamaría la “década perdida” deJapón, mientras “la emergencia de China como un gigante económico ensombrecía el recuerdo del éxito de Japón”. En este contexto, el incidente de la Plaza de Tiananmen se considera comúnmente como el punto de partida de la erosión de las relaciones sino-japonesas, la cual empezó al final de la Guerra Fría y se aceleró a mitad de la década. “Aunque las relaciones sino-japonesas estaban empezando a entrar en una etapa de interdependencia económica e incluso política a finales de la década de los 80”, este progreso se ralentizó a causa del incidente de Tiananmen, que hizo que muchos japoneses se empezaran a cuestionar la naturaleza pacífica del régimen chino. En todo caso, este incidente fue únicamente el primero en una serie de acontecimientos que indicarían un nuevo ritmo en la música de las relaciones sino-japonesas. Se pudieron percibir cambios relevantes en ambos lados de la relación.
Por el lado de China, hubo señales que apuntaban hacia una actitud más agresiva en la búsqueda de sus objetivos estratégicos. Los chinos llevaron a cabo una serie de pruebas nucleares durante la primera parte de la década, dando lugar a fuertes protestas por parte de Tokio y a la suspensión de la ayuda al desarrollo japonesa en 1995. Poco tiempo antes, en 1992, China había promulgado una ley que aseveraba en términos muy enérgicos la soberanía china sobre las islas Senkaku como las llaman los japoneses, o Diaoyu como las denomina Pekín. En el otoño de 1995, el gobierno japonés detectó la intrusión de aviones militares chinos en su espacio aéreo. Además, China elevó el tono de su amenaza militar contra Taiwán cuando en 1996, movida por el miedo a que el resultado de las elecciones presidenciales taiwanesas de ese año diese lugar a la secesión oficial de la isla, trató de intimidar a los votantes taiwaneses llevando a cabo una serie de pruebas de misiles al otro lado del estrecho. El incidente acabó con una demostración de apoyo a Taiwán por parte de la Armada estadounidense que envió varios portaaviones que navegaron a través de las aguas del estrecho de Taiwán, en una clara señal de su disposición a ayudar al gobierno de la isla en caso de un hipotético ataque chino, y ante la completa impotencia de Pekín. Sea como fuere, todos estos incidentes sirvieron para espolear entre los japoneses la preocupación incipiente sobre de la asertividad china.
Por otro lado, estos acontecimientos dieron también como resultado una actitud más agresiva por parte de Tokio. “El gobierno japonés, desde finales de la década de los 90 [tomó] una línea cada vez más dura en sus negociaciones con China”, rechazando la habitual táctica china de recurrir al pasado colonial para obtener concesiones diplomáticas de parte de Japón (history card). A pesar de ello, hubo también señales de continuación o inercia de algunas dinámicas positivas. En 1992, el Emperador Akihito, que había accedido al trono poco tiempo antes, hizo la primera visita a China de un emperador japonés desde el final de la guerra, en un gesto que para muchos en su momento indicaba el “fortalecimiento de las relaciones entre los dos gigantes de Asia Oriental”. En 1995, la llamada “declaración de Murayama”, a través de la cual el gobierno japonés finalmente expresó por primera vez una disculpa global por su papel en la Guerra del Pacífico, comunicó el “profundo remordimiento y… la sincera disculpa” de Japón por el “tremendo daño y sufrimiento [causado] a los pueblos de muchos países, particularmente a los de las naciones asiáticas”.
En el marco de la Alianza de Seguridad entre Japón y EEUU, en 1996, el primer ministro Ryutaro Hashimoto y el presidente Bill Clinton se pusieron de acuerdo en extender la cooperación en el marco de la alianza a “situaciones que puedan emerger en las áreas que rodean Japón y que tendrán una importante influencia en la paz y la seguridad de Japón”, una propuesta que no gustó a Pekín, ya que en realidad suponía un incremento sutil del área operacional de la alianza desde la islas japonesas hacia escenarios más alejados, lo que en la RPC fue interpretado con preocupación, como un acuerdo sobre el apoyo de Japón a EEUU en la eventualidad de un conflicto en Taiwán.
