Por Xavier Servitja Roca*
En un informe especial sobre las disputas marítimas que mantiene China con sus estados vecinos tanto en el Mar de China Oriental como Meridional publicado recientemente por el think tank estadounidense Council on Foreign Relations, su presidente, Richard Haass, afirmaba que ante el aumento de las tensiones entre las potencias regionales, el verdadero peligro para Asia era que el siglo XXI asiático empezara a seguir el mismo camino que la Europa de principios de siglo XX.
En este contexto, China anunció el pasado 23 de noviembre la creación de una nueva Zona de Identificación de Defensa Aérea (ZIDA) en el Mar de China Oriental. La misma incluye dentro de su radio las reservas de gas de Chunxiao y las islas Senkaku/Diaoyu, actualmente bajo control de Japón y cuya soberanía se disputan este Estado, la propia China y Taiwán, además de las aguas costeras de la isla de Jeju que Corea del Sur reclama como suya, entre otras.
Tanto las autoridades de Tokio como las de Seúl y sus sectores más nacionalistas ya han rechazado cualquier reconocimiento a la ZIDA china. En este sentido, desde sus órganos de poder se considera que la iniciativa del gobierno de Xi Jinping es otra demostración de fuerza y “sacar músculo” del gigante asiático, así como un paso más hacia una espiral ofensiva conducente al escenario regional no deseado descrito por Haass.
Por otra parte, la reacción de Estados Unidos, principal aliado de japoneses y surcoreanos, ha sido ambigua. En primera instancia, rechazó enérgicamente el establecimiento de la ZIDA por considerar que rompía el actual statu quo de la zona. No obstante, tras la reunión celebrada el día 4 de diciembre en Beijing entre el presidente chino, Xi Jinping, y el vicepresidente estadounidense, Joe Biden, Estados Unidos no reconoce la legitimidad de la ZIDA, pero sí recomienda temporalmente a sus compañías de aviación comercial que faciliten a las autoridades chinas (en este caso al ministerio de Asuntos Exteriores chino o a la Administración de la Aviación Civil) la información requerida de los planes de vuelo de los aviones que sobrevuelen la zona. Con ello, se podría deducir que la administración Obama realiza un reconocimiento implícito de la ZIDA a corto plazo.
Teniendo en cuenta la posición adoptada por Estados Unidos y situando la iniciativa china de establecer la ZIDA en su justo contexto, desde mi punto de vista la situación actual, a corto plazo, debe analizarse más como una acción de tanteo que no como una espiral ofensiva. No obstante, ésta sí puede darse a más largo plazo.
Así, la decisión de China de crear la ZIDA debe ser interpretada en base a una serie de factores. En primer lugar, la ZIDA supone una ampliación de las capacidades de la estrategia de seguridad china de Anti-Access/Area Denial (AA/AD). En esta dirección, desde Beijing ya han anunciado su intención de crear más Zonas de Identificación de Defensa Aérea en el futuro para reforzar la mencionada estrategia frente a la política de contención y la nueva doctrina militar del Air Sea Battle (ASB) de Estados Unidos y sus aliados regionales.
En segundo término, la ZIDA china debe enmarcarse en una acción más de contraposición y tanteo hacia Estados Unidos y las potencias regionales rivales para ver cuál es su reacción ante la decisión del gobierno de Xi Jinping. Así, China busca contrapesar las Zonas de Identificación de Defensa Aérea anteriormente establecidas por los otros actores y tantear al rival. Pero nunca buscando una situación de confrontación abierta que sería contraproducente a sus intereses en la actualidad. Sin embargo, el problema de la ZIDA china es que no sólo modifica el statu quo, sino que a diferencia de las otras existentes en la región y gestionadas por Estados Unidos, Japón, que la modificó en junio creando cierta polémica con Taiwán, y Corea del Sur, que ya ha anunciado que ampliara su zona consecuencia directa de la acción china, incluye áreas territoriales que se reconocen internacionalmente bajo control de Japón.
Ligado a este último punto, el establecimiento de la ZIDA china también es una respuesta a la decisión tomada el pasado mes de octubre por el premier japonés, Shinzo Abe, de dar autorización al ministerio de Defensa para derribar cualquier vehículo aéreo no tripulado chino que sobrevolara el espacio aéreo japonés, en clara referencia a las Islas Senkaku/Diaoyu. La reacción desde el ministerio homólogo chino fue la de advertir a Japón que cualquier acción de este tipo sería considerado como “acto de guerra”.
Un cuarto punto se refiere a que el establecimiento de la ZIDA puede responder a una estrategia a más largo plazo para reclamar la soberanía china sobre las islas Senkaku/Diaoyu. En esta dirección, la ZIDA reforzaría dicha aspiración ya que permitiría a China ejercer la administración aérea de la zona asignada y desafiar el control sobre las islas que ejerce Japón. Sin embargo, a corto plazo no es viable ni responde a los intereses de China provocar un enfrentamiento bélico con Japón en las circunstancias actuales.