El nuevo siglo
El comienzo del nuevo milenio atestiguó un “desplazamiento de la diplomacia china de Japón hacia una postura más asertiva”, a la vez que la relación bilateral experimentó una serie de crisis esporádicas que llevaron la relación a su peor momento de todo el periodo de posguerra. Aunque con altibajos, la tendencia general fue hacia un progresivo empeoramiento de la relación bilateral. Dos problemas fueron determinantes en la acumulación de las tensiones sino-japonesas durante la década de los 2000:
- Las repetidas visitas del primer ministro Junichiro Koizumi al Santuario Yasukuni, en su capacidad oficial de primer ministro de Japón. Contrariamente a lo que había ocurrido cuando el problema de las visitas a Yasukuni surgió en los años 80 con Nakasone como primer ministro, en esta coyuntura Koizumi decidió no ceder a las presiones provenientes de los países vecinos, y continuó realizando su visita anual durante todo su mandato. Esto vino a demostrar que “la asistencia económica japonesa y el [uso del] comodín de la historia (history card) [por parte de China]… ya no tenían mucha influencia”.
- La intensificación de la disputa territorial en relación con las islas Senkaku/Diayoufue otro factor en la desestabilización de las relaciones sino-japonesas de principio de siglo. En septiembre de 2010, las autoridades japonesas arrestaron a la tripulación de un barco pesquero chino que había colisionado contra una patrulla de la Guarda Costera Japonesa mientras operaba en aguas disputadas alrededor de las islas Senkaku/Diaoyu. El arresto causó una gran crisis diplomática entre los dos gobiernos que se alargó durante tres meses. Las tensiones derivadas de la disputa de soberanía por las islas, administradas por Japón, se incrementaron muy rápidamente. El punto álgido llegó en 2013, cuando una fragata china dirigió su radar de control de tiro contra un buque destructor de las Fuerzas Marítimas de Autodefensa japonesas en aguas cercanas a las islas en disputa.
Al mismo tiempo, el gobierno japonés anunció en 2005 que dejaría de suministrar ayuda al desarrollo a China en los próximos años, bajo la justificación de que el país vecino ya era capaz de financiar su propio desarrollo. Sin embargo, con el telón de fondo del deterioro de la relación bilateral entre crisis ocasionales, la interacción económica entre los dos países continuó incrementándose, y en 2007 China se convirtió por primera vez desde la guerra en el mayor socio comercial de Japón.
En cuanto a su relación con los Estados Unidos, el principio de la década de los 2000 estuvo marcada por una considerable retirada del compromiso estadounidense en Asia Oriental, como consecuencia de los esfuerzos exigidos por la llamada “Guerra contra el terror” después de los atentados del 11 de septiembre. Desde 2001, “los vínculos terroristas con Oriente Medio [fueron] más inminentes para EEUU que para Japón”.
Los japoneses empezaron a sentir preocupación de que el compromiso de EEUU con la alianza se debilitase, lo que les llevó a prestar un apoyo enérgico a las políticas anti-terroristas norteamericanas, tanto internas como internacionales, en un intento de satisfacer la secular exigencia norteamericana de que Japón “muestre más la bandera”, esto es que ponga a sus hombres en primera línea y no se limite a dar apoyo diplomático o de otra suerte. Muchos analistas y comentaristas empezaron a partir de este momento a describir lo que se percibió como una transformación radical de la política de seguridad japonesa la cual, a modo de ejemplo, hizo posible por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial que Tokio desplegase efectivos militares a una zona de combate. Sin embargo, ni el cambio en la política oficial ni los llamativos titulares que provocó nos pueden dar una adecuada visión de conjunto. La política de seguridad japonesa está aún muy constreñida por limitaciones legales y culturales y, tal y como había sido el caso durante la mayor parte del periodo de posguerra, no es posible percibir un impulso hacia la adquisición de un papel propio de gran potencia. Al final de la década anterior, el debate japonés sobre política militar y de seguridad continuaba girando sobre temas como el derecho al ejercicio de la seguridad colectiva, el estatus de las bases militares norteamericanas en territorio japonés, o la reforma del pacifista artículo 9 de la Constitución.
*Adolfo Juan Rodríguez es Máster en Relaciones Internacionales por la Universidad Ritsumeikan de Kioto (Japón) y ayudante de investigación del Grupo de Estudios en Seguridad Internacional (GESI)