Finalmente y ligado a todo lo anterior, hasta que el proceso de modernización de las fuerzas armadas chinas, en especial, la fuerza aérea y naval, no haya finalizado, los estrategas chinos no pueden plantearse una espiral ofensiva, sino más bien acciones de tanteo. En esta dirección, sería un suicidio para el gobierno de Beijing iniciar cualquier tipo de hostilidad bélica a día de hoy ya que las fuerzas navales y aéreas estadounidenses y japonesas son superiores a las capacidades chinas. Sirva de ejemplo que la fuerza naval china sólo dispone de un portaaviones activo, el “Liaoning”. Y según estimaciones, hasta el año 2017 no se espera que los dos próximos portaaviones de construcción propia estén finalizados. Aparte de Estados Unidos, incluso la India, otro rival regional chino, también supera a China en número de portaaviones tras la adquisición de su segunda unidad este mismo mes de noviembre, el INS Vikramaditya, de fabricación rusa.
En relación a la ambigua posición de Estados Unidos respecto a la ZIDA china, la misma puede responder a dos grandes motivaciones que, a primera vista, podrían parecer opuestas la una de la otra. No obstante, ambas se demostrarán complementarias respondiendo a los intereses de la política exterior y de seguridad estadounidense en la región.
En la primera de ellas, Estados Unidos debe mostrar su oposición pública a la iniciativa china porque, por una parte, modifica el statu quo y eso afecta directamente a su liderazgo y a su política de seguridad en la región y, por otra parte, la administración Obama debe guardar las formas y atender las quejas y peticiones contra China realizadas dentro de su sistema de alianzas para reforzarlo.
Sin embargo, existe una segunda motivación que explica la mencionada ambigüedad estadounidense. Así, la instauración de la ZIDA a corto plazo puede ser beneficiosa para los intereses de la administración Obama por tres grandes razones:
En primer lugar, la posición de Washington puede obedecer al hecho de que esta nueva acción del gigante asiático provoque un aumento aún más significativo de la dependencia de los rivales regionales de China, como Japón y Corea del Sur, hacia Estados Unidos y su estrategia de seguridad. No sólo ya a nivel de afianzar su sistema de alianzas, sino también en una mayor venta de armamento para hacer frente a la amenaza china.
Un segundo factor es que el movimiento “expansionista” efectuado por China da más argumentos a la administración Obama para justificar su gran apuesta en política exterior: el Pivot/Rebalancing to Asia para contener a China y lograr mantener a Estados Unidos como única superpotencia. De hecho, Obama presentará su nueva Estrategia de Seguridad Nacional a principios de año 2014 donde reafirmará su prioridad en política exterior por la región Asia-Pacífico.
Por último y al igual que China, Estados Unidos puede tantear las verdaderas capacidades e intenciones del gobierno de Xi Jinping y hasta donde está dispuesto a llegar con dicha medida. Por ello y al día siguiente de su instauración, Estados Unidos ya envió a dos B-52 para que sobrevolaran la nueva ZIDA china y comprobaran así la primera reacción de las autoridades chinas, en un episodio que el analista del International Institute for Strategic Studies, Christian Le Miere, ha catalogado como de “diplomacia del bombardero”. China se limitó a no actuar en este caso. Aunque después sí envió a sus cazas cuando Japón repitió la misma táctica que Estados Unidos.
No obstante y en estos momentos, se debería tener cuidado con la “diplomacia del bombardeo” y la actual situación de la ZIDA. Japón y Corea del Sur se niegan a cumplir los requisitos de las autoridades chinas en dicha zona tanto en sus vuelos comerciales como militares a no ser que tengan su destinación final en China. Mientras que Estados Unidos sólo avisa de los primeros. Por ello, las probabilidades de un error, de una mala interpretación o de un mal cálculo ante el aumento del tráfico de cazas, bombarderos, aviones de reconocimiento, entre otros, podría provocar un incidente no deseado que derivara en un conflicto diplomático o que incluso, en caso extremo, diera lugar a un episodio armado entre ambos bandos.
Así pues y como conclusión, a corto plazo la instauración de la ZIDA por parte de China debería considerarse como una acción más de tanteo hacia sus rivales regionales y dentro de su estrategia de seguridad de AA/AD. En estos momentos, China no está preparada para un escenario de espiral ofensiva porque el proceso de modernización de su fuerza aérea y naval no está en absoluto terminado. Sin embargo, si China cumple con su anuncio de crear más Zonas de Identificación de Defensa Aérea para afianzar su posición de seguridad y las futuras reclamaciones territoriales frente a sus rivales regionales, ello sí modificaría sustancialmente el statu quo. Dicha acción a medio y largo plazo podría provocar una escalada de la tensión y una espiral ofensiva real con Estados Unidos y su sistema de alianzas. Y con este escenario, Asia sí se acercaría al contexto de la Europa de principios de siglo XX.
*Xavier Servitja Roca es ayudante de investigación en GESI